Antonio Casado-El Confidencial
No estamos en un Estado represor. La prueba es que cualquiera puede decir que estamos en un Estado represor sin que Marlaska lo detenga
Para consuelo de quienes sostienen que nos quejamos de vicio: ¿se imaginan a Pedro Sánchez recomendando a los españoles que coman detergente o se inyecten desinfectante? Muy lejos de alcanzar los niveles de insensatez de Donald Trump, el presidente del Gobierno de España ha sido convertido por sus enemigos en un condenado fusilable al amanecer.
Y tampoco es eso, señores.
Arden las redes sociales con selvática libertad para la calumnia. No hace falta insultar a la hora de poner de manifiesto la tardía, negligente, insegura y desorganizada reacción del Gobierno cuando ya habían saltado todas las alarmas dentro y fuera de España.
Si se trata de formar el criterio de los ciudadanos, pongamos sobre la mesa elementos de juicio, no feroces ataques personales que incluso pueden perjudicar la causa de quienes los utilizan para acorralar a Sánchez, no al virus. La cacería les distrae de la guerra contra el enemigo común.
El pueblo soberano no es idiota. Más allá de las encuestas del fin de semana, el sonido de las cacerolas ya compite con el de los aplausos
El pueblo soberano no es idiota. Sabe distinguir. Más allá de los presagios demoscópicos del pasado fin de semana, hemos visto cómo el sonido de las cacerolas ya compite con el de los aplausos. Algunos lo supimos el sábado pasado por una noticia de TVE, tan denostada por quienes, desde trincheras políticas o mediáticas, denuncian el retorno de la censura y el atropello de la libertad de expresión. No es verdad. Y los profesionales de la radiotelevisión pública tampoco lo hubieran permitido.
El líder de Vox, Santiago Abascal, preguntó hace unos días en sede parlamentaria a Sánchez si podía dormir tranquilo como culpable de miles de muertes. Hay periodistas sindicados en la fabricación de bombas expresivas como ‘dictadura encubierta’, ‘Estado policial’, ‘régimen bolivariano’ y otras lindezas que afectan al honor de personas concretas (Marlaska, Illa, Simón, Iglesias y el propio Sánchez se llevan la peor parte).
Sobreactúan quienes se alistan en las falanges de la ira. Deforman la realidad, se creen con licencia para la injuria y se vienen arriba en prefabricadas alusiones al Gobierno ‘socialcomunista’, ‘chavista’, ‘represor’, ‘antidemocrático’. Ellos mismos son la prueba viva de que no vivimos precisamente en un Estado policial que «viola derechos fundamentales», como se predica en ciertas plataformas mediáticas, puesto que cualquiera puede decir libremente que vivimos en un Estado policial sin que lo detenga la policía de Marlaska.
Después de miles de muertos, vendrán millones de pobres. Exigirá más diálogo y menos confrontación, sin esconder bajo la alfombra errores cometidos
Pero denunciar estos excesos te sitúa al otro lado de la barricada como un complaciente servidor de la extraña pareja Sánchez-Iglesias. La moderación no vende en tiempos recios. Muerte a los equidistantes (‘delenda est’).
Tiene difícil arreglo. Cualquier amago de crítica o de elogio al Gobierno será automáticamente sometido al consabido proceso de intenciones. Políticas, se entiende. Con efectos desactivadores, cuando no paralizantes, de las posiciones moderadas que exige la remada conjunta mientras seguimos caminando sobre «una fina capa de hielo» (Merkel ‘dixit’).
Lo cual exigirá más diálogo y menos confrontación, ante lo que se nos viene encima. Después de los miles de muertos, llegarán los millones de pobres. Pero dialogar no supone renunciar a la crítica ni esconder bajo la alfombra los errores cometidos por el mando único en la crisis sanitaria.