LUIS VENTOSO – ABC – 19/08/16
· Al Reino Unido le ha costado 20 años encarcelar a un peligroso salafista.
Todos los gobiernos de Europa deberían detenerse a estudiar la sangrante historia de Anjem Choudary, abogado y predicador londinense de 49 años, repleta de lecciones sobre los límites de la amable «tolerancia multicultural».
El resumen es sencillo. Desde hace 20 años, Choudary parecía lo que en verdad es: un peligroso predicador salafista, relacionado incluso con la tramoya de algunos atentados islamistas. Pero la justicia británica fue incapaz de meterle mano. Solo ahora, tras una investigación millonaria e interminable, se han acumulado pruebas para que los jueces lo envíen a la cárcel.
El público descubre atónito que el predicador suní, al que tenían por un bocazas, una caricatura de salafista que hasta opinaba en la BBC, era en realidad el instigador espiritual de los terroristas que cometieron los horribles atentados de Londres en 2005 y del que degolló en plena calle al soldado Lee Rigby. También animó a docenas de jóvenes musulmanes británicos a enrolarse en Daesh. Como guinda sarcástica, Choudary vive con su mujer y sus cinco hijos en una casa con terraza del este de Londres, pagada por el erario público. Europa se ha debilitado tanto que no solo no detiene a quien proclamaba a voces su deseo de destruirnos, sino que lo premia con una vivienda social y subvenciones para sostenerse.
Choudary es inglés, nacido en el sureste de Londres, hijo de un tendero pakistaní. De buena cabeza, estudió en la Universidad de Southampton, donde primero intentó medicina y luego se hizo abogado. En sus días de estudiante lo llamaban Andy y era más de porrete, sidra y polvete volandero que de Corán, mezquita y sharía. Luego se dejó la barba de chivo, se embutió en una túnica, enardeció con su verbo flamígero las mezquitas del llamado Londonistán y fundó al-Muhajiroum, una sociedad para propagar el odio yihadista, que tardó años en ser prohibida.
No había que ser Sherlock Holmes –ni siquiera el ramplón doctor Watson– para deducir que suponía un problema. En 1999, «The Daily Telegraph» ya relevó que era el líder de una red para enrolar a británicos en la yihad. Cuando Bin Laden derribó las Torres Gemelas, Choudary ensalzó desde Londres a los «magníficos mártires» del atentado, «un ejemplo para que todos los musulmanes cumplan con sus responsabilidades».
El buenismo se impuso: la Policía y la justicia no hicieron nada, el abogado salafista se escurría por las grietas de las leyes. Ahora se le relaciona con quince ataques terroristas, la mayoría evitados por las fuerzas de seguridad. La tolerancia mal entendida hace que todavía hoy Twitter se niegue a dar de baja su cuenta, con miles de seguidores de sus soflamas violentas contra Occidente (donde siempre ha vivido y de cuya beneficencia se aprovecha). Otra multinacional estadounidense, YouTube, ha desoído también las peticiones policiales para que retiren los vídeos donde apoya y aplaude a Estado Islámico.
Lo notable es que el predicador no engañaba a nadie, abogaba por la bandera islámica en el 10 de Downing Street y por la sharía como única ley del Reino Unido. Los ingleses se lo tomaban mayormente a coña, pero Choudary no dejaba de decir en alto lo que se piensa en silencio en muchos hogares de la Inglaterra coránica: «Como musulmanes debemos rechazar la democracia, el secularismo, las libertades y los derechos humanos». Es decir, los cimientos sobre los que se ha construido Gran Bretaña.
¿Pueden delinquir las ideas? Un antiguo y espinoso debate. Pero cuando una idea se convierte en un machete, o en una bomba, no se puede seguir silbando.
LUIS VENTOSO – ABC – 19/08/16