La banalización del terrorismo

EL CORREO 01/10/13
IÑAKI UNZUETA

Las víctimas que la máquina desbrozadora de la historia ha causado son parte de un pasado oscuro y degradado y se alejan cual diminutas estrellas en el espacio sideral

En ‘La insoportable levedad del ser’ Milan Kundera afila la crítica de la tesis del eterno retorno de Nietzsche. ¿La historia avanza linealmente de suerte que la última etapa supera siempre a la anterior, o, por el contrario, los hechos se repiten eternamente y nos encontramos atrapados en ciclos en los que todo no es más que una vuelta a empezar? La diferencia es crucial porque si admitimos el progreso lineal de la historia, también hay que aceptar como dice Kundera que, «lo que sólo ocurre una vez es como si no hubiera ocurrido». Lo que ha tenido lugar sólo una vez, da lo mismo que haya sido bello o feo, amable o cruel, compasivo o inmoral, desaparece para siempre y se convierte en una sombra leve, fugaz, sin peso y que no deja huella.
Por el contrario, la idea del eterno retorno nos permite imaginarnos como habitantes de un planeta en el que habiendo nacido por segunda vez, tendríamos conciencia de la vida anterior transcurrida en la Tierra. Se podría pensar incluso en un segundo y tercer planetas en los que hubiéramos renacido y con conciencia de las vidas anteriores. Las nuevas vidas nos ofrecerían la posibilidad de contar con criterios con los que comparar la vida actual con las precedentes. En definitiva, la idea del eterno retorno significa que se podrían enmendar los errores del pasado y llevar una existencia más madura, racional y moral. La idea del eterno retorno hace que los acontecimientos de la vida se vuelvan graves y pesados. Cualquier vida, haya sido moral o inmoral, bella o fea, auténtica o falaz, no ha transcurrido en vano y siempre deja huella.
Desde el nacionalismo se asume la perspectiva del progreso de la historia y se articula un relato de victimización que presenta tres hitos: un pasado idílico y puro, un presente degradado y un futuro glorioso y redentor. Ilari y Entzi Zubiri en su entradilla a ‘Euskal Gramatika Osoa’ lo expresan con candor: «Euskal Herrian, gau betea, iluna ere iluna izan da. Ehunka urteko gau luze hotza. Amesgaiztoa / Iluntasun beltza da oraindik nagusi, baino urrezko eguzkiaren lehen izpiak agertzen dira hasi… / Uxa dezagun azken ehunka urteotako lokamutsa… / Egunak ez du oraindik argitu, baina oskarbi dago zerua… Askatasunaren eguzkia sendo eta mardul dator…». El contenido resumido del poema viene a decir que después de una noche de cientos de años que ha cubierto Euskal Herria, ya se atisban los primeros rayos de luz que anuncian el sol pleno y brillante de la libertad.
Los nacionalistas tienen que espantar cuanto antes la pesadilla del pasado y afrontar cada nueva etapa con determinación porque lo que le aguarda a Euskal Herria es un futuro de libertad y prosperidad. Las víctimas que la máquina desbrozadora de la historia ha causado son parte de un pasado oscuro y degradado y se alejan cual diminutas estrellas en el espacio sideral. El resultado es que como los inmensos daños personales (integridad física y psicológica de las víctimas), políticos (desposesión de derechos democráticos a los constitucionalistas) y sociales (escisión de la sociedad) ocasionados por ETA, se presentan atenuados y descontextualizados, las acciones terroristas pierden peso, son banalizadas y la responsabilidad de los victimarios se presenta diluida en el magma de un conflicto imaginario. El mensaje de las víctimas nos llega tan débil y entrecortado que los victimarios ni siquiera se ven forzados a ocultar las causas por las que asesinaron y siguen reivindicando un proyecto político generador de residuos humanos que tiene en su centro una férrea identidad, la autodeterminación y la territorialidad.
Se trata de transformar el terror de ETA en una sombra sin peso y sin huella. Ya no se exige el rechazo del proyecto político que ocasionó la barbarie, ni tan siquiera el reconocimiento del daño causado. Así, para la presidenta del Bizkai Buru Batzar del PNV, ItxasoAtutxa, bastaría con que dijeran en público que matar está mal. Pero es Patxi Zabaleta, de Aralar, el que con su reivindicación de amnistía amplía las grietas intelectuales y morales de la propuesta de la señora Atutxa. Lo que nos propone Zabaleta es que a la muerte física le añadamos la hermenéutica, es decir, que las víctimas sean cubiertas con un manto de silencio y sea borrado su significado político. Zabaleta quiere aligerar el terror de ETA hasta convertirlo en una pluma sin peso que no deja huella. Zabaleta opta por la política amnésica que oculta y olvida, opta por la levedad –insoportable– del ser que mira el futuro y deja atrás en las fosas higiénicas los desperdicios del pasado. Para Zabaleta no se trata de hacer justicia sino de olvidar para que los hechos no se repitan. Ello constituiría el rendimiento póstumo de las víctimas que estrujadas por última vez destilan sus últimas gotas.
La reconstrucción democrática de la sociedad vasca exige una política anamnética que rescata la memoria y pone al descubierto que detrás de todo asesinato hay una injusticia. La ponencia de paz del Parlamento vasco y el plan de Paz y Convivencia corren el peligro de deslizarse por la corriente de banalización del pasado que aligera el terror de ETA y lo convierte en una sombra sin peso y sin huella. La reconstrucción democrática de la sociedad vasca exige el rechazo del proyecto político por el que se asesinó y la asunción del peso de la responsabilidad por los daños causados. Alfred Döblin cuando regresó del exilio a Berlín en 1948 se dirigió a sus compatriotas vencidos en la guerra y les dijo: «Ahora tenéis que sentaros entre las ruinas durante mucho tiempo, permitir que os afecten y sentir el dolor y la sentencia». Y es que, para Kundera, «no hay nada más pesado que la compasión, ni siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido por alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado en mil ecos».