IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO
- Los odiados mercados han tumbado a la libra y puesto contra la pared a Reino Unido, no tanto por bajar los impuestos, sino por no reducir los gastos en la misma medida
La aparatosa caída de la ‘premier’ británica, tras un exiguo mandato de 45 días, ha sido interpretada por los adoradores del gasto como la prueba evidente de que las políticas que pretenden reducir la carga impositiva son un rotundo fracaso. Me parece un juicio precipitado. En primer lugar porque nadie, que yo sepa, en ningún país de la Unión Europea ha propuesto un plan similar con bajadas generalizadas y abundantes de impuestos, con independencia de los niveles de renta y riqueza. Por el contrario, la mayoría de las opiniones han propuesto no subirlos con carácter general, como se ha hecho en España por culpa de la injusta negativa a deflactar los tipos por causa de la inflación y bajarlos a las capas de población menos favorecidas. ¿Tiene algo que ver esto con la idea inicial de Liz Truss? Y si las propuestas son diferentes, ¿por qué razón habría que extrapolar el resultado?
Después hay una curiosidad. Habitualmente, los que siempre quieren subir impuestos acostumbran a renegar de los mercados, en especial de los financieros, por considerarlos el ‘sancta santorum’ del capitalismo. Bueno, ¿y quién ha derribado a la ‘premier’ británica? Aquí no ha habido un asalto a los cielos ni una revuelta popular. Han sido precisamente esos odiados mercados quienes han tumbado a la libra y puesto contra la pared a Reino Unido al considerar que su política fiscal carecía de sentido en estos momentos. No tanto por bajar los impuestos, sino por no reducir los gastos en la misma medida y compensarlos con más déficit. Es decir, se han quejado más del aumento de la deuda que de la rebaja de impuestos.
Los mercados no avalan las subidas de impuestos, castigan el permanente recurso al déficit, a la emisión de deuda sin medida ni reposo. Se equivoca quien piense lo contrario. Ahora está de moda dar por hecho que las deudas no hay que devolverlas sino simplemente refinanciarlas y, mientras tanto, rentabilizarlas. No es cierto. No puede serlo aunque solo sea por reducción al absurdo. Si el nivel de deuda (que en septiembre ha subido en España hasta los 1,491 billones) es inocuo, ¿por qué razón no la duplicamos y la dedicamos a un mayor aumento de las pensiones (las mínimas lo necesitan); a una subida más importante de los sueldos de los funcionarios (seguro que lo agradecen) o a mejoras en la asistencia social, en la sanidad, en la educación, a más obras públicas…?
Algún día se harán estudios precisos sobre la influencia que ha tenido sobre el aumento de la inflación una política monetaria tan expansiva por parte del BCE -con un inconmensurable riego de dinero público, una compra masiva de deuda nacional, sin considerar para nada los riesgos y poco su impacto real-, y la presión ejercida para mantener unos tipos nulos. ¿Es posible que ese apabullante aumento de la masa monetaria, sin la contrapartida de un aumento similar de lo producido, pueda ser indiferente para el nivel de los precios? Nunca lo ha sido y no parece que lo vaya a ser ahora.
Lo cual nos conduce a una espiral terrible. Hemos regado el sistema de dinero para paliar las consecuencias sociales y económicas de la crisis. Ese riego nos ha provocado una gran inflación (recuerde que cuando Putin envió a Ucrania sus tanques estaba ya por encima del 6%), que va a restar 42.000 millones de capacidad de compra a los españoles entre 2022 y 2023 en cálculos de Funcas. Así que vuelven a ser necesarias las ayudas sociales, y para financiarlas mantenemos los déficits a pesar de los 33.000 millones que, según la AIReF, se recaudarán de más en ese periodo.
Y mientras tanto, mientras crece la mochila de la deuda, ni sube la productividad ni recuperamos el PIB prepandemia. ¡Pues qué bien! A vivir, que son dos días…