EN MADRID ha tardado poco en cuajar una forma de sebastianismo que tiene que ver con la idealización y la pérdida de Carmena. Es un intento de cultivar una orfandad similar a la que sucedió al fallecimiento de Tierno, con la diferencia de que donde hubo resignación ahora hay bronca porque a Carmena no se la llevó la Naturaleza, sino la Derecha. Como en un Palacio de la Moneda incruento.
Esta prematura nostalgia de Carmena es ajena a los matices prosaicos de su gestión. Está relacionada con el maniqueísmo político según el cual siempre hay personas que se las arreglan para sentir que luchan en el bando del Bien contra el del Mal. Ocupar el lado correcto de la historia incluso en su reducción municipal. Así, inspiradas en el santuario utópico de Madrid Central y en la sensación de tener a los bárbaros ad portas de quienes se manifiestan, quedan automáticamente contrapuestas dos visiones de la ciudad, una pura y radiante, rousoniana, llena de truchas y de jardines. En la otra, los ojos pican por culpa del smog y de la maldad ambiental y los quintacolumnistas se han apropiado de los salones del poder sin otro propósito que aplastar sueños y soltar gases.
Para el nuevo alcalde, Almeida, es un fastidio. Y no sólo porque no parece dotado para fabricar un relato alternativo: sólo se le ha ocurrido la amenaza de tirar otra vez del comodín olímpico. Nada más empezar, tiene ya el ayuntamiento rodeado de protestas preventivas que en realidad recuerdan al cerco de «Rodea el Congreso» que saludó el acceso a La Moncloa de Rajoy. La legitimidad representativa siempre oscila entre los escaños y la calle en función de si la izquierda manda o no en los escaños. Cuando los pierden, detona automáticamente una alerta antifascista que además en esta ocasión tiene el ingrediente de que Almeida parece un cautivo de los concejales de Vox que lo ponen a izar y arriar banderas como si estuviera chupando mili y le tuviera ojeriza un sargento.
Almeida es un personaje característico de esta época porque, carente de identidad propia más allá de algunos instintos castizos, sólo existe para decidir a quién tiene más miedo de enojar, si a los que tiene a su izquierda o a los que lo amenazan a su derecha. La fachada del ayuntamiento se ha convertido en el dazibao donde el nuevo alcalde de Madrid expone sus miedos y su incapacidad de combatir la fotogenia hueca de la Ausente.