JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- «Pues claro que iban a llegar las elecciones. Es más, resulta que tocan este año. Embriagados por su propia vanidad, los ‘parvenus’ con cartera y sus respectivas cuchipandis se habían olvidado. El autócrata no»
El autócrata sufre un empuje hacia abajo, al revés que Arquímedes en la bañera. Examinas las diversas fuerzas que actúan sobre él, te imaginas los vectores representados por flechas y la resultante es un hundimiento serio. Eso cantan las encuestas, salvedad hecha del tebeo de Tezanos. El tiempo apremia a Sánchez y él no entiende su caída, con lo bien que lo ha hecho. Aquellas homilías cuando nos tenía encerrados con un solo juguete, la tele, ¿acaso no sirvieron de nada? ¿No debimos ver en él a un padrecito? «Padre y Maestro y camarada: vuela en lo oscuro un gavilán. Pero en tu barca una paloma, pero en tu mano una paloma se abre a los cielos de la paz» –le cantó Alberti a Stalin en su muerte con elegíaca baba. Pablo Abraira quiso rescatar ambas aves para la lírica, «gavilán o paloma», pero las había disecado el vate portuense. Lo que el Gobierno querría es épica, pero también la liquidó ese taxidermista que es el tiempo. Se les han caído los palos del sombrajo, ha quedado expuesta la nueva casta, a caballo entre el justicialismo cleptocrático y la miseria intelectual de Sombrero Luminoso. Agítese y sírvase en copa europeísta.
Parecía que Ursula von der Leyen se tragaría el nauseabundo bebedizo, pero cuando se disponía a apurar la copa hasta las heces ha dado la voz de alarma Monika Hohlmeier: «No sé dónde está el dinero [de los fondos recibidos por España]». En general, nunca sabemos dónde está el dinero, solo que quien ahora avisa preside la Comisión de Control de la pastizara. Hasta aquí una de las razones del empuje hacia abajo que experimenta Sánchez: la liquidez en que se había sumergido no era real. Lo que llegó no se puede rastrear y lo que falta no lo esperes. Con todo, las cifras astronómicas en boca de un gobernante tienen su efecto. O lo tuvieron. Le granjearon el apoyo de las élites del parqué. Los buenos negocios que el dinero (aun fantasmal) promete al dinero (aun cobarde) mantuvieron a los poderosos anestesiados. ¡Qué digo anestesiados! Hipnotizados, entregados. Con el paso del tiempo creció la sospecha de que los fondos eran más un ‘macguffin’ que un plan serio. Súmale las arengas de asamblea y las medidas contra banca y energéticas: demagogia onerosa. Ha regresado la cansina simpleza de ricos contra pobres, el capitalista despiadado, caricaturas de empresarios de las que no se libran ni los pobres autónomos. Eran inevitables los tics anticapitalistas en un Gobierno compartido con posmarxistas aficionados, incluso con auténticos ejemplares comunistas. Mira qué curioso, la vicepresidenta es comunista, ese del Consumo también. Y te pones las gafas de cerca, y los examinas en plan paleontólogo, ya sin prevenciones, pues su ideología es un fósil.
Pero en la mezcolanza ‘woke’ de sus coaligados, que contagian a los socialistas con mando en plazas sensibles a la propaganda emotiva, hay una formación que quiere sobrevivir. Han tenido lo que en el fondo querían: las horteradas de nuevo rico que rodean al cargo. Para su desgracia, hay que celebrar elecciones, algo ciertamente enojoso de lo que China se libra, como bien ha observado Iglesias en el aula. Más temprano que tarde los podemios van a tener que competir con los sociatas. Algo que, sorprendentemente, aún no se subraya lo suficiente en el análisis político. Si la memoria de pez no fuera una pandemia, esta restricción al modelo autoritario no se habría olvidado. Pues claro que iban a llegar las elecciones. Es más, resulta que tocan este año. Embriagados por su propia vanidad, los ‘parvenus’ con cartera y sus respectivas cuchipandis se habían olvidado. El autócrata no. Él confió –razón no le faltaba– en esa ley de hierro según la cual las coaliciones de gobierno benefician al grande y ejercen sobre el pequeño una reducción de cabeza que ríete de los jíbaros. No es que los pequeños advenedizos no lo supieran; entre el regodeo por los coches oficiales y el trato deferente lo perdieron de vista, de acuerdo. Sin embargo, creían tener buenas cartas, al menos dos ases: estaba el precedente catalán, donde la coalición benefició al menor. A esto hay que responder que el menor se quedó en Barcelona tras el golpe y el grande no lo era tanto como para no caber en un portamaletas y escaparse como alma que lleva el diablo. Así que no es un caso extrapolable.
El segundo as se resume así: puede que nunca vayamos a superar al PSOE, que nunca asaltemos los cielos, pero tampoco el PSOE podrá gobernar sin nosotros. La era del bipartidismo pasó. Los dos grandes partidos nunca más formarán gobierno solos. Es más, a poco que nos esforcemos, el PP no lo formará nunca porque, convenientemente demonizado Vox (al que incluso podríamos ilegalizar en un momento dado, ¿por qué no?), a ver cómo consigue la derecha una investidura. Hasta aquí su razonamiento. Antes de que acabe el año, los votos confirmarán la primera parte: ni PSOE ni PP podrán gobernar solos. Luego la realidad desmentirá la segunda parte: el PP se coaligará con Vox porque no le queda otra.
Lo demás es previsible: caído Sánchez, la izquierda ordeñará su hegemonía y negará legitimidad al nuevo gobierno. Entonces vendrá un caos ingobernable… o bien unos desórdenes que pronto se controlarán, por mucho que la izquierda siga lloriqueando ‘sine die’. Será una cosa u otra dependiendo de lo que hagamos ahora. No hay que ser un lince para entenderlo: sumarse a la deslegitimación de Vox (como antaño de la CEDA) lleva al primer escenario. No sumarse lleva al segundo. Hacer lo correcto acarrea un cierto coste personal en el presente. Hacer lo incorrecto acarrea un enorme coste general en el futuro próximo.