ABC 23/11/16
IGNACIO CAMACHO
· El sistema de pensiones es la prueba de contraste de tanta poética del diálogo. Menos Twitter y más «culo di ferro»
CON el sistema de pensiones pasa como con las leyes electorales: hay muchos modelos entre los que elegir y ninguno es perfecto. Públicos, privados, mixtos, de capitalización o de reparto: todos pueden funcionar si tienen suficiente consenso. Lo importante es que el que cada país adopte goce de un respaldo capaz de alejarlo de la confrontación política y sostenerlo en el tiempo. Las pensiones son parte esencial del patrimonio de una nación, base de su cohesión social, y no pueden estar sometidas al vaivén ideológico de los gobiernos. Cualquier reforma de sus mecanismos debe partir del principio inexcusable de que se trata de las reglas elementales de juego.
En España existe una aquiescencia general sobre un planteamiento socialdemócrata del régimen jubilar, compartido incluso por la derecha. No hay debate al respecto. El peso estatalista de nuestra cultura institucional alcanza a todo el arco parlamentario y está plasmado en el espíritu y la letra del Pacto de Toledo. Por tanto, la única discusión que cabe es la de la ingeniería presupuestaria, la de la manera de financiar una caja exhausta, en estado de desfallecimiento. Descartado a corto plazo el incremento significativo de la recaudación, imposible mientras no exista una recuperación sostenida y constante de la cantidad y la calidad del empleo, no quedan más que dos alternativas que en el fondo son la misma: deuda o impuestos. Pagar ahora o más tarde con el mismo dinero.
El Gobierno no miente cuando afirma que las pensiones están garantizadas, pero tampoco dice la verdad. Está garantizado el sistema, pero no las cuantías, que de hecho empezarán a decrecer a partir de 2019 en virtud de la última reforma (segunda en cinco años, y vamos a por la tercera). Lo que Fátima Báñez propone es trasladar parte del déficit de la Seguridad Social a los Presupuestos y manejarse en una especie de artificio contable para separar fuentes de financiación de complementos. El Gabinete quiere bandear el problema sin subir las cotizaciones ni establecer nuevos tributos; no es demasiado difícil que encuentre para ello procedimientos técnicos. Lo que va a resultar más complejo es lograr apoyo político desde la minoría en un Parlamento fragmentado cuya oposición tiene estigmatizada a la derecha para cualquier tipo de acuerdo.
Esta clase de asuntos es la que pone a prueba la responsabilidad de la nomenclatura dirigente, tan ducha en la retórica de argumentos huecos. La poética del diálogo queda muy decorativa en los discursos pero la política de verdad requiere prosa y números: voluntad de esfuerzo. Sentarse a hablar y hablar hasta alcanzar soluciones. Menos ideología y más pragmatismo; menos Twitter y más La joven generación adanista que dice haber llegado a renovar las cosas tiene un bonito y urgente desafío para comenzar: resolver antes de que se pudra el problema de los viejos.