- Pretender llegar al poder nacional al tiempo que se dinamita la convivencia y se lanzan acusaciones contra la dirección es una conducta inaudita e inadmisible.
Aunque sea cierto que Isabel Díaz Ayuso es mucho más popular que Pablo Casado, el juicio sobre la legitimidad política y las consecuencias del conflicto desencadenado por las filtraciones de Sol, primero, y el comunicado de Ayuso, después, no debieran depender ni de forofismos ni de presuntas diferencias políticas.
En primer lugar, como cualquiera puede comprender, lo que ha creado un escenario de guerra total en el seno del PP es la afirmación acerca de que Casado ha dirigido una supuesta operación de espionaje para desprestigiar a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Por muy tonto que se suponga a Casado, es evidente que él no ha podido ser quien haya llamado a la prensa para montar una historia que hace trizas su imagen, por la simple razón de que nadie cuenta una historia que le perjudique de manera tan clara.
El primer hecho incontestable es que Ayuso ha desencadenado una cacería mediática y sentimental, con técnicas de reality show (a ver quién dice la barbaridad mayor) y sin descartar los escraches, como el del domingo en Génova, cuyo objetivo obvio es derribar a Casado. Hay que reconocer que el momento elegido no podía ser mejor. No es la primera vez que esto pasa delante de Génova, pero eran Rubalcaba e Iglesias quienes lo organizaban.
Casi todo el mundo pasa por alto que el comportamiento de Ayuso sea por completo incompatible con las reglas de juego de cualquier partido político. Con todas las gravísimas cosas que han pasado en la democracia española desde 1977, nunca nadie había atentado de modo tan brutal contra el principio de que, fuera de los cauces políticos, no cabe atacar al presidente legítimo de tu partido y menos atribuyéndole la comisión de un delito. A Suárez le llamaban tahúr del Misisipi, pero era la lengua viperina de Guerra, segundo de a bordo del PSOE.
Casado ha negado de manera enfática toda responsabilidad en cualquier posible actuación de espionaje a la presidenta de la Comunidad de Madrid (CAM) por parte de supuestos militantes o amigos a sus órdenes, pero ha vacilado a la hora de informar algo que debiera estar muy claro: que no se necesitan papeles ilegales para recibir informes y documentación pública de amigos, funcionarios y/o políticos de la CAM escandalizados por el hecho de que una empresa de Sotillo de la Adrada (noble municipio abulense en Castilla y León en el que la familia de Ayuso tiene sus raíces), no dedicada a estos menesteres, haya conseguido acceder a la mesa que concede los contratos en un momento tan competido en el que cientos de empresas expertas y del ramo pugnaban para traerse unas mascarillas chinas.
«Al PP del futuro nada puede convenirle menos que una larga sospecha sobre cómo siguen primando los intereses de sus dirigentes»
La conducta indebida de la presidenta y su hermano ya ha sido admitida por la señora Ayuso. Aunque, como en la mejor tradición picaresca, aduciendo que sólo se ha cogido la puntita del ronzal (a la espera de que el jamelgo que pueda haber por detrás no llame la atención), pareciendo ignorar que los sueldos anuales del 99% de los españoles están por debajo de la modesta cifra de casi 60.000 euros que facturó su hermano sin que sepa bien por qué.
Casado no puede dar marcha atrás en este asunto. No por su interés personal, sino por defender la honorabilidad del PP que ha pasado por pésimos momentos de forma muy reciente, algo que debiera importar a todos sus dirigentes, militantes y votantes.
Al PP del futuro nada puede convenirle menos que una larga sospecha sobre cómo siguen primando los intereses de sus dirigentes y sus círculos de allegados sobre los riesgos para la honorabilidad del partido. No creo que merezca censura que el presidente del PP haya tratado de sustanciar informaciones comprometidas como corresponde a quien pretende evitar cualquier atisbo de corrupción durante su mandato.
