IGNACIO CAMACHO-ABC
- Feijóo ha caído tarde en la cuenta de que Sánchez quería humillarlo. Estaba a punto de firmar su propio embargo
Paren las rotativas, noticia bomba: Feijóo ha descubierto que Sánchez lo engañaba. Que no es digno de confianza. Como a aquel capitán Renault de ‘Casablanca’ le ha sobrevenido de pronto una revelación epifánica, más o menos la misma que desde hace cuatro años experimenta la mayoría de los habitantes de España. Después de varias semanas negociando se ha dado cuenta de que el pacto del poder judicial era una trampa para humillarlo mientras el Gobierno tramaba con sus socios separatistas el desarme jurídico del Estado. Al parecer, la cascada de dicterios que viene recibiendo y la doble encerrona del Senado no le bastaban para hacerse cargo de que se jugaba los cuartos con un ventajista nato. Al romper la baraja y levantarse de la mesa no ha quedado muy bien que digamos, aunque al menos evita salir de la timba desplumado. Estaba a punto de firmar su propio embargo.
La trompetería oficialista sostiene, no sin motivo, que la retirada obedece al miedo a retratarse como un pardillo ante sectores de su partido, de opinión y de la judicatura enemigos de cualquier aproximación al sanchismo. Algo hay de ello: esas presiones han existido. Parte del PP cuestionaba las concesiones que incluían la presidencia del Constitucional para Conde Pumpido a cambio de una futura reforma del sistema planteada en términos de muy vago compromiso. Pero las suspicacias tenían sentido. El proyecto de reforma del delito de sedición planteado por el Ejecutivo para complacer al independentismo demuestra que, en efecto, con la alianza gubernamental es imposible jugar limpio. Todo acercamiento de buena fe al presidente termina por volverse radiactivo.
La única forma de acordar algo con él es la del PNV, Esquerra y Bildu: cobrar por adelantado. Garantizarse las contrapartidas a base de chantaje parlamentario, con la amenaza del voto negativo en la mano. Feijóo ha querido diferenciarse, perfilarse como líder fiable, cumplir –a rastras, cierto es– sus obligaciones constitucionales. Y se ha encontrado con una maniobra paralela que lo dejaba en situación vejatoria, denigrante, cómplice de una revocación específicamente diseñada para salvar a los sediciosos de sus aprietos procesales. Ahora ya está al cabo de la calle. Quizá un poco tarde para evitar la imagen de una ‘espantá’ irresponsable. O pusilánime.
Podrá alegar que merecía la pena el intento, y que en todo caso no tenía más remedio en su condición de alternativa de Gobierno. Pero la negociación era una encerrona de la que solo podía salir perdiendo. Sánchez, en su afán de golear, de arrollar, le ha ofrecido el pretexto para romper un minuto antes de hacer el canelo. Lo peor es que no hay manera de que la justicia deje de ser objeto de manoseo por una nomenclatura pública que no sólo resulta incapaz de tomarla en serio sino que pone máximo empeño en arruinar del todo su maltrecho crédito.