Guillermo Gortázar-EL ESPAÑOL
El médico y escritor de San Sebastián Luis Martín Santos relató un periodo oscuro de la economía y de la libertad a fines de los años cuarenta del siglo pasado, así como sus vivencias en una sórdida pensión de Madrid, en su novela Tiempo de silencio. Me permito utilizar esta imagen y me atrevo a definir estos años iniciales del siglo XXI como El tiempo de las burbujas.
Como es sabido, el final natural de las burbujas es la explosión. Es decir, la vuelta a la realidad. En apenas 20 años de siglo XXI estamos ya frente a cinco burbujas: la inmobiliaria, la financiera, la turística, la del fútbol y la de la política.
Después de un periodo (entre 1996 y 2007) de crecimiento de la economía española como no se recordaba en años, con revalorizaciones inmobiliarias que llegaban al 18% anual, estalló la burbuja inmobiliaria. Resultó que el crecimiento no era real, que no respondía a una demanda solvente. Era mentira, era una burbuja.
Agentes financieros desaprensivos se dedicaban a colocar paquetes hipotecarios de clientes insolventes, los vendían a otras entidades financieras que a su vez los revendían y todos obtenían un beneficio trasladando el problema a terceros. Instituciones financieras y cajas de ahorro centenarias pagaron aquella burbuja con su desaparición.
La crisis alcanzó a la city de Nueva York. España fue uno de los países que más sufrió las consecuencias. Hasta 2015 no se apreció una cierta recuperación.
Ahora, la pandemia de la Covid-19 ha provocado y puesto de manifiesto la burbuja del turismo. Singularmente la de los hoteles y los pisos turísticos. La altísima demanda de más de 80 millones de visitantes extranjeros en España en 2019, sumada al turismo interior, creó el espejismo del negocio seguro.
Muchos propietarios y cadenas de hoteles no pueden hacer frente a los gastos fijos y crediticios de su instalación dado que su facturación es cero. El resultado es la venta a precio de saldo de hoteles a fondos de inversión. Nuestra importante industria turística (una de las mejores del mundo) tardará años en recuperarse.
Ahora también ha estallado la burbuja del fútbol. Traspasos astronómicos de futbolistas y contratos imposibles (Lionel Messi, del Barcelona, cobrará 500 millones de euros en cuatro años) ha hecho entrar en barrena las arcas vacías de los principales clubes europeos y españoles.
El debate sobre el derecho de entidades privadas a crear nuevas formas de competición internacional (perfectamente posible desde el punto de vista de la libertad de mercado) se ha topado con un veto gremial (UEFA) y político.
Aquí me interesa destacar el paralelismo entre el fútbol y la política.
Los grandes clubes europeos, ante el déficit desmesurado provocado por sus gastos, idean nuevas y mayores formas de ingresos. Pero el problema es que los salarios y los traspasos están fuera de la realidad. Son una burbuja. Asistiremos durante los próximos meses a la salida de algunos futbolistas y a un cambio de esa cultura del gasto que lleva a fichar a los supuestos mejores futbolistas en una puja ilimitada.
La última burbuja en trance de explotar es la del Estado derrochador. Estado que, además, asumió las pérdidas inmobiliarias y financieras de la crisis de 2007.
La política española se parece a los grandes clubs de fútbol. Endeudarse y buscar más recursos a costa de los productores/contribuyentes sin considerar que lo pertinente sea lo contrario: gastar menos, como hacen todas las familias cuando toca apretarse el cinturón.
Hoy, nuestro déficit diario alcanza los 450 millones de euros. El Banco de España advierte de que esto es insostenible y la respuesta política del Gobierno es una patada al balón hacia adelante. Más impuestos, más deuda, más gasto.
No sé ustedes, pero yo tengo la percepción de que miles de políticos y funcionarios a sus órdenes se dedican todos los días a idear nuevos impuestos (ahora están de moda los verdes), a perseguir a los exhaustos contribuyentes, a prohibir conductas (toque de queda, a las 23:00 a casa) y a inducir otras (memoria histórica, LGBT).
Son una carga insoportable. Por favor, ¡déjennos en paz, dennos un respiro!
El presidente Pedro Sánchez y los otros 17 presidentes regionales no se han percatado de que estamos en el tiempo de explosión de la burbuja política.