Si renuncia a adoptar esta actitud por sentirse débil, por dejar que las graves acusaciones de Ayuso cursen junto con los más diversos análisis sobre la flojedad de su liderazgo, estará dando la razón a sus rivales y admitiendo como recurso legítimo la técnica del golpe, el haber arrojado una bomba en el patio del PP.
«Si se han de resolver las querellas internas recurriendo a la toma de la calle, podemos irnos despidiendo de nada que se parezca a una democracia europea»
Si en los partidos no se respetan las reglas del juego, vendrán muy malos momentos para la política española. En este asunto de la formalidad en los partidos no se puede ir a menos sino cada día a más, por la misma razón que hay que extremar la vigilancia sobre los posibles descuidos interesados entre quienes administran los caudales públicos. La ambición de Ayuso le ha jugado una mala pasada: un dirigente que fomenta un escrache frente la sede nacional de su partido no puede pretender la confianza de los suyos. Es un peligro público y el PP cometería un suicidio político si prestara atención a esta especie de lideresa sin complejos.
Si en los partidos se han de resolver las querellas internas, inevitables, recurriendo a la prensa amiga o a la toma de la calle, ya podemos irnos despidiendo de nada que se parezca a una democracia europea en la que, no hay que repetirlo, facturillas como las del hermano de Ayuso habrían puesto en la calle al político que las hubiera hecho posibles.
Muchos electores del PP suelen refugiarse en el argumento de que, puesto que Ayuso ha ganado a la izquierda no merece que se repare en nimiedades, al asumir que mucho mayores son las de sus rivales y no pasa nada. Francamente, no sé lo que le habría de suceder al PP para que caiga de una vez en la cuenta de que el trabajo más importante que tiene por delante es el de recuperar su credibilidad, y no se me alcanza las razones para que algunos se pongan a mirar hacia La Meca cuando asoma un asunto comprometido.
Otros muchos pensamos que un partido que dice creer en la propiedad privada, en la legalidad, en la libre competencia y en el Estado de derecho está más obligado que el resto de las fuerzas políticas no sólo a ser ejemplar, sino a parecerlo. La razón es muy simple. En la izquierda abundan quienes creen que la propiedad es un robo y que la justicia consiste en dar la razón a los nuestros, pero eso no debiera tener la menor cabida en un partido de corte liberal y conservador, que profesa respeto a las reglas y los procedimientos.
«»Quien quiera hacerse con la dirección del partido deberá presentarse al congreso nacional y poner su destino en manos de los votantes»
Hay personas en la derecha que practican el vale todo y que, en forma más o menos secreta, admiran el arrojo de la izquierda y su propensión a tomar las calles. No creo que, para una mayoría de electores del PP, quepa duda de qué parte están y, por tanto, a poco que reflexionen acabarán por ver que el desbordamiento madrileño pone a su partido en manos de otros.
También me extraña que no se perciba la desigualdad de esta pelea. Es la que siempre existe entre el populismo arrebatador y el examen sereno de las cosas, pero también la que hay entre poder usar los persuasivos poderes de una Comunidad y quien las pasa canutas en la sede de un partido. La de uno acosado por la herencia de otros descuidos del pasado que, de manera fatal, han arrastrado su imagen y su posibilidad de arracimar los votos que es seguro que acudirían a un PP que no hubiese jugado hasta quemarse con los límites entre la presunción de inocencia y la corrupción.
Quien quiera hacerse con la dirección del partido deberá presentarse al congreso nacional que se ha de celebrar en julio y poner su destino en manos de los votantes. Pretender llegar al poder nacional al tiempo que se dinamita la convivencia y se lanzan acusaciones contra la dirección es una conducta inaudita e inadmisible y, a no tardar mucho, se verá censurada con dureza incluso por quienes ahora acogen el relato sentimental de la presidenta mancillada.
*** José Luis González Quirós es filósofo y exdirigente de UCD, CDS, PP y Vox.