Cristian Campos-El Español
No debería decirlo yo por aquello de no dar pistas, pero jamás ha tenido el nacionalismo catalán más cerca su victoria sobre el Estado español. No la autodeterminación, que es cosa muy diferente, sino la demolición de la idea de España y la subordinación política y fiscal de cuarenta millones de ciudadanos a la voluntad de poco más de tres, que son los que el pasado 10 de noviembre votaron a alguno de los cinco partidos nacionalistas catalanes: PSC, Podemos, ERC, JxCAT y la CUP.
Repasemos la situación. El PSOE, que ha sido el partido ideológicamente hegemónico en España durante los últimos cuarenta años incluso cuando ha gobernado con mayoría absoluta el PP, es hoy un cascarón vacío en manos de un «insensato sin escrúpulos» –la definición es del diario El País– para el que no ya el Estado, sino la Nación misma, es un pago aceptable a cambio de cuatro años de presidencia. Que digo cuatro: ¡uno!
No es mucho mejor la situación en el PP, amenazado existencialmente por Vox a su derecha y al que ni siquiera su habitual genuflexión frente a los dogmas de fe del progresismo –cambio climático, feminismo interseccional, políticas de la identidad, populismo fiscal– le servirá para moverse ni un centímetro a la izquierda de esa zona de confort que ha reservado para él la vieja inferioridad moral socialista. Aunque no hay mal que por bien no venga: al menos Alberto Núñez Feijóo se pega unas buenas siestas en ella.
Ciudadanos tiene sus propios problemas. Entre otras razones, porque ni siquiera tras su desplome hasta los diez escaños ha dejado de ser el objetivo prioritario de esa caverna mediática socialista que a cada sentencia de los ERE, moción del Parlamento catalán en contra de la monarquía o reunión del PSOE con Bildu ha respondido con un escandalito de Vox destinado a generar la idea de una emergencia nacional antifascista. No ha estado ahí inteligente Ciudadanos apuntándose a la petición general de sales por una polémica ridícula, la típica encerrona de manual de agitación comunista, que el partido debería haber dejado pasar como quien ve llover y que sólo ha beneficiado a Vox y al PSOE.
Si Podemos ya era mantequilla en manos del nacionalismo con 71 diputados, con 35 y el partido en manos del trío Iglesias–Montero–Roures ha pasado a convertirse en el equivalente de esos lacayos de Luis XV cuyo único trabajo consistía en bañar a las palomas reales en perfume y dejarlas volar libres durante las fiestas en palacio de la aristocracia cual velas aromáticas con plumas. La metáfora se explica sola, pero los lacayos son ellos, Luis XV es ERC, el perfume es el nacionalismo y los aristócratas de la rave palaciega, la extrema izquierda española.
El único as en la manga de los demócratas españoles es la propia catalanidad de los catalanes. Porque a los catalanes nos pierde la estética y no sería raro que ERC se aferrara al fetiche del referéndum de autodeterminación o a las cuatro pesetas de la amnistía cuando cualquier maquiavelo de poca monta con medio tiro pegado en la política podría decirles que la vía inteligente es la actual del PNV, que anda pactando con Podemos un nuevo Estatuto de Autonomía vasco que supone la independencia de facto de la región, pero sin que se note.
Lo del PNV, en fin, es una independencia en el fondo, aunque no en la forma, que le permitirá a los nacionalistas vascos disfrutar de todas las ventajas de la separación de España sin ninguna de sus desventajas: expulsión de los mercados financieros internacionales, salida de la UE, fuga de capitales, huída de empresas, hundimiento cultural. Aunque esto último dudo mucho que preocupe en una región aculturizada y que, como decía el tuitero Gonzalo ayer, andaba fabricando cencerros y flautas con la tibia de un carnero en el siglo XVII mientras en Sevilla los maestros del barroco competían con Rembrandt.