EL CONFIDENCIAL 06/01/17
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· Uno los procedimientos de producción y reproducción del nacionalismo consiste, precisamente, en la politización de la vida colectiva
Se ha escrito que la cabalgata de Reyes de Vic, un acto de exaltación secesionista a través de la exhibición de símbolos inequívocos, resulta una manipulación “repugnante” y también “obscena” de una tradicional expresión de ilusión infantil. Es cierto, pero dejar ahí el análisis de la desfachatez del nacionalismo radical catalán resulta insuficiente. Porque, siendo cierto que la manipulación es artera para los que no militan en el credo separatista, para los que sí lo hacen no lo es en absoluto. Forma parte de las muy estudiadas técnicas de producción y reproducción del nacionalismo, muy bien estudiadas a mediados de los años ochenta —si bien referidas al vasco— por el sociólogo Alfonso Pérez Agote (‘La reproducción del nacionalismo. El caso vasco’, de 1984, y ‘El nacionalismo vasco a la salida del franquismo’, 1987).
Aunque entre el nacionalismo vasco y el catalán hay que salvar muchas diferencias, en las formas de reproducción ideológica y sentimental de las emociones y percepciones de pertenencia excluyente a la —para ellos— patria catalana y vasca, existen numerosas coincidencias. Pérez Agote señala que uno los procedimientos de producción y reproducción del nacionalismo consiste, precisamente, en la politización de la vida colectiva. Para la expansión del nacionalismo —mucho más cuando se transforma en abierto secesionismo— no hay expresión social, sea de la naturaleza que fuere, que no sea susceptible de ser politizada, incluidas las infantiles. De hecho, las más rentables en la fase reproductiva ideológicas son las que impactan en los niños y en los jóvenes. El adoctrinamiento escolar es el instrumento más preciado de todos los nacionalismos para su arraigo y viabilidad, más aún si se supedita el idioma del territorio a ese objetivo de nacionalización.
Para la expansión del nacionalismo no hay expresión social, sea de la naturaleza que fuere, que no sea susceptible de ser politizada, incluidas las infantiles
En la politización de la vida colectiva juegan otros factores: el deporte, el folclore y la propia religión. Este último es un aspecto esencial en la reproducción del nacionalismo (como en su momento lo fue en la construcción del nacionalismo español bajo el franquismo). “Queremos obispos catalanes” o “vascos” ha sido siempre una consigna del nacionalismo que ha tenido en no pocos clérigos a los teóricos más radicales de su construcción mítica y romántica. En parte, la evolución de los acontecimientos en el País Vasco se explica por una nueva jerarquía eclesiástica que ha sustituido a otra extremadamente politizada (Uriarte, Setién), mientras que en Cataluña la huella clerical y confesional sigue siendo pronunciada, entre otras razones por la militancia, más o menos discreta, de los prelados de la región tarraconense (Barcelona, Tarragona, Girona, Lleida, Vic, Tortosa, Urgell, Solsona, Tarrassa y Sant Feliu). La cabalgata de Reyes es una manifestación que ha perdido connotaciones confesionales, pero sigue teniéndolas de manera incuestionable.
El grado de impertinencia en la politización de las actividades sociales se agudiza cuando el nacionalismo secesionista, como ahora le ocurre al catalán, tiene la impresión (y los datos) de que no le quedan más alternativas que superar las líneas rojas, incluidas aquellas que protegen a la infancia del sectarismo o la partidización (hay dos grandes convenciones internacionales sobre la materia). El separatismo no está en condiciones de mantener cierta contención, respetar ámbitos exentos de infección ideológica ni de permitir espacios de convergencia e integración. Como está ocurriendo en el País Vasco, la sociedad —después de que pase la euforia sentimental y emotiva del nacionalismo extremo— percibe una desagradable resaca que experimentará también Cataluña, con una intensidad diferente pero en el fondo culpable de convertir el país en territorio de banderías.
La cabalgata de Vic podía haber sido organizada perfectamente por un departamento de agitación y propaganda de cualquier régimen ultranacionalista. Conociendo algo a la sociedad catalana, hay que dar por hecho que la retransmisión de la cabalgata y el simbolismo secesionista que incorpora han incomodado a muchos, incluidos algunos secesionistas. Pero allí reina la ‘espiral de silencio’ y el ‘unanimismo’ que con tanta destreza intelectual ha tratado el filósofo barcelonés Manuel Cruz. Hay silencios —y tenemos ejemplos recientes y mediatos en nuestra historia— que terminan pagándose a altísimo precio. La avenencia del Gobierno catalán a la celebración politizada de la cabalgata de Vic, retransmitida por la TV3, pública, lo retrata mucho más que cualquier otra declaración o decisión. Y ofrece su imagen más declinante.