Editorial-El Correo
- Las ayudas oficiales que favorecen el acceso inmobiliario deben ser más eficaces que efectistas para afrontar la principal preocupación en Euskadi
La vivienda se ha convertido en la principal preocupación en Euskadi y eso ya es toda una declaración de intenciones que retrata, además, un cambio de tendencia en nuestra sociedad y la necesidad de afrontar el reto con soluciones viables. Según las conclusiones del último Sociómetro, hay que remontarse a 2007 para ver situado este tema en lo más alto del ranking de inquietudes en el País Vasco. Y aquel año quedó marcado en rojo por el estallido de la burbuja inmobiliaria. El colapso de los precios tras una escalada especulativa de las propiedades desató una crisis financiera cuyas graves consecuencias aún colean. Casi veinte años después, las alarmas han vuelto a encenderse en la población, que ve con impotencia cómo el acceso a un piso en condiciones dignas y asequibles es poco menos que una labor imposible. Y que constituye toda una desventaja social, especialmente para los más jóvenes, hasta el punto de agravar la brecha de la desigualdad. Un lastre para poder desarrollar un proyecto de vida.
El repunte de peticiones en Etxebide con hasta cien mil solicitudes en el arranque de año, tanto en compra como en alquiler, y el amplio paquete de ayudas desplegado por el Gobierno vasco son una muestra de la urgencia que ha cobrado este problema. La consejería de Bienestar, Juventud y Reto Demográfico acaba de anunciar un plan de avales para «completar la financiación hipotecaria» de personas de entre 18 y 39 años que carecen de recursos suficientes para dar la entrada a un piso. Mientras tanto, el propio consejero de Vivienda se subió al monte Kobetas en el inicio del festival Bilbao BBK Live para presentar las novedades del programa Gaztelagun, enfocado a que un mayor número de jóvenes pueda recibir el subsidio de 300 euros al mes como apoyo a la renta. Estas medidas deben ser sobre todo eficaces con el objetivo final de favorecer la emancipación más que efectivistas en su puesta en escena.
Las repercusiones de los altos precios agudizan el riesgo de desigualdad e, incluso, la estigmatización entre barrios discriminados por las rentas de sus habitantes. La temida exclusión es un hecho, como lo es también el fenómeno de la salida forzada de vecinos de la ciudad a municipios de la periferia en busca de condiciones de alquiler más asequibles. La transformación de la sociedad, con familias de menor tamaño y un auge de los hogares unipersonales, obliga a adaptar la planificación a las nuevas necesidades.