Santiago González-El Mundo

Teníamos la impresión muy acabada de que la intentona de investir a Jordi Turull había sido el fin del proceso. Así pareció entenderlo también el presidente del Parlament, ese hombre de rasgos faciales y mirada que habrían podido enloquecer a Cesare Lombroso. Para no desafiar al juez Llarena transformó el segundo Pleno de investidura en otra cosa. Quiso ser trueno y se quedó en lamento, que escribió el poeta, aunque eso no quiera decir que la fiscalía deba desentenderse de todo lo que diga. La eximente que contempla el art. 20 del C.P. en su caso no es completa.

En aplicación estricta de la ley de Murphy y al día siguiente, se produjo la detención de Puigdemont. No deben culpar al juez Llarena del fiasco de la investidura. Sin su sentencia también habría fracasado. Perdió el primer intento por 64-66. Y habría perdido el segundo por el mismo tanteo si el juez no lo hubiera enviado a Estremera. Él y el pobre Comín pudieron renunciar a sus actas, para que se cubrieran sus escaños con dos nombres de relleno. ¿Acaso ellos no lo eran?

Irse a Finlandia, quizá para huir de la performance de Boadella en Waterloo, no fue una idea feliz. Allí tuvo que aguantar a un catedrático que le preguntó cómo se le ocurría arrogarse la representación de todos los catalanes. Y allí, en Helsinki, se enteró de la reactivación de la euroorden contra él y sus membrillos. Hizo lo que sabe: mentir. Sus abogados urdieron patrañas encadenadas: que su cliente se pondría a disposición de la Justicia finlandesa, para decir más tarde que había huido de Finlandia para entregarse a la Policía belga, lo que tampoco era cierto: fue detenido por la Policía alemana a las 11:19 de la mañana de ayer.

Otra genialidad, en su situación tenía que ponerse a hacer turismo y tenían que pillarlo en Alemania, la peor de todas las opciones posibles para él. Tampoco habría estado mal que fuese detenido en Francia, aunque habría tenido que dar un rodeo para pasar por allí camino de Bruselas. En todo caso los nacionalistas son de suyo muy dados a andarse con rodeos. Ahí estaba José Antonio Aguirre, mucho más cabal que el botarate de Amber y que tituló sus memorias De Guernica a Nueva York pasando por Berlín.

Pero ha ido a caer en Alemania, el país menos bromista de la UE, con doble tipificación para los delitos de los golpistas. Su justicia es más severa que la española, si cabe. Y cabe. El artículo 81 del Código Penal Alemán, prescribe condena de por vida o pena privativa de la libertad no inferior a 10 años.

El golpismo ha sido derrotado, pero el Pleno del jueves demostró que los tres partidos constitucionalistas están lejos de ser alternativa. Y el terrorismo en Euskadi ya nos había proporcionado una enseñanza que sigue valiendo para el golpismo catalán: estarán derrotados cuando sus dos millones de votantes teman más al Estado de derecho que a los golpistas, cuando dejen de atravesar su carretilla en la vía para amenazar con un choque de trenes cuando vean llegar un mercancías.