Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez apela a malabarismos estadísticos para convencer a los españoles de que la escalada de la luz es un espejismo
De todas las promesas incumplidas por Pedro Sánchez, la del recibo eléctrico quizá sea la más disculpable porque resulta evidente que el Gobierno no controla todas las variables que influyen en el precio. Lo que no se entiende bien es qué clase de envanecimiento le empujó a ese envite de riesgo; acaso la sensación impune de que la opinión pública se ha acostumbrado a su reiterada inobservancia de ese contrato moral que en política representa la palabra dada. Pero esta vez ha medido mal porque se trata de un asunto de alto impacto en la vida de los ciudadanos y por eso anda forzando a la ministra Teresa Ribera a inventar malabarismos estadísticos para maquillar los cálculos. Que si la tarifa libre o regulada, que si se refería al coste medio y no al exacto, que si una cosa es la factura doméstica y otra la del megawatio en el mercado. Le va a ser muy difícil, sin embargo, convencer a la gente de que el descalabro que está notando en sus bolsillos es un trampantojo, un efecto falso, y que la escalada no ha superado el importe de hace tres años. Las familias la sufren en su quehacer cotidiano y ningún discurso oficial les va a demostrar lo contrario.
De aquí a final de mes habrá un aluvión propagandístico repleto de comparativas contables, consignas argumentales y cascadas de datos técnicos para contrarrestar con percepciones inducidas la evidencia de una subida récord que ha empujado la inflación por encima del cinco por ciento. La minuta de la luz, con su repercusión inmediata en el balance financiero de hogares, negocios y empresas, entraña una inquietante devaluación de las rentas de la clase media y arrastra al Estado a un gasto estructural suplementario que amenaza con desequilibrar sus cuentas. Ante este panorama, el debate sobre el compromiso del presidente se vuelve una cuestión subalterna que sólo compete a la ya muy deteriorada credibilidad de su palabrería fullera. Él sabrá por qué asumió esa apuesta. Es su problema. El de los españoles es hacer frente a un alza inasumible de la factura energética cuya relativa normalización carece de fecha.
La carestía de la electricidad y los combustibles ha puesto un dogal en el cuello de la economía del país cuando trataba de consolidar una tendencia de crecimiento. Y pronto se apreciarán las consecuencias en el empleo. En ese contexto pesimista de poco le sirven las cifras genéricas o promediadas a los industriales asfixiados, a los hosteleros, a los transportistas, a los comerciantes, a los autónomos con severas dificultades para mantener sus establecimientos abiertos, a los empresarios forzados a revisar los convenios, a los trabajadores que ven menguar el poder adquisitivo de sus sueldos. Sánchez podía haberse limitado a prometerles un esfuerzo pero prefirió atajar el descontento fijando un objetivo concreto. La decepción será de los que conociendo su fama le creyeron.