Una vez Pedro Sánchez ha tenido al fin que mostrar las cartas marcadas que le asomaban por la bocamanga de su traje de tahúr para que los enemigos confesos de España y su democracia le franqueen su reelección, ya nadie -salvo por interés o medro- puede albergar dudas de que un nuevo orden se abre paso presto a sepultar el mayor periodo de libertad y bienestar vivido jamás por sus ciudadanos. Esta traición a aquello que prometió preservar sobre un ejemplar repujado de la Carta Magna se ajusta a una constante histórica desde Roma: las naciones se abaten a sí mismas una vez se pudren por la cabeza como el pescado.
Fue el viernes en Granada, donde no hay peor desgracia que ser ciego, el día y lugares escogidos para articular al fin, con ocasión de la cumbre europea en la Alhambra, la palabra que juró no emitir -“amnistía”- para que, cual “¡Ábrete, sésamo!”, le desatascara el acceso a La Moncloa para su disfrute del poder. Para este menester, hace a los españoles tributarios y rehenes de golpistas y filoterroristas, amén de un sinfín de grupúsculos que compiten casi en número a aquellos cuarenta ladrones a los que burló Alí Babá y a los que, desde luego, aventajan en fechorías y en gravedad de las mismas. Tras rebajar de rebelión a mera crisis política la proclamación de la sedición por conveniencia, Sánchez traerá bajo palio al prófugo que iba a reportar a España para juzgarlo. Como es hábito y vicio en él, eleva a la categoría de héroe a quien huyó en un maletero como otros se evadieron por las alcantarillas en el separatismo catalán. Como coligió Gracián, sólo mirándolas del revés se ven bien las cosas de este mundo. Todo ello obrado a base de pequeños pasos, en apariencia insignificantes, para no alarmar a unos españoles a los que no les da vela en este entierro, tras refutar la amnistía y no figurar en su programa del 23-J. Es la exitosa táctica del salami del dictador comunista húngaro Rakosi que se sirvió del salchichón favorito de sus compatriotas y que degustan en finas rodajas.
Para apreciar este giro de los acontecimientos, quien prometió marchar por la senda constitucional y se aparta con la pompa de aquel otro felón Fernando VII, no hay que tener la perspicacia de Goethe cuando, tras la batalla de Valmy (1792), en la que los revolucionarios franceses rindieron a las tropas austroprusianas, vislumbró que inauguraba “una nueva época en la historia, y ciego será el que no lo vea”. Empero, hay quienes padecen, enajenados de la realidad o nublados por las cortinas de humo gubernamentales, el síndrome de Fabrizio del Dongo, quien intervino en la derrota de Waterloo sin reparar en que había librado tan crucial lid hasta no figurar en los manuales. Este soldado de la “Grande Armée” ambló casi como un cuadrúpedo aquel 18 de junio de 1815 de desplome del imperio napoleónico.
Después de que Sánchez se haya quitado la careta de la amnistía para asomar la siguiente -la consulta secesionista- como político de mil y una máscaras, la opinión pública no debiera claudicar, para lamentarlo sin remedio, del sentido real de las cosas ni a los trampantojos que enmascaran las mentiras con gratos eufemismos que son engañosos prospectos de una medicina venenosa como el desguace constitucional por la alianza Frankenstein.
Luego de la fallida investidura de Feijóo, el monarca ha debido designar aspirante a quien se alía con los insurrectos a los que plantó cara con una alocución de seis minutos que arrojó esperanza a los catalanes
Como muestra del nuevo orden que se instala en España asaltando la Constitución y arrumbando el Estado de Derecho, baste reflexionar sobre lo sucedido el martes en la Zarzuela. En el sexto aniversario de su proverbial exhortación instando a los órganos del Estado a restablecer el sistema quebrantado 48 horas antes por el golpismo catalán, Felipe VI hubo de plegarse, por imperativo constitucional, al último trágala de su primer ministro. Luego de la fallida investidura de Feijóo, el monarca ha debido designar aspirante a quien se alía con los insurrectos a los que plantó cara con una alocución de seis minutos que arrojó esperanza a los catalanes a los que prometió no dejar solos, así como para todos los españoles a los que se quiso robar su soberanía.
A lomos de la indignidad y de la deslealtad, Sánchez pone en jaque al Rey al querer ser presidente sometiéndose -y sometiendo a los españoles- a las horcas caudinas de aquellos que quieren dar mate a quien sabe estar en su sitio. Ayuntado a los confesos enemigos de España, el confabulado se vale de que el monarca no puede guarnecerse por sí mismo al recaer tal encargo en las autoridades a las que instó aquel 3-O de 2017. Pese a las altas encomiendas del Título II de la Ley Máxima, como símbolo de la unidad y permanencia de la Nación, así como jefe del Ejército, un rey constitucional está inerme ante un jefe de Gobierno que ponga en almoneda esos principios y los hipoteque para serlo. Pese a la ignominia, a Felipe VI, como resolvieron los constituyentes visto el desastre registrado en la Monarquía Alfonsina y la II República, solo le cabe proponer un aspirante, no designar un presidente, tras oír a los grupos parlamentarios.
