Miquel Escudero´-El Imparcial
¿Se imaginan ustedes un país cuya población es la que pasa mayor tiempo en las redes sociales y que el 97% de sus habitantes están inscritos en Facebook? Un país así es vulnerable a la desinformación que se divulgue por esos canales. Se trata de Filipinas, que cuenta con unos 116 millones de habitantes y que es uno de los países con mayor número de desastres naturales; sufre unos veinte huracanes al año.
La calidad de una democracia está inexorablemente vinculada a la calidad del periodismo que se haga en esa sociedad; al valor de sus periodistas, especialmente en cuanto a su actitud. ¿Se guían en su trabajo por emociones paleolíticas y por intereses partidistas? ¿O se guían por el sentido de la verdad (siempre tentada por aproximaciones sucesivas), con rectitud? En este caso, ¿rechazan tener que ir en rebaño o bien no se arriesgan a discrepar de quienes mandan? Sólo con el hábito de escuchar y de pensar por uno mismo se puede captar la toxicidad que desprende una sociedad, luego queda el cuestionarla abiertamente. Aun aceptando el miedo que esto ocasiona, el caso es no hacerse cómplice de las trampas, de los abusos y las mentiras. Por esto es decisivo dar ejemplo de ecuanimidad y de valor, y practicar el arte del escepticismo.
La periodista Maria Ressa ha dicho que a la gente le caes bien si le das lo que quiere, pero qué es lo que quieres tú, ¿nada? ¿A qué estás dispuesto para tener personalidad y no sacrificar tu realidad? Maria Ressa es la primera filipina que ha obtenido el premio Nobel de la Paz, fue en 2021 y lo obtuvo junto con el periodista ruso Dmitry Muratov, por sus esfuerzos por salvaguardar la libertad de expresión en sus respectivos países. Cabe saber que el último periodista a quien se concedió esta distinción no pudo recogerla, fue en 1935 y estaba en un campo de concentración nazi donde murió tres años después. Se llamaba Carl von Ossietzky y era un activo pacifista.
En su libro Cómo luchar contra un dictador (Península), Ressa cuenta su peripecia vital. Circunstancias familiares la llevaron a educarse en Estados Unidos, estudió en la universidad de Princeton y trabajó en la CNN, donde fundó dos delegaciones en el Sudeste asiático. Hablando de aquellos años, afirma que se le hizo patente que era una forastera y se pregunta hasta qué punto intentó compensar su falta de pertenencia buscando la excelencia. Finalmente, decidió regresar a su país y cofundó en 2012 el periódico en línea Rappler (cruce de dos palabras rap, charlar, y ripple, generar), orientado a reclamar al poder responsabilidades por los desafueros que produjera.
Con cerca del 40% de los votos, Rodrigo Duterte fue proclamado en 2016 presidente de las Filipinas. Dejo de ser alcalde de Dávao, la tercera ciudad más poblada, e impuso la venganza gubernamental contra los criminales y traficantes de drogas para hacerles entrar en pánico. Sin contemplaciones, pidió olvidarse de las leyes sobre los Derechos Humanos. Un marco mental el suyo pervertidor. A la mitad de su mandato de seis años, ya habían sido asesinadas unas 27.000 personas que fueron relacionadas con las drogas (nunca los principales culpables), muertes celebradas sin compasión, por supuesto, sino de forma envilecedora y con chistes ofensivos para la dignidad humana. Él mismo afirmó haber participado en algunos de esos crímenes.
Maria Ressa no se calló ante las distintas tropelías de aquel poder democrático. En su libro pide distinguir con claridad la línea que separa el periodismo del activismo, de la causa que sea: “Evitad pensar en términos de nosotros contra ellos. Poneos en la piel del otro. Y haced con los demás lo que os gustaría que hicieran con vosotros”. Esto es reclamar que no nos ataquemos con resentimientos a muerte (tarea en la que algunos trabajan con tesón y mentira sistemática). Un pueblo así entrenado se corrompe y acepta la mezquindad, la brutalidad y lo que le echen.
Difamada cada día en Internet, de fraude fiscal incluido (señales dadas para que le alcanzara la violencia física si no cedía a la intimidación y no renunciaba a su tarea de denuncia), Ressa comenzó a llevar chaleco antibalas en 2018. Consciente de luchar contra un monstruo, pidió y pide no convertirse en otro monstruo, sino producir, en cambio, esperanza y luz, con astucia y sonrisa (la que sale de la indignación). En varias ocasiones fue detenida a la vuelta de sus viajes a Estados Unidos, cuya sociedad resultaba ser su mejor aliada para su integridad física. A pesar del espanto por la realidad oficial, persevera en reivindicar el Estado de derecho, en una lucha continua y agotadora. El premio Nobel fue para el periodismo un espaldarazo para su misión; y, en su contexto geográfico, un salvoconducto impagable.