Rebeca Argudo-ABC
- Pierde España, que ve cómo es humillada y vendida a trozos, como si fuera un coche en un desguace, por quien tiene la obligación de servirle
Como la banca, Sánchez siempre gana. Es el único que siempre saca provecho de cualquier circunstancia. También con el sainete esperpéntico del advenimiento de Puigdemont, donde todos perdemos menos él.
Pierde Puigdemont, cuya imagen ha quedado reducida a la ridícula caricatura, a monigote con pelo raro tratando de revestir de épica lo que no es más que ocurrencia. Personajillo escapista, mago de cumpleaños infantil, payasete con el traje descolorido. Ídolo del geriátrico y de la parroquia del bar de la esquina. Pierde Illa, Monchito de saldo eclipsado en su propia investidura por la ópera bufa del de los truquitos. Un ‘molt honorable president’ investido, servidumbres mediante, con el único fin de mantener al inquilino de la Moncloa. Sin mayor mérito que sus propias tragaderas, demostradas durante la gestión de la pandemia y afianzadas ahora, ejerciendo de tonto útil para la voladura de la igualdad entre ciudadanos. Que hay que valer para vender como ‘cerrojazo al proceso’ el insuflar oxígeno al secesionismo.
Pierden las Fuerzas de Seguridad del Estado, que no fueron capaces de evitar que un prófugo de la justicia entrara en nuestro país, llegara hasta la segunda ciudad más importante, estuviera donde anunció que estaría a la hora que dijo y, con las mismas, se volviese a largar. Todo ello tras pasearse por el centro tranquilamente y leer una memez de discurso, convenientemente televisado, encaramado a un escenario bajo el mismo Arco de Triunfo (por el que se pasa nuestra democracia), a escasos metros del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Pierden los Mozos de Escuadra, que ahora sabemos que son incapaces de detener a un sexagenario a poco que ande ligero, se baje rápido de las tarimas, le custodien dos señores con gorra y aproveche un semáforo en rojo. Además, por si era poco la constatación de su ineptitud (la inseguridad creciente en Barcelona se entiende ahora que no sea casual), se felicitan por casi conseguirlo. Que saben que iba en un coche blanco, conducido por una paralítica y facilitado por uno de los suyos y, oye, eso también cuenta. Solo les falta una cabra, un enano vestido de torero y la musiquita del ‘show’ de Benny Hill para redondear la chufla.
Pierde el PSOE, que se evidencia ya como un proyecto meramente personalista, funcionando al servicio exclusivo del conglomerado familiar de los Sánchez y sometido a los caprichos e intereses de su líder. Sin rastro ya de ideas, ni de compromisos, ni de límites. Un acrónimo, sin más, amparando una ambición particular de mantenerse en el poder a toda costa. Pierde España, que ve cómo es humillada y vendida a trozos, como si fuera un coche en un desguace, por quien tiene la obligación de servirle y que tuvo la desvergüenza de prometer, con su mano derecha sobre la Constitución, por su conciencia y honor (disculpen que me ría), lealtad al Rey y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado. Ese chatarrero amoral es el único que gana. Como la banca. Porque se mantiene un rato más en el cargo, que es de lo único que se trata. Gana él y perdemos todos.