En circunstancias tan dolorosas, pudiera producirse el triste designio de que el inminente acto de jura de la Constitución por la heredera al Trono, la Princesa Leonor, tras jurar la bandera el sábado y el llamamiento paterno a preservar la permanencia de España, supusiera el funeral simbólico de la Carta Magna que se dieron unos españoles para perdonarse entre sí como significó el sindicalista comunista Camacho al promover una amnistía que entrañó el tránsito del franquismo a la democracia. Una Carta que hace libres e iguales a los españoles que no se puede dejar violar por progresistas a la violeta que son al progreso lo que el carterista (algunos lo son “stricto sensu”) a la cartera.
Evocando las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, hay que preguntarse qué se hizo de aquel galán que, en la precampaña de noviembre de 2019, inquiría en un mitin en Tenerife: “¿Os imagináis esta crisis en Cataluña con la mitad del Gobierno defendiendo la Constitución y la otra, con Podemos dentro, diciendo que hay presos políticos y defendiendo el derecho de autodeterminación?”. Premiando el desafuero con una amnistía y con una consulta en Cataluña, se responde por sí la otra interrogación que trasladó a los asistentes: “¿Dónde estaría España y dónde estaría la izquierda?”. Asumidos los postulados de sus sosias, Sánchez no sólo depende del monstruo Frankenstein que armó para ser el presidente con menos escaños propios de la democracia, sino que ya es Frankenstein.
Con gran desahogo, este mesonero del Derecho que sirve a Sánchez con pareja desenvoltura que a Zapatero como Fiscal General del Estado, advierte que no quiere injerencias con un exclusivo destinatario: Feijóo
De hecho, si el “procés” catalán fue un golpe institucional desde el Palacio de la Generalitat extendido a toda la nación, este ya “proceso español”, obedeciendo a ese patrón, es comandado asimismo desde La Moncloa subsumiendo a los otros poderes del Estado como explicaba un presidente de las Cortes franquistas, Alejandro Rodríguez Valcárcel: “En las democracias hay tres poderes independientes; en el Régimen [“democracia orgánica” la designaban] hay tres funciones y un solo poder: el de Franco”. Así, la última resolución del Tribunal Constitucional, fiado a las puñetas de Cándido Conde-Pumpido, sancionando la intrusión del Ejecutivo en el Poder Judicial al impedir hacer nombramientos a su Consejo General en funciones, despliega la alfombra para que Sánchez marche como un César. A la par, con gran desahogo, este mesonero del Derecho que sirve a Sánchez con pareja desenvoltura que a Zapatero como Fiscal General del Estado, advierte que no quiere injerencias con un exclusivo destinatario: Feijóo. Lo hace con la arrogancia de conducir, con disciplina partidista, la apisonadora de una mayoría nutrida de exaltos cargos de Sánchez sin la ecuanimidad e imparcialidad exigibles.
Sin duda, la ambición de un único hombre puede empujar a un pueblo por el despeñadero de la historia. Más cuando la “autoamnistía” que pergeña Sánchez no sólo borra el delito capital de los golpistas y se lo endosa a quienes combatieron la revuelta del 1-O, sino que encierra una operación de largo alcance para anular la Constitución y permitir a Sánchez dotarse “de facto” de atribuciones plenipotenciarias cual Rey sin Corona o monarca republicano. A este respecto, valga lo que, al cabo de los años, contó Vernon Walters, ex director de la CIA, sobre un colosal enfrentamiento de la Guerra Fría entre EEUU y la URSS: “Mucha gente pensó que Kennedy ganó en la crisis con Cuba. No ganó nada. Jruschev dijo una vez que no puse los misiles en Cuba para atacar a EEUU, sino para mantener a Castro en el poder. Si Castro siguió en el poder, ¿quién ganó?”. Mutatis mutandis, la conclusión es palmaria sobre maniobra orquestada por Sánchez.
Sánchez acelera la estrategia que se entrevió con su uso perverso del estado de alarma durante el Covid-19 y su impúdica exhibición como “máximo representante” de la Nación y del Estado cuando corresponde a las Cortes y al Rey. Ante tal extralimitación, el magistrado emérito del TC, Manuel Aragón, aclaró que la Ley de Leyes no consentía en fases de excepción una “dictadura constitucional”. Un concepto introducido por Carl Schmitt, arquitecto legal del nazismo, para transitar de la democracia al nuevo orden totalitario por el artículo 48 de la Constitución de Weimar que confería al presidente del Reich la prerrogativa de “suspender en todo o en parte los derechos fundamentales” al discernir peligros para la seguridad. Al tomar el poder en 1933 y el Reichstag aprobar la Ley para el Remedio de las Necesidades del Pueblo, Hitler arrasó la Constitución con esa ley habilitante ante la impotencia del Reichspräsident, el anciano mariscal Hindenburg, al que no hubo ni que derrocar.
