Ferran Caballero-El Español
  • ¿A cuántos millones necesita movilizar Feijóo para que esta manifestación sea un éxito? ¿A cuántos socios de Sánchez puede lograr convencer para que le traicionen?

Alberto Núñez Feijóo ha empezado tarde su comparecencia y lo ha hecho pidiendo permiso para empezar, como si llevase rato esperando a que le dejen hablar.

Conozco el truco y no seré yo quien se cebe con el impuntual.

Pero sirva al menos este retraso, estos quince minutos que se ha tomado para algo, para entender que el gran problema de esta oposición es su incapacidad para seguirle el ritmo a Pedro Sánchez, a sus corruptelas, a sus iniciativas y a sus cortinas de humo, que resulta que son todas una misma cosa.

Como sabe bien Sánchez, la fortuna favorece al hiperactivo, y en estos quince minutos que Feijóo se ha tomado (¿para qué?) Llados te hace unos quinientos burpies y Pedro Sánchez te arregla el Poder Judicial y hasta la libertad de prensa.

Las palabras de Feijóo y el anuncio de la comparecencia para esta misma mañana transmiten una cierta urgencia. Pero llega quince minutos tarde por lo de vísteme despacio que tengo prisa, y nos cita para dentro de diez días para que tengamos tiempo de organizarnos la agenda.

Cierto es que ya ni el AVE es lo que era y que a pesar de los esfuerzos de Óscar Puente, llegar a Madrid quizás se ponga complicado.

Pero si de eso se trata, debería hacer como esos prometidos que te invitan a su boda el 15 de junio de 2028 porque saben perfectamente que es imposible que tengas planes para entonces y que ningún español de bien les diría la verdad: que no quiere ir.

Diez días es demasiado pronto (porque ya habrá quien tenga reserva en el chiringuito) o demasiado tarde (porque en diez días Sánchez y los españolitos de bien somos muy capaces de olvidarnos hasta de quién es el presidente del Gobierno).

Los españoles de bien, y perdonen que lo diga, no somos de fiar. Y si Feijóo hace un llamamiento a los ciudadanos y a los socios de Sánchez, porque él no es Batman y no puede luchar solo contra tanta podredumbre, lo único que consigue es mostrar su debilidad en lo que importa.

¿A cuántos millones necesita movilizar Feijóo para que esta manifestación sea un éxito? ¿A cuántos socios de Sánchez puede lograr convencer para que le traicionen?

A las manifestaciones sólo se va cuando no queda más remedio y a los socios de Sánchez, perdonen de nuevo, no está bien ni es justo llamarlos «españoles de bien». Tampoco ellos abandonarán a Sánchez hasta que no tengan más remedio.

Y si Feijóo quiere su apoyo, tendrá que comprarlo o tendrá que forzarlo, avergonzándolos, como también hizo Sánchez en su día, hasta que se vean incapaces de dar la cara ante sus propios votantes.

Y cara tienen, como decimos en Cataluña, para dar y vender.

Si Al Capone cayó por un par de facturas mal numeradas, también Sánchez puede caer por cualquier cosa y en cualquier momento. Por este escándalo, por el siguiente, por el penúltimo o por algo que todavía no haya empezado a tramar y que estalle en dos o tres legislaturas.

Pero lo que no puede pasar, lo que Feijóo tiene que impedir desde ya mismo, desde hace ya mucho, de hecho, es que la caída de Sánchez suponga un triste punto y seguido en la lenta pero inexorable decadencia de España.

Y eso no se hace gritando contra la corrupción en la calle ni comprando el apoyo de los celíacos a 600 € el voto, sino presentando un programa creíble de profundas reformas y forzando a las mayorías parlamentarias, presentes o futuras, a aceptarlas.

Lo demás son fuegos fatuos que sólo pueden salir mal.

Los ritmos de Feijóo corresponden perfectamente a los ritmos de nuestra crisis, pero debemos empezar a ser conscientes de que se necesita algo más de ímpetu para levantarse que para caer.