Lorenzo Silva-El Correo

  • Ahora que se cumple medio siglo de la muerte de Franco, es un momento para releer a Ramón J. Sender

Ahora que se cumple medio siglo de la extinción física del beneficiario máximo de nuestra más luctuosa escabechina civil, y al margen de conmemoraciones oficiales —que siempre, no nos engañemos, obedecen al interés de la autoridad convocante— es buen momento para releer a Ramón J. Sender. En particular, un libro que se ha reeditado gracias a la iniciativa de uno de esos editores —en este caso, la editorial Deusto—, que en los últimos años parecen haberse conjurado para restituirnos la obra de uno de nuestros autores mayores del siglo XX, neciamente olvidado en este, cuando tantos lodos actuales vienen de los polvos —y de la pólvora— de un tiempo que él vivió y contó como pocos.

Se llama el libro ‘Contraataque’, y no es una novela, sino las memorias de la guerra civil del autor, veterano de la campaña de África, antiguo militante anarquista y enrolado con motivo del alzamiento en las milicias organizadas bajo la obediencia del Partido Comunista, que también acabaría abandonando. Es un libro militante, y sin embargo, por tener detrás a un magnífico narrador y un observador meticuloso y honesto, nos ofrece un testimonio que será valioso, incluso, para quienes no compartan la ideología que por esos días lo empujó a empuñar el fusil y de la que él mismo renegaría, y de qué manera, más adelante.

Quienes hayan leído Imán, nacido de su experiencia en la guerra marroquí, saben lo que se pueden encontrar en un relato bélico firmado por quien acaso sea el gran maestro del género en nuestras letras. Sender no sólo escribe sobre el combate a partir de su conocimiento de combatiente, sino que es capaz, además, de distanciarse de él y trazar un cuadro sobrecogedor de lo que la contienda hace con las personas. Si Imán es un clásico acerca de la guerra colonial, Contraataque lo es de la lucha fratricida.

Quizá lo más escalofriante sea cómo narra el proceso, casi fulminante, por el que el vecino —el hermano— se convierte en enemigo asesinable. Lo vemos en esos falangistas que llegan a San Rafael, donde le sorprende la rebelión militar, para liquidar a los republicanos que paran por el pueblo, entre ellos él. Pero también en los anarquistas que lo detienen en Madrid y lo llevan al comité donde el que manda les recuerda que no son policías, y les dice que la próxima vez lo resuelvan en el acto, con un balazo en caso de duda. Deberían leerlo todos los que en estos días, a diestra y a siniestra, coquetean con la negación del derecho del prójimo a disentir, primer paso para banalizar su exterminio.