Jesús Cacho-Vózpopuli

Desnortado en el laberinto catalán, el Gobierno Rajoy trabaja en una salida pactada (“En Catalunya estamos haciendo todo lo posible para que se recupere la normalidad y sensatez”, dijo ayer el pasmado) con ciertos sectores de Convergencia y el respaldo de personajes de la banca y el empresariado, para colocar en la presidencia de la Generalitat a Elsa Artadi –la chica de Mariano, como él mismo reveló ante lo de Ana Rosa-, con Mas-Colell como conseller en cap, fórmula que permitiría al doliente levantar el campo del 155 y salir pitando hacia los jardines de Moncloa donde todo es paz y sosiego. Es la enésima versión de la “operación diálogo” de la que ayer hablaba aquí José Alejandro Vara, que explicaría episodios tan vergonzosos como el más reciente de Montoro, –un mandao de la vicepresidenta Soraya, la virreina catalana- asegurando que en la preparación del referéndum del 1-O no se utilizó un euro público. Quienes conocen el paño vienen a decir, sin embargo, que esa es una soberana tontería, puro wishful thinking, porque en Cataluña habrá un presidente/a al gusto de Puigdemont y de la máxima confianza de Puigdemont, con un vicepresidente de ERC, y la abstención de CUP.

En los círculos constitucionalistas catalanes se sigue apostando, con todo, por la celebración de nuevas elecciones autonómicas a pesar de lo que el independentismo se juega en el envite, y ello porque la división en el universo indepe es tan grande, el odio entre unos y otros tan visceral, que no hay forma de unir las piezas rotas del jarrón del prusés. Haya o no elecciones, o termine aflorando ese Gobierno títere a las órdenes de Puchimón, lo que parece claro es que el 155 seguiría operativo, dispuesto a prolongar el parón de facto en que vive la Comunidad desde hace tiempo. Nada de esto interesa ya a esos sectores constitucionalistas que en Barcelona y Cataluña llevan años soportando el chaparrón totalitario del prusés. Ellos están en otra derivada, muy alejados de las cuitas cobardes, entreveradas de traición, que mantienen paralizado al Gobierno Rajoy. En un escalón de más altura, ellos están ya empeñados en la gran operación política que viene, en la que el constitucionalismo –que cada vez tiene menos que ver con el Gobierno Rajoy- se lo juega todo a una carta: la toma de la alcaldía de Barcelona en las elecciones municipales de mayo de 2019, justo un año a partir de ahora, un envite que puede marcar un punto de inflexión en la lucha contra la lacra independentista.

La bomba explotó el viernes, con el anuncio de que el ex primer ministro francés, Manuel Valls, baraja la posibilidad de presentar su candidatura a esa alcaldía como cabeza de lista por Ciudadanos en las municipales del próximo año, respondiendo a una invitación formulada por Albert Rivera. “Me he metido en este debate porque soy nacido en Barcelona, hijo de catalán, y porque también quiero dar a Cataluña y a España mis orígenes”, explicó el viernes en los desayunos de TVE. “España es un Estado democrático de Derecho con una Constitución de las más democráticas que existen en el mundo, pero no hay posibilidad para Catalunya de salir de España”. Esta es la gran operación en la que C’s, junto a Sociedad Civil Catalana y otras organizaciones opuestas al rodillo indepe, llevan meses trabajando en silencio, muy de espaldas a Soraya y sus cuitas con el preso de Estremera. Esta es la llama de la esperanza que el viernes prendió en millones de españoles, dentro y fuera de Cataluña, porque a nadie se le oculta que estamos hablando de un candidato excepcional, que haría de la de C’s una lista ganadora.

Romper el espinazo del separatismo

Todos los partidos del arco parlamentario catalán consideran las municipales de mayo del 19 como el envite decisivo. Para todos se trata de una cita crucial. Ocupar la alcaldía de Barcelona supondría para el independentismo un espaldarazo casi definitivo; conquistar Barcelona para el constitucionalismo, por el contrario, significaría romper el espinazo del separatismo, cerrando probablemente la puerta a ese tipo de aventuras en toda Europa y dando paso al restablecimiento de la normalidad democrática, con un alcalde y un Ayuntamiento capaces de servir a todos los barceloneses y no solo a la minoría indepe. Desde hace meses, los sectores constitucionalistas antes citados han estado sondeando la posibilidad de formar una candidatura transversal, como se dice ahora, integrada básicamente por nombres de C’s y del PSC, con el apoyo de independientes de prestigio y el respaldo por fuera o a posteriori del PPC. Pero lo que sobre el papel podría imaginarse como una apuesta a caballo ganador, en la práctica se ha demostrado imposible. Las resistencias son infinitas, como infinita es la desconfianza mutua.

