El nacionalista experimenta vértigo ante el consenso. El Estatuto no es para ellos una Ley que permite la convivencia democrática en un régimen de autogobierno y libertades, sino la herramienta que permite extraer competencias y dinero. Es como la banqueta de ordeñar la vaca para un baserritarra. Mirado así, es difícil encontrarle poesía.
El domingo se cumplen 30 años del día en que los vascos aprobaron el Estatuto de Autonomía. Como es habitual en todo partido nacionalista, la fecha conmemoraba una derrota. Como el 11 de septiembre para los catalanes, los nacionalistas vascos eligieron para votar su autonomía el 140º aniversario del 25 de octubre de 1839, fecha del decreto de Espartero que ratificó el abrazo de Vergara, que puso fin a la primera guerra carlista y constituyó la primera ley abolitoria de los fueros en el martirologio del nacionalismo.
El caso es que se acercaba la fecha conmemorativa y el PNV anunció que no estará presente como partido en la recepción que el lehendakari, Patxi López, había convocado para la ocasión. No se descarta que algunos burukides asistan en función de sus responsabilidades institucionales: quizá el alcalde de Bilbao, que tiene algo de maverick, tal vez el diputado general de Alava, por ver de apuntalar lo suyo, pero lo que es el partido comunión, estará ausente.
Ninguna novedad. La característica esencial del PNV es el don de la ubicuidad hasta tal punto de superar al PCUS en los desfiles del Primero de Mayo: estaban entre los manifestantes y también en la tribuna. En realidad, se acercan al mismísimo concepto de Dios Padre. Estar dentro y fuera, ser Gobierno y oposición al mismo tiempo, ése es el secreto.
Hace 12 años, el 18 de octubre de 1997, se inauguró el museo Guggenheim de Bilbao. El PNV de Ardanza fue el anfitrión en el acto con los Reyes. También practicaron la ausencia activa, como Arzalluz, Anasagasti y compañía. Se manifestaron en contra: las juventudes del partido, EGI, escribieron una carta de protesta al «señor Borbón» y se concentraron para protestar por la visita en el exterior del museo. Ricardo Ansotegi aprovechó aquel sábado para acudir a la Casa de Juntas de Guernica, junto al secretario general de ELA y los hoy detenidos Rafa Díez Usabiaga y Arnaldo Otegi. Allí, José Elorrieta extendió el acta de defunción del Estatuto de Guernica: «El Estatuto ha muerto. Lo han matado los centralistas».
Más o menos como ahora. El PNV estará dentro y fuera, arriba y abajo; dejarán (probablemente) algún verso libre en los actos, mientras los demás se niegan a asistir, porque celebrarlo sería celebrar su incumplimiento. Su última aportación ha sido impedir que 13 asociaciones cívicas celebraran el sábado el aniversario en la Casa de Juntas de Guernica, so pretexto de que ellos la habían reservado antes, hecho que no se comunicó en su día a los solicitantes.
Es la sensación de vértigo que experimenta el nacionalista ante el consenso. En 1977 se celebró el primer Aberri Eguna (Día de la Patria) unitario. Aquel mismo año, instituyeron el Alderdi Eguna (Día del Partido) para poder estar a solas. El Estatuto no es para ellos una Ley que permite la convivencia democrática en un régimen de autogobierno y libertades, sino algo puramente instrumental, la herramienta que permite extraer competencias y dinero. El Estatuto es para un nacionalista como la banqueta de ordeñar la vaca para un baserritarra. Convendrán en que, mirado así, es difícil encontrarle poesía.
Santiago González, EL MUNDO, 23/10/2009