El Correo-JOSEBA ARREGI

Cuando un sentimiento de pertenencia particular se eleva a categoría de obligatorio para todos los que viven en un territorio determinado, se acaba la política y comienza el autoritarismo

Parece contradictorio pretender hablar de antipolítica precisamente en estos momentos de gran efervescencia política: todos los acontecimientos están cargados al parecer de una enorme transcendencia política, los medios están llenos de informaciones y opiniones sobre el acontecer político, parece que algo transcendental vaya a ocurrir, algo va a terminar, algo va a empezar, el caos se cierne sobre nosotros, o se abre paso la gran esperanza. Es difícil tomar distancia de esta fiebre política que nos invade. Pero la falta de distancia dificulta enormemente entender qué es lo que está pasando. Estamos demasiado inmersos en el acontecer diario como para tener una mínima perspectiva de lo que significa lo que está sucediendo. Y sin embargo es preciso seguir intentando entender lo que sucede para poder incidir mínimamente en el futuro que nos espera.

Si con algo tiene que ver la política es con unir: política es la conjunción de los ciudadanos para regular la vida de todos ellos en la ciudad, en la polis. Regular la toma de decisiones que afectan a todos los habitantes de la polis. Para ello es preciso definir cuál o cuáles son los elementos que unen a los ciudadanos: haber nacido en Atenas, por ejemplo, o ser habitante de esa ciudad, o contribuir materialmente a los gastos comunes, tener casa, alguno o algunos de estos elementos pueden ser necesarios para unir a los que se juntan para decidir los asuntos de la ciudad.

En la época moderna, superando los lazos de unión de los habitantes de un territorio que se derivan de la lealtad con el monarca, con la dinastía reinante, la política se fundamenta en la igualdad de los habitantes ante la ley –no hay una aplicación distinta de las leyes si se trata de los aristócratas o de los burgueses o de los trabajadores y campesinos, todos son considerados iguales ante ellas–. Sobre esa igualdad, la igualdad ciudadana que implica que todos los habitantes del territorio son iguales en derechos, libertades y obligaciones, se sustenta la comunidad política como asociación voluntaria de ciudadanos soberanos.

La igualdad no niega las diferencias entre los seres humanos. Existe en la política moderna derecho a la diferencia individual siempre que haya acuerdo en la igualdad fundamental, sobre la base de la igualdad en derechos y libertades se pueden vivir y manifestarse las diferencias individuales que son limitadas precisamente para no poner en peligro el marco que las permite, el marco de la igualdad. Así se constituye la comunidad política moderna.

Si el fundamento de la comunidad política son la ley y la igualdad de los habitantes del territorio ante ella, un marco que posibilita precisamente las diferencias individuales, y al mismo tiempo las limita para que no sobrepasen el marco de igualdad que las garantiza, permite que el sentimiento de la diferencia de cada uno, individual o colectivamente en grupos, pueda vivificar el interior de la vida de la comunidad política: La base de igualdad permite la pluralidad de ideas, de identidades, de sentimientos dentro del marco que posibilita la pluralidad.

El disenso es propio de la política moderna. Sin disenso no hay política. Política es la conversación y el debate de ideas e intereses. Un disenso que es desintegrador si no existe marco de igualdad. Iguales como ciudadanos, distintos como seres humanos concretos, con ideas, sentimientos e intereses concretos. Unidad en el consenso básico, pluralidad en el disenso.

La antipolítica surge cuando el fundamento del consenso es tratado como sujeto a las ideas, sentimientos o intereses sobre los que se puede disentir. Cuando los elementos consensuados –los derechos y libertades fundamentales, los derechos humanos que deben ser pocos para poder ser universales (Michael Walzer)– se ponen en cuestión, se devalúan –por ejemplo las bases de la Constitución como marco en el que se garantizan los disensos sobre ideas, sentimientos e intereses– y en su lugar se eleva a valor absoluto un sentimiento como el de pertenencia y se reclama para él un derecho inexistente en el derecho internacional, como el de autodeterminación, o una regulación concreta del aborto y se afirma que es el único científico, racional, constitucional y laico (negando la libertad de conciencia), la antipolítica ha tomado el lugar de la política y la comunidad política se desintegra.

Entonces el disenso se convierte en insulto, el diálogo en monólogo, el debate en intercambio de improperios, la unión en exclusiones, cordones sanitarios, blindajes (lenguaje militar) competenciales: El que no acepta el marco que da sentido al pluralismo se reclama de centro y culpa a los demás de ser antisistema, quien predica el ‘No es No’ se erige en propietario de la moderación, los que recurren al derecho para justificar la desunión son el exponente máximo de la democracia. Antipolítica pura.

En lugar de debate, insultos. Aparecen las palabras traición y felonía, indecencia y fascismo, se dice a los contrarios «sois una mierda» o alguien los manda a la oscuridad de la Edad Media (que fue menos oscura que la ignorancia que muestra quien los manda), y la convivencia se vuelve imposible, el arte de la política, posibilitar la convivencia garantizando las diferencias en el consenso sobre la igualdad ante la ley, desaparece. En estas estamos, en la abolición de la política.

Cuando un determinado interés político actúa sin limitaciones, la política se acaba; cuando un interés grupal se pretende imponer a la voluntad del resto, se vacía el consenso a favor de la desintegración; cuando un sentimiento de pertenencia particular se eleva a categoría de obligatorio para todos los que viven en un determinado territorio, se acaba la política y comienza el autoritarismo o el totalitarismo. Cuando un interés personal de poder pretende condicionar el funcionamiento de todas las instituciones, se destroza la comunidad política. Y cuando las encuestas, lo que cree o dice la mayoría de los habitantes, son elevadas a la categoría de verdad y moral indiscutibles, el peor populismo, el totalitarismo, hace su entrada triunfal.