Juan Francisco Arza-Vozpópuli
  • En Cataluña nadie defiende la libertad individual y la libre empresa. Al auge del separatismo se une el progresivo deslizamiento de la sociedad catalana hacia posiciones antiliberales

Las elecciones a la presidencia del Círculo de Economía y de la patronal Foment del Treball han reavivado el debate sobre el papel que las élites económicas han jugado en los avatares políticos de Cataluña. A ello también ha contribuido la publicación de La burguesía catalana, opúsculo del periodista Manel Pérez, que lleva por llamativo subtítulo Retrato de una élite que perdió la partida.

Para abordar con rigor la discusión, debemos reconocer que en Cataluña no existe una “burguesía” en el sentido de una clase social articulada, consciente de su liderazgo, que interviene en los asuntos públicos con una estrategia deliberada. Lo que hoy llamamos “burguesía catalana” no tiene nada que ver con lo que esas palabras evocan. Nada que ver con los prohombres que en otras épocas contribuyeron de forma decisiva a la modernización de la economía y la transformación de Barcelona.

La mayoría de los propietarios de las grandes empresas y fortunas catalanas se lamentan en privado de la deriva populista de Cataluña, pero se mantienen inmóviles, contemplando con displicencia el espectáculo. Esta conducta general ha presentado, por supuesto, notables excepciones. Pero quienes se manifestaron con mayor frecuencia y claridad fueron precisamente los partidarios del procés, demostrando una frivolidad pasmosa. Siendo todos ellos herederos de negocios internacionalizados y de fortunas conservadas a buen recaudo en bancos extranjeros, el riesgo de que Cataluña se empobreciera y se sumiera en un grave conflicto civil les afectaba poco.

La cultura supremacista cultivada desde hace décadas es un terreno fértil sobre el que la propaganda del “maltrato fiscal”, transmitida machaconamente a través de los medios, ha causado el efecto buscado

Entre los pequeños y medianos empresarios, la mayoría “pasa” de la política, pero el movimiento separatista ha ganado muchos apoyos. La cultura supremacista cultivada desde hace décadas es un terreno fértil, sobre el que la propaganda del “maltrato fiscal” y el “déficit de inversiones”, transmitida machaconamente a través de los medios, ha causado el efecto buscado: la ira de muchos autónomos, emprendedores y propietarios se dirigen contra “Madrit”, y no contra una clase política local incompetente, malgastadora, intervencionista y, a menudo, corrupta.

¿Y qué podemos decir de las grandes organizaciones antes mencionadas, del Círculo de Economía y Foment del Treball, y de otras como Pimec, que aspiran a representar a los pequeños y medianos empresarios? Lo primero que llama la atención es que muchos de los personajes que dirigen esas organizaciones no son ni empresarios ni emprendedores, sino “cuneros” de partidos políticos, advenedizos o arribistas de todo pelaje; forman parte de una tupida red de relaciones clientelares, intereses y favores cruzados; sus movimientos y opiniones sólo buscan el beneficio personal. Se trata de organizaciones fuertemente penetradas por el poder político, al que sólo se atreven a dar algún “pellizco de monja” de vez en cuando. En los momentos más delicados, en los que la sociedad catalana ha necesitado de autoridad y sentido común, su papel ha sido penoso.

El objetivo es volver al “oasis sociovergente”, con ERC convertida en una nueva Convergència, al tiempo que se establece de facto una relación confederal con el resto de España

Nos llevaría demasiado espacio analizar las causas de la apatía y la negligencia de las élites económicas catalanas, pero sus consecuencias saltan a la vista. En Cataluña nadie defiende la libertad individual y la libre empresa. Al auge del separatismo se une el progresivo deslizamiento de la sociedad catalana hacia posiciones antiliberales, intervencionistas y estatistas. Ada Colau no es un accidente, sino la consecuencia lógica de la hegemonía de la izquierda populista, que se ha impuesto en los medios, la academia y la sociedad sin apenas oposición.

Y así hemos llegado a la actualidad, en la que buena parte de las élites catalanas se han arrojado a los brazos del galán Pedro Sánchez, confiadas en que la “socialdemocracia catalanista” es la síntesis perfecta que logrará reunir a la mayoría de la sociedad y embridar al tigre populista que ellos mismos habían alimentado. El objetivo es volver al “oasis sociovergente”, con ERC convertida en una nueva Convergència, al tiempo que se establece de facto una relación confederal con el resto de España. El nuevo líder del PP también ha sido recibido con muchos elogios y parabienes, porque no parece un obstáculo para esos planes ni una amenaza para el statu quo.

“El pescado a oler mal empieza, por la cabeza”, dice el refrán. Y en efecto, si queremos entender la decadencia de las instituciones y la sociedad catalana (¡y la española!), tendremos que dirigir la mirada a la evolución que en las últimas décadas han seguido sus clases más poderosas y económicamente más pudientes.