Cada vez que puede se cruza por delante del Rey

El partido que gobierna España tiene la característica de imprimir a sus acciones una pulsión de muerte. Lo hizo con la ley del aborto que elevó a derecho lo que en la ley de 1985 era una simple despenalización. El texto de la ley 53/85 de 11 de abril solo incluye la palabra ‘derecho’ en dos ocasiones y en ambas para referirse a “la salvaguarda del derecho a la vida y a la integridad de la mujer”. El sanchismo lo ha elevado a derecho aunque en realidad lo considera sacramento. En el mismo registro cabe considerar la L.O. 3/21 de 24 de marzo, de regulación de la eutanasia y los actos de la memoria histórica.

Sánchez lo hizo también  el pasado 4 de abril, cuando visitó la cripta del Valle de los Caídos e hizo de forense entre los huesos que, para más inri, no eran de víctimas del franquismo, sino de represaliados por el Frente Popular. También estaba su presunto Angel Víctor Torres, que también participó en el simulacro inenarrable del desentierro de una presunta víctima (los huesos eran de plástico) paseando por el Congreso herramientas para la exhumación mientras entonaban cánticos guerracivilistas.

La última iniciativa ha sido más bien de desmemoria: el anuncio de que el Gobierno va a celebrar el medio siglo del fallecimiento del dictador con un centenar de actos conmemorativos a lo largo de 2025, para el primero de los cuales, el próximo 8 de enero ha cursado invitación a los Reyes.

Hay que tener mala follá doble: por el concepto mismo y por el destinatario de la invitación. La celebración de la muerte, aunque sea de un dictador, es una aberración moral para cualquier persona decente. Es también un disparate intelectual para niveles superiores al que tienen los ministros de Sánchez, y las ministras, claro que en casi todo están parejas con sus iguales machos.

Por eso, el lema que acoge todo este sindiós, ‘España en libertad’ es profundamente erróneo. El óbito de Franco solo fue la muerte del dictador y no supuso la libertad de España, que tuvo un hecho más significativo en la subida al trono, 48 horas más tarde, del Rey Juan Carlos I. Él inició el proceso de la Transición, renunciando al poder absoluto que le había conferido Franco. Juan Carlos y Torcuato Fernández-Miranda abrieron un camino, de la ley a la ley dentro de la ley, que tuvo como hitos principales en los tres años siguientes la Ley para la Reforma Política, las primeras elecciones libres, la Ley de Amnistía y la aprobación en referéndum de la Constitución Española. Pero el 20-N de 1975 no fue el comienzo de la libertad. No creo que vayan a celebrar el 3 de marzo de 1976 la muerte de los cinco obreros de Vitoria. ¿Cómo los llamaremos, ‘Víctimas de la Libertad’? La invitación es una ofensa para el titular de una institución que inauguró su padre, frente a la cual tiene mala defensa, tanto si la acepta como si la rechaza. Es la vuelta de las dos Españas y como escribía mi querido Pedro Corral “a nadie le interesa más que haya dos Españas que a los que no quieren que haya ninguna”. Sánchez ha resucitado las dos Españas y ha puesto al Rey en medio.

Como casi todo lo han hecho mal. El Rey no podrá acudir porque ese día tiene la recepción de embajadores para presentar sus cartas credenciales, pero es un magro consuelo, una excusa. La Casa Real debería rechazar esa invitación que es una trampa para osos y también lo es para el anfitrión. Él no puede (y seguramente no quiere) celebrar los hitos que vivimos desde la subida de Juan Carlos I a la Jefatura del Estado. Ninguno de sus socios lo aceptaría. Es la demostración más palpable de que solo les une el odio, el gran invento de Zapatero que descubrió la argamasa que les une en el odio a los de enfrente.