- El aliado más involucrado en la promoción de este concepto era Francia, en lo que, en algunas ocasiones, se denominaba, incluso, no ya como autonomía estratégica, sino como la propia capacidad de los aliados europeos de actuar independientemente de los Estados Unidos
No es nuevo el concepto de Autonomía Estratégica, ni en España ni en Europa, en el debate público sobre Seguridad y Defensa. Ni siquiera se remonta a la primavera de 2022, cuando, tras la invasión de la totalidad del territorio nacional de Ucrania por parte de Rusia, se dispararon todas las alarmas y la Unión Europea publicó su Brújula Estratégica, de gran impacto mediático, pero de escaso alcance operativo, unos meses antes de que la Alianza Atlántica divulgara en su cumbre anual, en Madrid, su nuevo Concepto Estratégico, en el que se refería a Rusia como «la amenaza más significativa y directa a la seguridad de los aliados y a la paz y la estabilidad en la región Euroatlántica».
Se decía entonces, no hace aún tres años, que la invasión rusa había dado al traste con el orden internacional basado en reglas, ya que la potencia identificada como «la amenaza más significativa y directa» era, al mismo tiempo, uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, órgano dentro del organigrama de la Organización de las Naciones Unidas responsable de velar por la paz en el mundo y por la resolución de conflictos por vías negociadas y pacíficas, en la medida de lo posible.
El concepto de Autonomía Estratégica ha estado sobre el tablero, con diferentes acepciones, durante muchos años de convivencia de los países aliados a ambos lados del Atlántico. Ha sido considerado, incluso, como atentatorio contra la eficacia operativa de la Organización del Tratado del Atlántico Norte por suponer un riesgo de duplicidad de capacidades que, principalmente los Estados Unidos, han considerado perjudicial para los intereses aliados. Esta postura estadounidense era respaldada, dentro de Europa, fundamentalmente, por sus aliados preferentes a este lado del océano, el Reino Unido.
Por contra, el aliado más involucrado en la promoción de este concepto era Francia, en lo que, en algunas ocasiones, se denominaba, incluso, no ya como autonomía estratégica, sino como la propia capacidad de los aliados europeos de actuar independientemente de los Estados Unidos, cuando no se compartiese la percepción de aquel país sobre la resolución de alguna crisis. Esto fue especialmente evidente en la evacuación de Kabul de 2021, en la que, aun tratándose de la gestión de una crisis enmarcada en el ámbito de la Alianza Atlántica, como consecuencia, recordémoslo de la invocación, por primera vez, del famoso artículo 5, de defensa colectiva, del Tratado del Atlántico Norte, los aliados europeos carecían de determinadas capacidades, especialmente de transporte estratégico, que les hacían ciertamente dependientes de sus aliados estadounidenses y carentes, por tanto, de autonomía para actuar con independencia de la voluntad de éstos.
Mucho se ha hablado también en los últimos años del probable cambio de orientación estratégica de los Estados Unidos desde el escenario europeo, en el que se sustanció, fundamentalmente, la Guerra Fría entre 1945 y 1990, hacia el escenario del Indo Pacífico en el que, fundamentalmente China, comenzaba a ejercer una hegemonía desafiante al poder de los Estados Unidos, identificado como vencedor de aquella Guerra Fría.
Era también Francia, la que, en este período tras las operaciones desarrolladas en Afganistán, mostraba su preocupación por lo que pudiera suceder si, finalmente, los Estados Unidos, decidían volver sus ojos hacia el Indo Pacífico y dejar los riesgos del escenario europeo, preferentemente, en manos de los aliados europeos, como, al parecer, ha venido a confirmarse, tras el regreso del Presidente Trump a la Casa Blanca y las primeras declaraciones del Secretario de Defensa, Pete Hegseth, en su primera visita a la sede de la OTAN en Bruselas, cuando planteó una eventual división o especialización de teatros de operaciones, dejando el del este europeo para los aliados europeos y el del Indo Pacífico para los Estados Unidos.
Es bueno recordar también que, poco antes del desencadenamiento total de hostilidades en Ucrania, el presidente francés puso en duda la propia capacidad de la OTAN para hacer frente al reto planteado por Rusia, calificando la situación de la OTAN en aquel momento, como «de muerte cerebral». Los hechos posteriores vinieron a cuestionar esa percepción del Presidente Macron, habida cuenta de la potente respuesta proporcionada por los países aliados a uno y otro lado del Océano Atlántico con implicación equilibrada de los Estados Unidos y de los aliados europeos, a pesar de las grandilocuentes diferencias entre ambas, manifestada, erróneamente, de manera reiterada, por el Presidente Trump.
No es menos cierto, tampoco, que, en el cómputo de aportaciones no se ponía en la balanza el apoyo tecnológico en capacidades de inteligencia y comunicaciones satelitales aportadas por los Estados Unidos, netamente superiores a las de sus aliados europeos y que son, precisamente, aquéllas de las que el Presidente norteamericano ha venido a privar a Ucrania, tras la visita de Zelenski a la Casa Blanca de la pasada semana, a fin de doblegar su postura de llegar a un acuerdo de alto el fuego sin garantizarse una paz duradera frente a posibles intentos futuros de nuevas agresiones por parte de Rusia.
En este estado de cosas, los dirigentes de la Unión Europea han acometido un proceso que la presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, ha venido en denominar como «Rearmar Europa», por el que se prevé acometer, de manera inminente una inversión de 800.000 millones de euros entre los 27 países de la Unión Europea, 23 de los cuales pertenecen, simultáneamente a la Alianza Atlántica.
Da la impresión de que, en las actuales circunstancias y ante la desafiante manera de dirigirse a sus aliados europeos del presidente Donald Trump, aunque no más desafiante que la que utiliza con sus propios compatriotas, que no comparten sus opiniones, los líderes europeos vinieran a sumarse, de alguna manera, a la percepción de Macron sobre la situación de muerte cerebral de la Alianza Atlántica. Harían bien, en mi opinión, en cultivar, simultáneamente, los dos conceptos esenciales en los que se basa nuestra seguridad, sin minusvalorar ninguno de ellos: la autonomía estratégica y el vínculo transatlántico.
- Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu es senador por Melilla