EL CORREO 23/12/12
Amaia Guridi, que era profesora el día que ETA asesinó a su marido, Santiago Oleaga, relató a un grupo de adolescentes su historia de sufrimiento y superación.
SAN SEBASTIÁN. La cita iba a tener lugar en un colegio vizcaíno una mañana cualquiera. Un colegio que estuviera preparado y ‘rodado’ porque ya habrían pasado por ahí otras víctimas del terrorismo para contar sus experiencias. Cuando el Gobierno vasco llamó a Amaia Guridi para proponerle un encuentro con jóvenes escolares no lo dudó. Le pareció una iniciativa pedagógica y «aleccionadora». Se trataba de contar el relato de su sufrimiento a esos jóvenes. Porque hace once años, el 24 de mayo de 2001, ETA truncó la vida de esta andereño cuando un terrorista asesinó a su marido, Santiago Oleaga, director financiero de ‘El Diario Vasco’. Entonces ella tenía 49 años, dos hijos de 17 y 21 y toda una vida por delante. Esto es lo que Amaia Guridi tenía que contar a los alumnos adolescentes.
Las puertas de los colegios de Euskadi ya se habían abierto antes, en abril de 2011, para las víctimas del terrorismo, tanto de ETA como de los GAL. Como parte del plan de convivencia puesto en marcha por el Gobierno vasco, alumnos de edades comprendidas entre los 13 y 16 años escucharon en primera persona sus conmovedores testimonios con un objetivo: contribuir con su relato a deslegitimar el uso de la violencia y sentar las bases entre las nuevas generaciones de una futura convivencia en paz. Esto fue lo que convenció a Amaia Guridi.
«Me llamaron para ver si quería participar en el proyecto y yo dije que sí porque he sido profesora durante más de 26 años y me pareció interesante, positivo y enriquecedor para ellos», sostiene la viuda de Oleaga. Y llegó el día de la cita. El colegio San Pelayo de Ermua fue el centro elegido por el Ejecutivo vasco. El pueblo de Miguel Ángel Blanco. Un símbolo del profundo dolor causado por el terrorismo en la persona del edil del PP secuestrado y asesinado por ETA en 1997, tras mantener en vilo durante 48 horas a todo un país y cuya muerte provocó una movilización sin precedentes, que dio lugar al denominado ‘espíritu de Ermua’.
Una confesión espontánea
«Fui una mañana. Llegué muy tranquila y sin nada preparado porque se trataba de contar mi vivencia, mi experiencia personal. Y preferí que fuera algo espontáneo», relata Amaia. Llegó sola. Allí le esperaba una persona del Gobierno para echarle un ‘cable’ y presentarle a la gente. También la dirección del colegio y los profesores. «Todos me recibieron estupendamente, con un trato impecable y exquisito. No puedo decir más que cosas buenas porque todo fue muy respetuoso y agradable», agradece. Al llegar, los responsables le propusieron un recorrido por el centro y le enseñaron las aulas, unas aulas parecidas a las de su colegio de San Sebastián, donde ella impartía clase el día que asesinaron a su marido.
Aquello le impactó mucho. «Yo estaba trabajando el día que mataron a Santi. Estaba en clase, con mis alumnos, cuando me dieron la noticia». Desde aquel momento, Amaia Guridi no había entrado en un aula. Hace ya once años. En Ermua, en el colegio San Pelayo, dentro del aula, se derrumbó. Entonces un montón de recuerdos se agolparon en su cabeza; los niños correteando, las clases, la alegría de un colegio y una jornada cualquiera y la noticia… «Reviví aquel fatídico día. Fue un momento muy emotivo y muy doloroso. Me costó un poco darle la vuelta. Pero seguí». Sacó fuerzas y se plantó delante de los chavales.
Unos 35 alumnos de entre 13 y 14 años escucharon su historia durante más de una hora. La escucharon y «les tocó de verdad», dice Amaia. Nadie pestañeó. Las caras de los estudiantes eran tan expresivas que se adivinaba que «les había calado, les había llegado muy hondo mi historia». Muchos se emocionaron y lloraron. Es una lección muy importante para ellos, asevera. Aclara que el único sentido que «yo le veo a esto es que no se vuelva a repetir y que sea una lección para ellos: que conozcan la historia. Tiene que ser una lección que se les quede bien grabada: la del sufrimiento tan injusto que hemos padecido las víctimas del terrorismo y que no ha servido para nada de nada. Solo dolor. Que se den cuenta por lo que hemos tenido que pasar y no justifiquen nunca la violencia». – ¿Cuenta con detalle como fue el atentado contra su marido? –Quizá no con demasiado detalle, pero sí explico cómo vivíamos entonces.
Los Oleaga-Guridi vivían como una familia normal, unos padres trabajadores con dos hijos por los que luchar. Amaia Guridi sí les relató que era un día como cualquier otro, que ella estaba en clase, con sus alumnos, y que fueron a decirle que a su marido le había tiroteado un terrorista de ETA.
– ¿Cómo reaccionaron los alumnos de Ermua? ¿Qué le preguntaron?
– Ellos te miran con mucho respeto. Por sus caras te das cuenta de que lo están pasando mal. Muchos se emocionaron, tanto chicos como chicas. Están muy atentos y muy participativos.
A ella le preguntaron si sabía quiénes eran los asesinos, si estaban en la cárcel o si les podría perdonar. Y si no sentía deseos de hacerles algo, es decir, si les odiaba. Amaia entonces les contó que en ella había sido mucho mayor el dolor que el odio. «Es que el sufrimiento que he pasado ha tapado el odio. No tenía ni fuerzas para odiar», reconoce.
También le preguntaron por sus hijos, por cómo reaccionaron y cómo estaban. Su hija tenía entonces 17 años y, tal y como afirma, «los alumnos están próximos a esa edad, les queda cercano y lo sienten más. Se meten en su piel. Percibes sus emociones y te das cuentas de que transmites. De que interiorizan tu vivencia. Pero no en un sentido macabro o morboso, sino en sentido positivo. Simplemente, que ven esa realidad dura e injusta».
«No se oía ni respirar»
Amaia terminó su testimonio y los alumnos le aplaudieron de manera espontánea. Los profesores también. «Había mucha emoción. Se cortaba el aire. No se oía ni respirar. Es muy duro», insiste. Los adolescentes se hacen conscientes de que «para qué ha servido» tanta violencia, qué se ha ganado. Solo dolor y que «mis hijos no tienen padre y yo me quedé sin mi marido. Te rompen tu mundo». Amaia también rememoró ante ellos cómo le cambió la vida. Desde entonces ya no volvió a trabajar. No podía. Y tenía solo 49 años. Les confesó que allí, con ellos, había pisado un aula por primera vez en once años.
– ¿Preguntan por el presente?
– Sí, claro. Les interesaba saber cómo estás ahora. Qué ha sido de tus hijos, si han salido adelante. También si habían seguido con sus estudios.
Amaia Guridi estuvo hundida en un pozo; con psicólogos, con tratamiento médico, siendo incapaz de asumir lo que le había ocurrido. Los alumnos trataban de asimilar. Le dijeron que el hecho de contar allí su historia demostraba que era una persona muy valiente. Ella les explicó que le había costado mucho esfuerzo, pero que lo hacía por ellos, para que nunca cometan el error de utilizar la violencia. Que no cometan ninguna barbaridad. «Yo no voy contando mi historia por ahí, pero me gustó que los alumnos la conocieran porque creo que el fin de esta iniciativa es muy bueno. No lo haces por gusto, pero si puedes contribuir a que no se repita la historia del terrorismo, ya es bastante».
EL CORREO 23/12/12