ABC-OR JAVIER RUPÉREZ

«A los afiliados a Etxerat que se quejan de recorrer miles de kilómetros para ir a las cárceles, les convendría recordar que hay miles de españoles que deben realizar otro viaje. El que les lleva a visitar los sepulcros de aquellos que sus parientes, terroristas de ETA, asesinaron. No hay nadie esperándoles.

SE presenta Etxretat como una asociación de «familiares y allegados de presos, exiliados y deportados políticos (sic) vascos». (No hace falta señalar que siguiendo las normas habituales de la lingüística progresista de género, todos los sustantivos y adjetivos son también replicados en su versión femenina, para que no quepa ninguna duda de dónde la asociación se coloca. A tales efectos, y en aras de la brevedad, tales innecesarias duplicaciones son aquí suprimidas).

Acaba Etxerat de hacer público un comunicado en el que, en nombre de sus asociados, pide «disculpas» a las víctimas de otras acciones violentas con el ánimo, dice, de «empatizar» con su dolor y reconocer que no siempre han estado a la altura de tal loable deseo. Para que no quepa duda de a quién se refiere, la asociación de familiares de encarcelados por haber pertenecido a la banda terrorista ETA –aunque se cuidan muy mucho de calificar de terrorista a la banda criminal del nacionalismo vasco– realiza una completa enumeración: «Etxerat reconoce, respeta y empatiza con todas las víctimas de las diferentes expresiones de violencia. A todas y cada una de las víctimas, independientemente del origen de la violencia; a las víctimas de ETA, a las de los Comandos Autónomos, a las del terrorismo del Estado, a las víctimas de actuaciones de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado español, a las víctimas de torturas, les tendemos hoy la mano, especialmente, a aquellas a quienes por acción u omisión hayamos podido, aún sin pretenderlo, contribuir a acentuar su dolor».

Ese es el «relato»: un «conflicto político» del cual todos son igualmente responsables y cuyas múltiples víctimas merecen la misma consideración y simpatía. En esa dulcísima perspectiva, que desde luego no soporta el más ligero de los análisis politicos y estadísticos, los responsables hoy encarcelados –y aquellos cuyas fechorías no han sido todavía adjudicadas– del terrorismo nacionalista vasco, con sus centeneras de víctimas mortales, sus miles de mutilaciones, sus decenas de secuestros, sus centenares de ciudadanos enviados forzosamente al exilio, su persistente y criminal voluntad de acabar con la unidad de España y con la libertad de sus habitantes, merecen el mismo tratamiento que los del totum revolutum que incluye a los Comandos Autónomos o a las Fuerzas de Seguridad de la democracia española.

Los familiares de los terroristas vascos encarcelados afirman sufrir en sus carnes la misma dolencia que acosa a las víctimas de las acciones criminales por las que sus familiares fueron encarcelados, y por ello, y para ello, se quejan de una política penitenciaria de excepción (sic). E incluso se atreven a enumerar sus terribles cuitas: no podemos ni queremos olvidar a las dieciséis familias que han perdido un familiar en accidente de tráfico a causa de la dispersión, ni a las 31 familias que han perdido un ser querido víctima de la política penitenciaria, pérdidas que nos han causado un profundo dolor y que se podrían haber evitado con una aplicación de la política penitenciaria ajustada a derecho». Y aunque, en un rasgo insólito de pudor, reconocen que con ello no quieren «establecer equidistancia entre sufrimientos», no dejan de arriesgarse a la hipérbole: «Conocemos el sufrimiento en carne propia y ello nos hace reconocer el vuestro».

El propósito del ejercicio, en fraseología que debe todo a la conspicua y meliflua aportación de Jonan Fernandez y sus cuates, lo dice todo: «… Apostamos por seguirnos escuchando, algo por lo que Etxerat ha trabajado en los últimos años, y reiteramos la necesidad de tender puentes, de que afloren los diferentes relatos en el camino hacia ese relato poliédrico que nos acerque, y sane y cierre las heridas, al objeto de establecer las bases de la convivencia». Lo del «relato» se ha convertido en exigencia dogmática. Convertirlo en «poliédrico» riza el rizo de la pseudo-intelectualidad nacionalista.

No han faltado voces inocentes, asustadas, interesadas o a sueldo, que de todo hay en esta trágica historia, que han querido reconocer en el comunicado un salto cualitativo hacia el tan esperado y nunca producido reconocimiento por parte de ETA de sus crímenes. Pero si bien se lee el texto, no hay tal. Ni siquiera hay petición de perdón y reconocimiento del daño causado, suponiendo que ello bastara para borrar de la memoria colectiva los delitos todavia sin autoría o la necesidad de la continuada acción de la justicia. Por no mencionar la ineludible necesidad de construir un «relato» que a diferencia del que patrocinan Fernández y sus patrones del nacionalismo vasco, establezca, verdad, justicia y reparación como bases imprescindibles para recuperar con precisión los extremos de lo perpetrado por el terrorismo nacionalista de ETA durante las décadas de su nefanda actividad. Todo lo demás es humo cancerígeno

Y para los afiliados de Etxerat que tienen que recorrer kilómetros para visitar a sus allegados delincuentes presos en cárceles del territorio nacional, más les convendría recordar lo evidente: hay miles de españoles que deben realizar otro viaje. El que les lleva a visitar los sepulcros de aquellos que sus parientes, terroristas de ETA, asesinaron. No hay nadie esperándoles.