Tomás Cuesta, ABC 04/12/12
Hay motivo. ¿Se va a volver a la razón, y el Estado español va a dejar de darse puñetazos en la propia cara?.
EL inesperado fiasco del «honorable» Mas en las anticipadas elecciones a la presidencia de la Generalitat, tan irresponsablemente e insensatamente convocadas, ha sido una buena noticia (para cualquier ciudadano que no tenga el carnet de CiU), y ha llevado un considerable alivio a los despachos económicos y políticos de Barcelona y de Madrid, donde reinaba una lógica y honda preocupación. Pero la impresión en la calle Génova, de la que daban noticia ayer los periódicos, de que el batacazo del Mesías Salvaje desactiva, para una temporada, el proyecto del secesionismo, puede ser demasiado optimista y peligrosamente inexacta.
«Gana el status quo». Esto es, volvemos a lo de antes, a lo de antes de la gran kermesse del día 25 de noviembre. ¿Pues qué? ¿Toca celebrarlo? ¿Nos fumamos un puro? ¿Volvemos a la casilla de salida, a «lo de antes» de la convocatoria de esas elecciones? ¿Es decir que ya no va a haber más gansadas en los ayuntamientos catalanes a cuenta de las banderas? ¿De ahora en adelante se va a respetar la legalidad y la cortesía? ¿Se garantizará el derecho de los ciudadanos a escolarizar a sus hijos en español, y no sólo, como hasta ahora, en catalán y —quienes se lo puedan permitir, como el señor Montilla— en inglés, francés y alemán? ¿Se cancela, en los planes de estudio y en las aulas escolares y universitarias, el difuso desprecio y odio a todo lo que remotamente suene a español y a cultura española que se viene impartiendo desde hace décadas, y de ahora en adelante se va a impulsar el respeto al vecino, y hasta la empatía con él? ¿Se han acabado los pitos a la más alta representación del Estado en los estadios? ¿Se va a dejar de repetir en el Parlamento catalán que «España nos roba» y que Cataluña sufre un expolio? ¿Se va a mandar de ahora en adelante, desde el palacio de la Generalitat y la Ciutadella, la imagen y el mensaje de unidad y solidaridad con el resto de España para salir todos juntos, lo antes posible, de la crisis? O sea, para resumir todas estas preguntas en una: ¿Se va a volver a la razón, y el Estado español va a dejar de darse puñetazos en la propia cara en esa larga y ruinosa guerra de desgaste y entropía financiada con los presupuestos del Estado? Cabe temer que la respuesta correcta a estas preguntas sea «No».
En efecto, los resultados de las elecciones plebiscitarias con las que CiU quiso beneficiarse de la manifestación separatista del 11 de septiembre que la misma coalición había preparado amorosamente durante largos meses, es un tiro que el señor Mas se ha pegado en su propio pie: pierde poder, quema puentes, engorda a un adversario potencialmente muy peligroso (ERC) y se desacredita como estadista. Pero dar por desactivado su calentón separatista sería ignorar por completo la naturaleza de la psicología de este hombre y el tipo de reacción que cabe esperar de alguien que se ha convencido —solo o con ayuda de otros— de que tiene una misión histórica trascendente y que se encuentra inesperadamente herido, acorralado, y observado con recelo por los suyos y con desdén por los demás. No cabe duda de que este hombre está decidido a sostenella y no enmendalla y que será contumaz en el error, pues para no pasar a la historia como un desustanciado y un frívolo ya no le queda sitio donde agarrarse salvo el palo de una «estelada», cuanto más grande mejor.
Desde luego hace bien el señor Rajoy en tratar de distender las relaciones con CiU, predicar el sosiego y no regodearse en la actual marea baja. Pero se engañaría si creyese que esa marea no volverá a subir y que no es imprescindible y urgente corregir la política del «laissez faire, laissez passer» con la que hasta ahora el Estado ha tratado, tan infructuosamente, de apaciguar la pulsión nacionalista. Seguro como que saldrá el sol mañana es que otra vez subirá la marea y que otra vez la burra volverá al trigo.
Tomás Cuesta, ABC 04/12/12