LUIS VENTOSO, ABC 27/07/13
· Los catalanes deben empezar a entender que la fuga separatista tiene un enorme coste afectivo.
El afecto es un mecano delicado. Se levanta sobre el poso de años de cuidados mutuos, complicidad, tolerancia con los defectos y toneladas de respeto. Construirlo resulta laborioso. Destrozarlo es sencillo. Imaginemos a un veterano matrimonio que lleva décadas viviendo bajo el mismo techo en relativa armonía. Un día, súbitamente, uno de los cónyuges empieza a ponerse borde con el otro: le contesta con gruñidos, le dedica invectivas insultantes, le acusa de hurtarle dinero, amenaza entre aspavientos con marcharse de casa… De manera inevitable la relación se marchita. Puede que sigan juntos por inercia. Pero el ofensor perderá por completo el afecto y el respeto del agredido. Un muro de hostilidad partirá el hogar, con un severísimo coste emocional para ambas partes.
Creo, todavía, que la mayoría de los catalanes prefieren seguir en España antes que embarcarse con Junqueras para construir la nueva Albania. Lo veo así por cuatro motivos. Porque el proyecto, seamos sinceros, es una estupidez (y pocos pueblos hay tan inteligentes como el catalán). Porque jamás ha existido nada parecido a una Cataluña independiente y el mundo avanza justo en sentido contrario, hacia la integración. Porque el retroceso de la calidad de vida de los catalanes sería brutal. Y porque España es una de las naciones más antiguas del mundo y nos ha moldeado como similares en casi todo: hábitos de vida, religión, fisionomía, vestimenta, cultura, lengua (pese a estar prohibido en la escuela, el español es el idioma más hablado en Cataluña). Pero creo también que el poder separatista ha construido una solvente máquina de adoctrinamiento y gran parte de la sociedad catalana está sucumbiendo a su propaganda, sin reparar en el precio afectivo de la aventura.
Cuando Rosell anuncia hablando solo en catalán el fichaje del entrenador que le ha impuesto Messi, simbólicamente está echando del sentimiento azulgrana a los millones de españoles que se encariñaron de niños con el Barça cosmopolita de Cruyff y Sotil. Cuando tantos catalanes de talante amistoso y aparente seny te sueltan a los seis minutos de charla que España les roba, no reparan en que te están llamando ladrón, algo más bien hiriente. Cuando CiU pide que no se haga jamás el AVE a Galicia (mientras Cataluña lo disfruta desde hace ocho años) se está ganando las antipatías de sus compatriotas gallegos. Cuando en Cataluña se silba al himno y la bandera de España y les parece lo más natural, ¿se plantean el aquelarre victimista que armarían si otros radicales quemasen senyeras o silbasen a Els Segadors?
Los catalanes deben empezar a reparar en que la fuga separatista les está pasando una gravosa factura, que se llama antipatía. Resulta desalentador constatar que por toda España cada vez son más los chavales que ven lo catalán como algo desagradable. ¿Por qué? Pues porque en su mente, donde se barajan conceptos sencillos, ya ha cuajado la idea de que en Cataluña ofenden y quieren mal al resto de los españoles. Sus gobernantes lo transmiten cada día.
Esta deriva, que puede acabar arruinando a Cataluña moral y económicamente, aún puede detenerse. Pero no nos engañemos: la llave la tiene la sociedad civil catalana, demasiado silente y sumisa. Estos días, los catalanes se han mostrado apesadumbrados por la tragedia de Santiago y han ofrecido su solidaridad. Su capital afectivo en el resto de España ha crecido. Del mismo modo, cae en picado cuando pisotean los símbolos comunes y nos excluyen. El único problema de Cataluña anida en Cataluña.
LUIS VENTOSO, ABC 27/07/13