Esa realidad terminó reorientando los trabajos en la dirección de un pacto poselectoral mediante el cual PSC y PPC pasaran a apoyar, dentro del mismo o por fuera, a un Gobierno municipal liderado por C’s como lista a priori más votada. El PSC tiene ya su candidato prácticamente elegido. Se trata de Jaume Collboni, un representante de esa “izquierda caviar” a la que ayer aludía aquí Miquel Giménez, incapaz de despertar el menor entusiasmo entre los descendientes de aquella emigración que décadas atrás conformó el cinturón rojo de Barcelona en busca de una vida mejor. “No es mal candidato, pero no despierta muchas simpatías”. Por su parte, el PPC, con el nombre de Andrea Levy revoloteando, parece decidido a presentar de nuevo a Alberto Fernández, de los Fernández & Fernández de toda la vida, la finca de los hermanos Fernández Díaz, asumiendo con resignación la posibilidad de que el PP pueda quedar fuera del Ayuntamiento, y ello porque el centro derecha en Cataluña no es ahora el PP, sino C’s.

Y en esto estalló la bomba Valls y la posibilidad cierta de rescatar del fango a la gran Barcelona que fue antes de que cayera en manos de la extrema izquierda, de una Ada Colau dispuesta a poner la ciudad al servicio de su turbio negocio político. El cambio de la calle dedicada al Almirante Cervera, un héroe de la guerra de Cuba respetado por los vencedores de la batalla naval de Santiago, por un titiritero como el tal Rubianes y su “puta España”, ha sido la última humillación a la que esta señora ha sometido a una ciudad antaño espejo de tolerancia. La doña no pasa por su mejor momento. Su proyecto estelar, la multiconsulta promovida por sus Comunes, supuestamente llamada a ser un hito de participación ciudadana a costa de dilapidar 3,6 millones del erario público, ha sido tumbada días atrás por la oposición municipal. Privada de apoyos desde que decidiera romper el pacto de Gobierno que mantenía con el PSC, y con el respaldo de apenas 11 concejales -una cifra del todo insuficiente para plantear una gestión municipal autónoma-, la Colau afronta su último año de mandato en la mayor de las soledades.

El gran enemigo de Valls no será Colau

El gran enemigo de Valls y C’s no será obviamente Colau y sus muy loables artes y oficios (“Fregar suelos o vender pescado son trabajos tan dignos y respetables como el de alcaldesa. También trabajar en una verdulería”), sino un nacionalismo que ya trabaja con la idea puesta en una lista única capaz de situar a un separatista al frente del Ayuntamiento, lista que tras la irrupción en escena de Valls hay que dar por cierta, por difícil que pueda resultar su concreción. Ese va a ser el envite. Recuperar la ilusión de aquella Barcelona del 92, la de los Juegos Olímpicos, un evento que le puso en el mapa de las ciudades más atractivas del mundo. La importancia de lo que ocurra en mayo del 19 es obvia. Barcelona es la rada sobre la que descansa toda Cataluña, con un efecto tractor brutal sobre la Comunidad. La ciudad y su hinterland cuentan con cerca de 5 de los 7,5 millones de habitantes que pueblan la región, y el Ayuntamiento dispone de capacidad suficiente para formular políticas capaces de surtir un efecto arrastre definitivo sobre la vida económica, política y social catalana.

Se trata de convertir la antaño llamada Ciudad Condal en un espacio de libertad y progreso, una especie de Comunidad autónoma al estilo de la de Madrid en el corazón de la Cataluña rural y carlista. Esa sería la gran victoria de la candidatura Valls, que muy probablemente vendrá avalada por una serie de personalidades independientes y de prestigio dispuestas a devolver a la ciudad el papel que siempre jugó como adelantada del desarrollo y la liberalidad española. Hacer de Barcelona el faro capaz de iluminar la Europa mediterránea, para desde allí recuperar un clima de normalidad democrática que dote al constitucionalismo de un relato integrador susceptible de atraer a una buena parte de los catalanoparlantes que en los últimos tiempos se han sentido atentados por la inclemente propaganda independentista. Es la gran jugada que escondía la broma de Tabarnia. Ese sería el triunfo de Tabarnia.