Luís Sánchez Merlo-El Español
El autor defiende la idea de que la inacción y la incompetencia del Estado en Cataluña conducen al desaliento.
“La España plurinacional consiste en que se pueda ser español de muchas maneras, pero vasco o catalán solo de una”.
Quien afirma esto es un vasco, Josu de Miguel, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Barcelona, que no se anda con rodeos a la hora de referirse a uno de los temas de nuestro tiempo.
Según de Miguel: “Reivindicar la autodeterminación, como procedimiento para elevar a categoría absoluta un derecho a la diferencia, solo muestra la avería ideológica de los diversos proyectos políticos de la izquierda española”.
Para el joven docente, la derecha nacionalista lo tiene más claro: «Nos queremos independizar para dejar de redistribuir». Y completa su diagnosis: “La impugnación del independentismo catalán -o del nacionalismo vasco- tiene como único objetivo deslegitimar la Constitución española. A buen seguro que una hipotética Constitución catalana o vasca jamás reconocería su propia defunción generacional: ninguna lo hace”.
No se detiene Josu de Miguel en el relato de aquella política, previa a la declaración de independencia: “El 1 de octubre fue un día aciago para la democracia española, no solo por las imágenes de violencia policial, sino porque el Gobierno de la Nación demostró una gran incompetencia y falta de rigor”.
Y reitera una evidencia: “El artículo 155 de la Constitución debió aplicarse durante el mes de septiembre, para que no llegara a producirse una colisión entre el deseo constituyente de dos millones de catalanes y la realidad constitucional del Estado”. Y, de momento, concluye: “Así las cosas, para el independentismo todo lo ocurrido en el otoño de 2017 pasará a formar parte del mito que nutrirá en el futuro el imaginario nacionalista de las generaciones hoy más jóvenes”.
El 1 de octubre fue un día aciago para la democracia española, no solo por las imágenes de violencia policial
¿Como reparar la avería? Dando publicidad inteligente a los errores ajenos, ya que para combatir ideologías trasnochadas no hay mejor combinado vitamínico. Lo peor, quedarse en el pasmo.
El tancredismo es caldo de cultivo propicio para la siembra de una semilla, low cost, por quienes niegan el pan y la sal a la democracia española: franquismo delicuescente, ausencia de separación de poderes, democracia imperfecta, jueces políticos. Este kit hace las delicias de quienes siguen anclados en un pasado inexistente pero que permite explicar todo mejor.
De aquí que la inacción deliberada haya servido para prestar suculentas utilidades a la causa soberanista, que ha aprovechado de forma inteligente el manejo de un concentrado tan minuciosamente elaborado.
Remediar el destrozo supone recordar, sin complejos, que los días 6 y 7 de septiembre de 2017 la mayoría independentista en el parlamento catalán, al margen de toda legalidad (violando del reglamento interno de la Cámara, las disposiciones del Estatuto de Autonomía y la Constitución española), aprobó una «ley de transición jurídica» que consistía en poner en marcha la creación de un nuevo Estado en el territorio de la actual comunidad autónoma de Cataluña y la derogación de la Constitución española en dicho territorio.
Asimismo, dejando claro que expresar opiniones políticas, las que sean, no es un acto punible en España. Lo que diferencia a unos de otros no son sus ideas sino sus actos. Josu de Miguel, que enseña Constitucional sobre el terreno en cuestión, denuncia que: “El nivel de corrupción del lenguaje político ha llegado a tal nivel, que una parte importante de la sociedad cree que el voluntarismo democrático -que no deja de ser un decisionismo plebiscitario- no puede encontrar límite jurídico alguno”. Y la gente se lo ha empezado a creer.
La crisis catalana es sistémica y no hay que descartar que se pueda extender al resto de España
Lo cual, unido a “una tendencia general, que no es otra que la falta de neutralidad institucional de los directivos y profesionales de los medios de comunicación públicos”, va configurando una realidad con la que nos vamos topando.
La crisis catalana es sistémica y no hay que descartar que se pueda extender al resto de España. Los tres partidos constitucionalistas ya no hablan de la misma cosa con respecto al desafío secesionista, lo que es, sin duda, un triunfo del independentismo.
Llegados aquí, cabría preguntarse si en la ruptura de las negociaciones para la investidura entre el partido más votado en las pasadas elecciones y la izquierda extrema, ha podido influir la insistencia -no revocada- del populismo en la autodeterminación.
Esta reivindicación es susceptible de descarrilar -en algún momento del recorrido- un gobierno, lo que ha podido ser determinante para poner fin a lo que parece un viaje accidentado, aunque para la desavenencia se haya invocado una excusa ex profeso (según la RAE: “a propósito, con intención”).
La sociedad española se ha instalado en un desaliento que tiene que ver con la imperante doctrina de la salvación individual. Este abandonismo podría llevar a una renuncia a solucionar la crisis territorial. A la vista de lo cual, reparar la avería no deja de ser una urgente tarea.
*** Luis Sánchez-Merlo es escritor.