ABC 06/01/17
EDITORIAL
LA maniquea politización de las instituciones y los servicios públicos por parte del nacionalismo catalán para avanzar en su particular utopía secesionista constituye un hecho muy grave, cuya condena ha de ser firme y contundente, pero su extensión a todos y cada uno de los aspectos de la sociedad civil –incluyendo arraigadas tradiciones cristianas, como la cabalgata de Reyes, utilizando a los niños con fines partidistas– es una aberración que carece de justificación posible y ante la cual no vale ponerse de perfil, tal y como ha hecho la Generalitat. La cadena autonómica TV3 retransmitió ayer la cabalgata independentista de Vic, localidad de Barcelona cuyo recorrido se pobló de banderas y farolillos con las esteladas, menos de los esperados tras la infame campaña impulsada por la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural para adoctrinar a los niños catalanes en la ideología nacionalista e imbuirles de su espíritu.
A pesar de las críticas que recibió la iniciativa, la Generalitat nada hizo para evitar este despropósito y TV3 se prestó a servir de altavoz a los independentistas, con el dinero de los contribuyentes y blandiendo como excusa que la decisión de cubrir la cabalgata se adoptó hace meses. Fue la mayoría de los asistentes, sin embargo, la que, con más sensatez que la mostrada por las instituciones implicadas en tan lamentable ejercicio de sectarismo, evitó los farolillos separatistas para disfrutar de un pasacalles que debería estar definido por la inocencia. En busca de una tensión insostenible con el Estado, el nacionalismo solo ha conseguido dividir a los catalanes y abrir una brecha social que ayer iluminaron sus indignos farolillos.