Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Quiero decir que todos vemos la burbuja, que es indecente el aquietamiento de las élites al no pincharla. Las élites españolas no solo son traidoras, como casi todas las occidentales; también son de una cobardía bastante divertida

Quienes no vivimos en la burbuja comprendemos que el fiscal general está infligiéndose un gran daño al persistir en su actitud, mezcla de resistencia personal y arrogancia corporatista. Como un desprecio suplicante. Su pugna por mantenerse en un cargo para el que ha perdido toda autoridad podría contar al menos con cierto patetismo épico, el del que muere blandiendo la espada que apenas puede sostener en alto. Pero ni eso cabe reconocerle al burdo manipulador de pruebas; no estamos ante el individuo que planta su valor o su dignidad final contra el destino inexorable, sino ante el pobre diablo que ni siquiera oye llegar a los alguaciles que se acercan porque está absorto con la música burlesca que en honor a su propia persona impone a diario un sociópata ensoberbecido.

El endiosamiento del todavía presidente del Gobierno, forzado a ocultar eternamente el rastro de sus plagios, no es tan sorprendente en realidad. Está lleno de tipos como él en la difusa esfera de los comerciales, los comisionistas, los representantes improbables, los especialistas en hacer la cabra al prójimo y, en general, toda la tropa que vive de puntillas. Con lo incómodo que debe ser. Lo asombroso es la conducta de unas élites que nunca se han atrevido a señalarlo: el rey va desnudo. Élites que se entregaron incondicionalmente, que olvidaron cuanto constaba de él desde que intentó un pucherazo con Koldo escondiendo tras una cortina la urna que decidía su futuro en el PSOE.

Sí, es cierto que hizo su gira por las agrupaciones de la piel de toro, y es cierto que lo que le había negado el aparato se lo regaló la militancia. La militancia socialista es para darle de comer aparte: votan como los volcanes y como las cataratas, con una constancia antigua que se pierde en las generaciones, votan por pueblos, por barrios y por apellidos, votan como sopla el viento del norte, votan contra, no a favor. O sea, que a una militancia guerracivilista (no en toda España, pero sí en casi toda) le fue a ofrecer rencor y conflicto eterno ese comercial crecido que, si algo sabe, es lo que reclama y merece un público con dos o tres registros: discordia, antagonismo eterno. En esa línea —otra no conocen— van a dedicarle el año 2025 a Francisco Franco. Se va a enterar el caudillo.

Quiero decir que todos vemos la burbuja, que es indecente el aquietamiento de las élites al no pincharla. Las élites españolas no solo son traidoras, como casi todas las occidentales; también son de una cobardía bastante divertida. Tanta pasta para vivir cagado. Y luego están los pocos que, estos sí, habitan la burbuja monclovita, donde aún se considera posible darle la vuelta a las cosas, cerrar los medios críticos, empapelar a los periodistas y jueces molestos, enterrar sus rebatiñas de pandemia, o sus rapiñas de fondos europeos, o su criminal, inconcebible dejación de responsabilidades en Valencia. Entre los alucinados gira y gira el fiscal general como un derviche.