ARCADI ESPADA-El Mundo
El 155 es un inútil total para acabar con el nacionalismo. La ley no sirve, porque el nacionalismo, aunque fuera de la moral, está dentro de la ley. La ley acabó con ETA; pero no con la indeleble vergüenza de los miles de vascos que legitiman el terrorismo votando a partidos –legales– que no lo han condenado. La derrota de ETA no podía suponer la derrota del nacionalismo. Para que eso sucediera se requería un tipo de moralidad pública dominante que en el País Vasco está lejos de alcanzarse. Algo parecido –no idéntico– sucede hoy en Cataluña. Dos millones de irresponsables votaron a partidos que han llevado a Cataluña al lugar más bajo y grotesco de su historia moderna. El 155 no puede hacer nada por ellos, pobres. El 155 se aplica a la delincuencia política, no a la bajeza. A los catalanes constitucionalistas les bastaría un gobierno del Estado que fuera inflexible con el cumplimiento de la ley. Y que se ocupara de la bajeza no matando moscas con el calibre 155 sino aplicando láser, por ejemplo, sobre los intereses de esas élites catalanas que tienen la desvergüenza supuestamente equidistante de amonestar a los demócratas y compadrear con los golpistas. Casado no debería fantasear con el ensueño de un 155, proclamado por vestales rojigualdas y lubricado por ríos de leche macha. Mucho más útil sería que cuadrara al Círculo y que explicara cómo afrontar la degeneración estructural de que un presidente de los empresarios españoles rinda visita carcelaria a un golpista. El problema de Cataluña no es la excepcionalidad, sino la normalidad.