EL MUNDO 16/03/15
· La entidad independentista cumple tres años en medio de una profunda caída de su influencia
La Asamblea Nacional Catalana (ANC) cumplió el pasado martes tres años en pleno parón soberanista. La entidad privada, que nació el 10 de marzo de 2012 con una demostración de fuerza en el Palau Sant Jordi (acudieron 7.000 personas), sigue constituyendo la gran esperanza de muchos independentistas, pero los incumplimientos en su hoja de ruta, las tensiones internas y las dudas que genera el relevo en su dirección hacen que otros se pregunten cuál es el poder real de la asociación.
La ANC recibió el viernes como un jarro de agua fría el último sondeo del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat, del que se desprende que el no a la independencia sigue creciendo en detrimento del sí. Los contrarios a la secesión suman un 48%, mientras que los partidarios se quedan en un 44,1%. Son cifras que no se compadecen con el mensaje que insistentemente, tanto desde las instituciones como desde los partidos y las asociaciones, se ha repetido hasta la saciedad desde la gran manifestación de la Diada de 2012: que el soberanismo es ampliamente mayoritario en la sociedad catalana.
Esa marcha –conviene no hacer mucho caso de las cifras, pero la Generalitat habló de 1,5 millones de personas– fue el inicio de la incuestionable influencia de la ANC –que la organizó– en el mundo independentista. La historia es conocida: Artur Mas creyó que era el momento para conseguir la mayoría absoluta y adelantó las elecciones, pero perdió 12 diputados y el resultado lo arrojó en brazos de ERC, que hasta hoy ha marcado el ritmo del Govern.
Al mismo tiempo, emergía la figura de Carme Forcadell, la presidenta de la ANC. Aunque fue concejal de ERC en Sabadell de 2003 a 2007 –en las elecciones de ese año se quedó fuera del Ayuntamiento por disputas internas de su partido–, las formaciones que lideran el llamado proceso soberanista siempre la han presentado como una figura de consenso. En el independentismo más ingenuo, durante todo este tiempo ha mantenido una imagen inmaculada, como si nunca hubiera militado en ninguna fuerza política.
Forcadell fue también la gran figura de las siguientes demostraciones de fuerza del soberanismo: la cadena humana de la Diada de 2013 y la V gigante de la de 2014. En ambas participaron cientos de miles de personas, y después de cada una de ellas tomaba la palabra la presidenta de la ANC y espoleaba a las masas. Después de la última, oyéndola parecía que la ruptura con España era cosa de meses.
«Ha llegado la hora de las decisiones excepcionales. Pedimos a nuestros representantes políticos que dejen de lado los intereses de partido y actúen de acuerdo con el momento de trascendencia histórica que vivimos. Somos garantes de la unidad y no hemos llegado hasta aquí para arrugarnos», dijo entonces. Y remató: «President, ponga las urnas».
Se refería a la consulta soberanista del 9-N. Pero Mas sí se arrugó: al primer aviso del Tribunal Constitucional (TC), sustituyó la consulta de forma unilateral por un «proceso participativo» sin valor legal. Y a partir de ahí quedó claro que las disputas partidistas se trasladaban a la cúpula de la ANC, donde siempre han convivido –en un difícil equilibrio de poder– representantes de Convergència y de Esquerra.
Poco a poco, la influencia de la ANC caía mientras crecían los recelos entre las direcciones de los dos partidos impulsores del proceso. En un gesto que se interpretó como una cesión a ERC –aunque el peso de Convergència ha sido por lo general superior–, Forcadell llegó a pedir en octubre a Mas desde la plaza de Catalunya de Barcelona elecciones «en tres meses»; de hecho, las puso como condición para apoyar el 9-N.
La cara de circunstancias de Helena Rakosnik –la esposa de Mas, que ese día estaba en la primera fila del público– ya presagiaba lo que pasaría: el president no hizo ningún caso. Y como desde la entidad no hubo ningún reproche, esta vez quienes cuestionaron su poder real fueron, de forma privada, los dirigentes de Esquerra.
Tampoco nadie hizo ningún caso a la «hoja de ruta» de la entidad, que establecía que la independencia iba a proclamarse el 23 de abril de 2015, el día de Sant Jordi de este año. En realidad, los partidos están ahora más preocupados de liderar el movimiento soberanista, de remontar en las encuestas –por primera vez desde 1980, CiU y ERC podrían no sumar mayoría absoluta en el Parlament– y de mitigar el daño producido por el caso Pujol.
En clave interna, además, la ANC tendrá que lidiar con un miura: el relevo de Forcadell. El próximo 12 de abril, sus 40.000 miembros decidirán en asamblea qué performance montan para la Diada de este año –que coincidirá con el inicio de la campaña electoral de las autonómicas– y quién recoge el testigo de su carismática líder.
Suena el ex eurodiputado de ICV Raül Romeva, que acaba de dejar el partido porque se ha apartado del plan de Mas y Oriol Junqueras. Sería una opción muy del gusto de Convergència y ERC, obsesionados en que el proceso no parezca cosa de dos. Sin embargo, no es ni mucho menos seguro que acepte el encargo.
ERC –que ya han abortado la posibilidad de lista conjunta para el 27-S y amenazan con dificultar también la inclusión de un punto independentista pactado en los respectivos programas electorales–, la ANC amenazó con presentar una candidatura propia. Pero Forcadell, presionada de nuevo por los partidos, descafeinó enseguida la propuesta: «Sólo se prevé como último recurso. Si la ANC tiene que hacer una candidatura, es que vamos fatal».
CDC pide ‘confianza’ ante la cRISIS del independentismo
Los datos del Centro de Estudios de Opinión catalán que reflejan un alza de los votos no independentistas han desatado la alarma en Convergència. Su coordinador general, Josep Rull, pidió que se transmita un «mensaje de esperanza y confianza» y consideró que «es normal que se active el ‘no’ porque hay conciencia de que esto va en serio». «Hay una parte de este ‘no’ que es por miedo y tenemos que dar argumentos ante la política del miedo y explicar que Cataluña puede ser la Holanda o la Dinamarca del sur de Europa», señaló.
El ‘número dos’ del partido de Mas volvió a caer sin embargo en el error de cuestionar la actitud de sus socios de coalición, Unió, por no suscribir la hoja de ruta soberanista pactada el viernes por Convergència, ERC, EUiA, ANC y Òmnium. Rull recordó que la negativa inicial de Unió es un «no, gracias, de momento», ya que el partido ha iniciado un proceso de debate interno para decidir su posición a este respecto. «Les esperamos, porque hay suficientes puntos de encuentro para presentarnos juntos en defensa del proyecto ilusionante de la plena soberanía de Cataluña».
Las declaraciones de Rull molestaron de nuevo a Unió. Su portavoz, Montse Surroca, reclamó que se respete el acuerdo que sellaron los dos partidos de la federación el pasado viernes respecto a la hoja de ruta soberanista e instó a Rull a «dejar de especular» sobre lo que hará Unió.