Editorial-El Español
El aumento del poder adquisitivo de los jubilados españoles, muy superior durante los últimos años al de los jóvenes, al de los adultos solos y al de las familias con hijos, está ampliando poco a poco esa brecha generacional que hasta ahora solía personificarse en la vivienda, pero que ahora llega incluso a la compra de alimentos.
De acuerdo con los datos del informe de Consumo Alimentario de 2023 elaborado por el Ministerio de Agricultura y publicados hoy por Invertia en EL ESPAÑOL, los mayores de 65 años consumen más aceite, carnes rojas, pescados, verduras y frutas frescas que el resto de los españoles gracias a su mayor poder adquisitivo.
Los jubilados son los españoles que más consumen per cápita en todas las categorías alimentarias salvo en la de la pasta, el alimento preferido por las familias con hijos dado su bajo precio. Los mayores de 65 años, concretamente, consumen casi 890 kilolitros de alimentos al año, una cantidad muy superior a la media nacional, de sólo 574 kilolitros.
Los datos son explícitos. Los jubilados españoles compran el 31,2% del aceite consumido en España, siendo sólo un 25% de los hogares; consumen más del doble de carne, 58 kilos al año, que las familias con hijos, con sólo 25; también consumen un tercio del pescado nacional y cuatro veces más fruta que las parejas jóvenes con hijos.
Los jubilados superan, de hecho, el consumo de marisco de las clases altas, con 10,2 kilos al año frente al 6,6 de esas clases privilegiadas y el 4,8 de la media nacional.
El desequilibrio se explica por la decisión del Gobierno de vincular las pensiones a la inflación real, lo que ha permitido a los mayores mantener su poder adquisitivo mientras se desplomaba el de los asalariados, cuyos salarios no han crecido al mismo ritmo que lo hacía la subida de los precios.
Blindados contra la inflación, los mayores se han convertido en el sector poblacional más rico del país, con un patrimonio medio de más de 220.000 euros. Y, de hecho, y al contrario de lo que suele ocurrir en el resto de la UE, donde lo habitual es que los jubilados vendan alguna propiedad para poder complementar la pensión, en España no es raro que los jubilados incrementen incluso su patrimonio adquiriendo más viviendas gracias a haber liquidado ya la hipoteca de los inmuebles comprados en el pasado.
Obviamente, los mayores españoles no son los responsables de esta situación. La diferencia, además, entre aquellos que han podido adquirir una vivienda o más a lo largo de su vida laboral y aquellos que no han podido hacerlo es tan amplia como la que les separa de los jóvenes. Cabe también distinguir entre aquellos que cobran la pensión máxima y los que cobran una menor y muchas veces insuficiente.
Pero lo que es evidente es que el hecho de que los jubilados doblen e incluso tripliquen el consumo de alimentos de los jóvenes o de las familias con hijos, y que su patrimonio inmobiliario sea muy superior al de unas generaciones jóvenes con enormes dificultades para acceder a un alquiler, y no digamos ya a la compra de una vivienda, supone un desequilibrio en nuestra economía que debe ser corregido con luces de largo alcance.
El Banco de España advirtió el pasado mes de mayo, en la Encuesta Financiera de las Familias, que el gasto público se ha concentrado durante los últimos años en los mayores, sin que las edades intermedias o jóvenes hayan recibido la misma atención del Gobierno. El BdE recomendaba «reconsiderar las cuestiones intergeneracionales en el diseño de las políticas públicas» para evitar que la brecha generacional siga aumentando. La tarea es, efectivamente, urgente. La desigualdad no puede enquistarse.