Debo confesar que de un tiempo a esta parte me empieza a invadir una extravagante simpatía hacia Pedro Sánchez. Debo aclarar que no se trata de amor verdadero, sino más bien interesado. Habiendo comprobado que este tipo emputece todo lo que toca sin excepción alguna, no hay razón para establecerla hacia el partido que lo elevó a secretario general.
En el pecado se había prefijado el PSOE la penitencia y ésta empieza a pasar factura en cada comparecencia pública del psicópata que vive en la Moncloa, en la que el personal puede opinar sobre el tipo que preside el Consejo de Ministros. Tmbién suele dejarlo claro cada vez que son invitados a responder a las encuestas.
Así pasó con el sondeo de Sigma-2 cuyo trabajo de campo se hizo entre Navidad y Nochevieja y cuyos resultados avanza hoy este periódico. Todo marca y aun parece que los socialistas deberían acusar más caída en la intención de voto, aunque todo parece indicar que el sanchismo se hunde. Mientras el PP aumenta 10 puntos y 46 escaños desde las elecciones de 2019, el PSOE pierde 3, 5 puntos y 27 escaños; Vox consigue recuperar el terreno perdido en las elecciones andaluzas y en la crisis de Macarena Olona y Podemos pierde 3,2 puntos y 13 escaños. La suma de escaños de los dos socios de Gobierno quedaría veinte por debajo de los que obtendría en solitario el PP, aunque la suma de esfuerzos de los dos partidos de la derecha daría una holgadísima mayoría de 187 escaños. Ciudadanos se encamina hacia su desaparición parlamentaria, hecho comprensible, aunque triste porque va a privar al Congreso de los Diputados de algunas voces necesarias en una cámara que lleva camino de convertirse en el páramo de la palabra: Inés Arrimadas, que a pesar de los errores cometidos, era capaz de armar discursos llenos de sentido y el diputado Guillermo Díaz, por poner dos nombres.
Se entiende y repito que me parece poco el castigo para lo que merecen, porque la confluencia de disparates en este mes ha sido extraordinaria: la crisis institucional, la entrega del Sáhara a Marruecos, la anulación de la sedición, el abaratamiento de las penas a los malversadores y las rebajas de las condenas a los delincuentes sexuales gracias a la ley Sisí que ya cuenta con 133 beneficiarios. Sin olvidar la trama Azud, o lo que viene a ser lo mismo la corrupción del PSOE valenciano que tantos pujos de virtud hizo durante la operación de acoso al entonces presidente Camps.
Hay un dato, el de la transferencia de votos, que se revela muy interesante. Dice el sondeo de Sigma-2 que si en estos días finales de diciembre se celebrase elecciones legislativas habría un trasvase de 624.000 votos del PSOE al PP. Es una cifra considerable que viene a revelar el fracaso de la política del odio que inventó Zapatero y ha sido aplicada con mucha dedicación por Pedro Sánchez. Creían haber descubierto el odio al adversario político, caracterizado de enemigo como un aglutinante, el argamasa del nosotros, pero por lo visto tampoco le funciona.
Ahora solo falta que la derecha arrincone tentaciones bobas: que Feijóo considere a Vox como un socio razonable para sacar a Sánchez de La Moncloa y que Vox no siga el disparate Monasterio al tumbar los presupuestos de Ayuso.