Acaece hoy en las repúblicas bolivarianas en las que Podemos se forjó, copió sus siglas del partido “Por la Democracia Social” y se sufragó para implantarse en España
Como ilustra la Historia, muchas constituciones han sido adulteradas con leyes habilitantes que abolieron la República de Weimar o anularon el “estatuto Albertino” para que Mussolini estableciera su dictadura tras su sedición (“la marcha sobre Roma”) asumida por el rey a través de normas fraudulentas de la ley o que simulaban satisfacer derechos hasta destruir el “sentido de la legalidad”. En su obra Sin legalidad no hay libertad, el jurista de la izquierda italiana Piero Calamandrei, combatiente contra Mussolini, catalogaba en 1944 de ilegalismo ese proceder artero por el que la legalidad se devora a sí misma y demuele las democracias. Acaece hoy en las repúblicas bolivarianas en las que Podemos se forjó, copió sus siglas del partido “Por la Democracia Social” y se sufragó para implantarse en España. Un PSOE podemizado con Sánchez -como se bolchevizó con “No verdad” Largo Caballero– deambula por el ilegalismo podemita.
Por fortuna, el Tribunal de Garantías declaró inconstitucional aquel estado de alarma pese al ruido y la furia del hoy presidente, quien puso como no digan dueñas al ponente González-Trevijano y a los otros cinco magistrados. El padrino del método de que “el vuelo de las togas de los fiscales no eludirá el contacto con el polvo del camino” para blindar el diálogo con ETA a prueba de bombas usó su voto particular para burlarse de sus legos colegas con que el veredicto se fundaba en “la paradoja de sorites atribuida a Eubúlides de Mileto” sobre como determinar cuántos granos de arena hacen un montón. Culminado su asedio al TC con Conde-Pumpido en el sitial cardenalicio, Sánchez ya dispone de quien justifique sus abusos en Derecho en pos de una “dictadura perfecta”, como bautizó Vargas-Llosa al México gobernado por el PRI de modo perenne entre 1929 y 2000, y que hoy López Obrador, ex militante priista, retoma.
Sánchez habría contraído responsabilidades asimilables al impeachment estadounidense, esto es, al proceso de destitución por el que el Capitolio puede defenestrar a un presidente si infringe la Constitución
Cruzando la raya trazada primero con los indultos y ahora con la amnistía al aguardo de la consulta catalana, en cualquier otra democracia Sánchez habría contraído responsabilidades asimilables al “impeachment” estadounidense, esto es, al proceso de destitución por el que el Capitolio puede defenestrar a un presidente si infringe la Constitución. De ahí que no haya que cerrar los ojos ante la deriva autocrática de quien busca proveerse de Estatuto de Déspota a costa de la Ley de Leyes. Bueno sería adoptar la cautela de Don Quijote que, viendo el burro venir, ya se apercibía de las patadas que pudiera propinarle el rucio.
Para dorar la píldora, junto al siempre fascinante espectáculo de asistir a la conversión de los críticos con la amnistía en apologetas como girasoles en torno al “Rey Sol”, Sánchez acuna hasta dormirla a la opinión pública. Su víctima propiciatoria es esa “mayoría silenciosa” atrapada en una “espiral del silencio” por miedo a apartarse del discurso que se fija como dominante por minorías activas y beligerantes que se alzan como encarnación de lo enmascaran como “mayoría social” frente a las urnas. Merced a ello, la opinión de una parte se toma por voluntad general dado que quien no se expresa es un cero a (y para) la izquierda.
Alcalde Francisco Vázquez, contra Godoy Sánchez
Para reconducir la deriva, urge la comparecencia masiva de esa “mayoría silenciosa” que no quiere callar, como ayer a lo grande en Barcelona, pero con la persistencia del separatismo No debe reducirse a desahogos, sino a actos de resistencia democrática para que el plan de Sáncheztein no se consume fiando el sino de España a quienes se reparten sus jirones de piel y echan a suertes la túnica que la cubre. En Lecciones de Febrero, Solzhenitsin se inquiere cómo triunfó la Revolución de 1917 con sus promotores sin estar pertrechados, y lo achaca a la inoperancia por confiar en que se arreglara por sí solo. Lo que no hace el pueblo queda sin hacer y ayer se vio que una parte de la nación no está dispuesta a dejársela sustraer -“No en mi nombre”, gritaban- por cuatreros como Sáncheztein y sus sosias. …Y el alcalde democrático por excelencia de La Coruña, Francisco Vázquez, se erigió este domingo en alcalde de Móstoles frente a ese otro Godoy que es Sánchez y al que solo le mueve la conveniencia, no la convivencia, como aquel otro infausto “Príncipe de la Paz”.