Antonio Rivera-El Correo

Catedrático de Historia Contemporánea de la UPV/EHU

  • ¿La vía social de EH Bildu ganará también seguidores para su ultranacionalismo?

Celebró la izquierda abertzale congreso en Pamplona, el tercero de EH Bildu. Concluyó con una frase feliz: Primero el pueblo y luego el partido. Imaginen que hubieran salido con el aserto contrario. Lo imposible de ello ilustra sobre el vacío de esas afirmaciones; ninguna fuerza política lo habría dicho, luego no sirve de distintivo.

El lenguaje de esta cultura política ha sido siempre estupefaciente y solemne. Tiene algo de esas declaraciones de los partidos comunistas rancios perdidos en la Guerra Fría. A la vez que reafirman que Bildu es una coalición donde hay que respetar la identidad de cada cual, establecen que ese es el único espacio de debate político y toma de decisiones. Para ello, el coordinador (Otegi) pasa a secretario general y las escuetas representaciones de Eusko Alkartasuna y Alternativa (Eba Blanco y Oskar Matute) se diluyen en una Mesa política -subsidiaria de la ejecutiva- de 33 o más miembros. El resto es Sortu. Una película repetida hasta la saciedad.

Lo mismo se podría pensar de la oferta estrella de la convención: listas conjuntas para fuera del País Vasco (Cortes y Europa). A un historiador como yo le suena a volver a la primavera de 1976 cuando en el Hotel Chiberta de Anglet algo parecido -tenía más calado, es cierto- propuso Monzón (y ETA) al PNV y este salió corriendo y diciendo que nones. Ahora se lo ofrecen a las fuerzas «progresistas, antifascistas y de izquierda», y es el viejo partido jeltzale a donde miramos todos, como si la descripción lo definiera. Así son las cosas en esta bruma. Y ha vuelto a decir que no, lógicamente, ahora que estos le disputan el poder en el espacio local y le han arrinconado en los externos.

El resto es reiteración y espera. Los otros dos hallazgos congresuales son su inevitable declaración de estrategia política y otra sobre «democracia con gobernanza» a la que se aplicó el ideólogo Otxandiano. La primera gira en torno a antineoliberalismo y soberanía nacional; vamos, el nacionalismo revolucionario de 1964 actualizado convenientemente en sus términos. Se traduce en lo de siempre: agenda social y proyecto independentista. Esto último no ofrece mayores novedades, salvo la convicción de que deben forjar mayorías que modifiquen los marcos legales de cada territorio en disputa. Lo primero remite a una declaración de fracaso del gran sistema, que se resiste con movimientos y movilizaciones constantes en un ciclo que fechan desde 2011, y donde se meten desde la Korrika a las manifestaciones de pensionistas, la teatralización interminable del final de ETA o el activismo sindical sin siglas (o el feminismo, por supuesto y de manera destacada, contribuyendo a la empresa nacional).

Ese es el terreno de juego desde donde espera la izquierda abertzale avanzar hacia el poder. No aspira siquiera a vampirizarlo, como hizo siempre: le basta con influirlo, que evidencie a cada paso que el país no va y que las inconformidades son muchas. En ese desgaste confía para ablandar la resistencia del PNV y llevar a cabo el ‘sorpasso’ en su momento. Sin prisa, pero sin pausa; se usa en la ponencia la palabra gradual. Una «tercera transformación nacional» -reconozco que ahora no recuerdo cuáles fueron las dos anteriores que vislumbraron-, conducida por EH Bildu y que pasa por seguir incrementando poder y presencia en los marcos políticos actuales, y por alentar a la vez una identificación comunitaria que soporte todo ello. En su lenguaje: «proceso soberanista de carácter gradual que refuerce nuestro sentido comunitario-nacional y conquiste mayores cotas de poder».

Bildu es consciente de su momento feliz y de que su crecimiento se ha producido, además, en los territorios donde históricamente era más débil, lo que le confirma que se produce un cambio sociológico estructural. No se plantea en el texto que esa tendencia pueda variar. Solo se aprecia una urgencia en que «el metabolismo de reproducción comunitario de nuestro pueblo se está debilitando», que «la botella pierde agua». Por lo tanto, es apremiante alcanzar mayores niveles de soberanía que lo eviten mediante la ingeniería social que faculta el poder institucional. El agonismo sabiniano que dio lugar a ETA en 1959 siempre está presente. Y ahí dibujan un panorama de agresión al pueblo vasco que dejaría estupefactos a los que leen la política sanchista como pura entrega al separatismo. La solución es una república confederal de Euskal Herria a la que acudirían los tres espacios culturales vascos actuales desde el respeto a la voluntad ciudadana de cada uno de ellos.

EH Bildu ve claro que sus éxitos rentabilizando diversos descontentos sociales deben traducirse en una oferta de cambio gradual, casi inofensivo y hasta dentro de la legalidad vigente. Un relevo natural que solo acelera en la parte de la construcción nacional, la que siempre preocupó en profundidad a este mundo. Pero la principal pregunta que no se han hecho es si esos encandilados con su conducción de la protesta social van a respaldar su propuesta ultranacionalista conforme se pueda hacer realidad. Apuestan por la técnica de la rana hervida: incrementar el fervor nacional a partir del malestar social en un escenario en absoluto crítico. No se sabe si dará resultados, pero es el resumen de la reflexión estratégica de su tercer congreso.