El periodismo se convirtió en una profesión de riesgo. El poder ha establecido un territorio de combate donde o se está con el Gobierno o se adscribe a la ultraderecha. Sin contemplaciones, a la brava. Quien escribe debe arrostrar la ofensiva, impávido o acogotado; siempre consciente de que los administradores del carnet de demócrata, no digamos ya el de progresista, sentenciarán el lugar que ocupas. Para los viejos del lugar es algo tan conocido que ni siquiera produce esa risa contagiosa de otras veces, porque ya no estamos en la edad de ser sarcásticos sino de protegernos ante la epidemia institucional que trata de llevarnos al geriátrico.
Vivimos el silencio de los años del cólera, luego la reconversión democrática en la que surgieron más liberales que champiñones. Pasamos más tarde por la guerra incivil de Felipe González entre su nuevo “Régimen” y los adversarios que denominó “Sindicato del Crimen” -así se las traían entonces-, que dejó tantas víctimas periodísticas colaterales por el camino de la Gran Ofensiva de la OTAN. ¡Cuántos recuerdos! Llegamos a Aznar y al arrogante MAR (Miguel Ángel Rodríguez) que te concedía el derecho a existir entre carcajadas. Surgió Zapatero y advino el guiño de la complicidad bien remunerada. Rajoy hacía como que no leía más que el Marca, pero sus subalternos se ocupaban de lo importante, los fondos, y tenía consecuencias.
La era de Pedro Sánchez tiene visos de novedad porque inaugura procedimientos insólitos, tanto como sus hallazgos en el arte siempre sórdido de mandar: los gobiernos patchwork -un anglicismo que en España se conoció siempre como almazuela-, hechos de retales. Al ampliar el círculo de intereses se diversificó mucho el mundo oficial y por tanto las coimas, las subvenciones y las filtraciones interesadas. Las redes sociales, tan mentadas hoy, no son en el mundo periodístico sino la calderilla de los grandes negocios.
El tránsito de Pedro Sánchez, de la prestidigitación a la fontanería, formalizó los temas de alto riesgo. Hasta ahora se jactaba de improvisar soluciones y consagró lo que vino en llamarse Manual de Resistencia, pero la situación se le ha complicado tanto que tiene que bajar la retórica. De artista circense a fontanero. Hay que cerrar las vías de agua que se le han abierto en Cataluña y que creía haber cerrado con una amnistía muñida en beneficio propio y ahora en el alero, porque ni la aprueba la ciudadanía, ni la judicatura, ni asegura a los propios interesados. En palabras llanas, ha de salir corriendo con la caja de herramientas para tapar la rebelión de su derecha más corrupta, Junts; heredera de ese Pujol que con toda probabilidad acabará siendo juzgado corpore insepulto después de diez años de demora interesada de los tribunales.
Las redes sociales, tan mentadas hoy, no son en el mundo periodístico sino la calderilla de los grandes negocios
En situaciones de emergencia cualquier bobo sobrado puede provocar una desgracia. Puigdemont, por ejemplo. No tiene más que 7 votos, pero imprescindibles. Hay que cerrar ese grifo y si es menester regalarles la “llave de la caja”; no hay precio comparable a mantener al Presidente. No se trata de socios estratégicos sino de cómplices y eso requiere compartir el botín. Obligado a improvisar un viaje a Barcelona, sabe que Salvador Illa aguantará el desdén; está acostumbrado.
Y de Cataluña al País Vasco, sin pausa, porque el PNV empieza a espantar las moscas de su quietud y se crece en la duda. Una cosa es que el Presidente no sea de fiar y otra estar dispuestos a pasar por mansueños sabiendo como saben que Bildu ha logrado, en secreto mafioso, unas concesiones que les achican ante sus paisanos. El fontanero viajante les abrirá el baúl a todos. ¿Quieren controlar las fronteras?, pues que se las regalen. ¿Quieren compensaciones económicas en Cataluña?, pues encontraremos una fórmula lingüística enrevesada para que sean singulares. ¿Y la llave? Que hagan una copia. ¿Quieren los Ferrocarriles de Cercanías? Nada más fácil. Ocurrirá como con la Enseñanza y la Sanidad, una continuación de lo existente, pero con cartelería en catalán y más parcelas a repartir. Los defensores de las autonomías lo tenemos crudo, porque nos dejan en ridículo.
No hay ya lugar para el amor y las pasiones. Hay que acabar con el caso “Begoña, vía mía”, y pasar al “caso Peinado, el picajoso”, que vive en una casa sin licencia, tiene dos carnets de identidad y una hija concejal del PP en no sé dónde. ¡Que declare él! Entre los fenómenos más curiosos de esta guerra inducida de periodistas hay una que me llena de zozobra. ¿A qué se dedican los 800 asesores oficiales de La Moncloa? El secreto mejor guardado: ¿quiénes son estos clandestinos del poder? Lo que cobran me importa menos que su misión, porque 800 conforman una división de combate. A esa tropa de la inteligencia gubernamental es seguro que debemos símbolos tan luminosos como “fachosfera”, “bulo” o la “máquina del fango”, una metáfora que patentó Umberto Eco para definir la labor subterránea de la mafia en los medios de comunicación, que tenía como objetivo socavar el prestigio y la honorabilidad de los jueces. Lo mismo que ahora, pero al revés.
Hay un periodismo que hace las veces de Orquesta del Titánic. Por un equívoco debido a la tradición pensamos que la misión de esos músicos era distraer a los pasajeros. Me temo que no, que lo suyo estaba en dar a entender que frente al mar embravecido lo mejor era quedarse al abrigo del buque y pasar por alto la irresponsabilidad de los tripulantes que se afanaban en la caza de los botes salvavidas. En el fondo quizá el inefable Tezanos y sus imaginativas encuestas del CIS tengan una suprema razón de ser. Después de tantos años haciendo de mamporrero de los sucesivos líderes del PSOE -yo le recuerdo en la facción radical-populista vinculada a Alfonso Guerra, que tenía su base de operaciones en la cafetería del Hotel Suecia de Madrid- ahora cumple su sueño húmedo de aparecer de Director de Orquesta. Según la última de las suyas, recién de anteayer, el 80 % de los españoles se sienten felices; especialmente los votantes socialistas y sus retales.
Ahora sí podemos marcar territorio: la mayoría de los españoles son felices porque tienen un líder que se llama Pedro Sánchez. Lo garantiza científicamente el reputado sociólogo Félix Tezanos, de dilatada trayectoria. Conviene valorarlo antes de escribir, porque luego pasa lo que pasa y no cabe sorprenderse por la que nos va a caer en nuestra condición de adversarios del gobierno más progresista de nuestra historia, y lo que es más grave, por intentar privarles de la felicidad.