Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Veteranos socialistas muestran la alegría de quien no tiene que reír las gracias a Sánchez

Siempre se ha dicho que en las afueras de los partidos hace mucho frío, pero el caso del PSOE constituye una curiosa excepción. Asistí el martes al acto que organizó Nicolás Redondo en la Fundación Fernando de los Ríos y que congregó a un buen número de veteranos socialistas que ya se atreven a oponerse abiertamente a la estrategia sanchista de saltarse todas las líneas rojas que trazó el proyecto constitucional del 78. Estuve allí como invitado, y lo que percibí fue una calidez inédita en las gentes de ese partido, a la vez que una alegría que me pareció todavía más llamativa tratándose de un momento difícil y dramático para quienes se ven obligados hoy a disentir de la línea oficial que se ha impuesto en las siglas bajo las que han militado toda su vida.

Yo creo que ésa era la alegría de quien por fin decide quitarse una mordaza; la alegría de los cristianos de los años 60 cuando se atrevieron a hablar libremente en las parroquias y comunidades de base; la alegría de los curas que colgaban los hábitos para casarse o la de quien se libra de una pareja posesiva y tóxica después de haber sufrido un tiempo de remordimiento y de culpa; la alegría de quien ayer calló por una lealtad mal pagada a un partido y hoy no necesita de una paga que compre su silencio ni la lealtad a sí mismo; la alegría saludable de quienes no tienen que reírle a Sánchez las gracias sin gracia; la del que sale a la luz primaveral después de pasar un invierno gélido enclaustrado y rumiando sus pensamientos. Allí pude ver dando y recibiendo abrazos a Virgilio Zapatero, a Pedro Bofill, a Rodríguez de la Borbolla… Hasta Cándido Méndez, ese hombre al que yo recuerdo replegado en un permanente y enfurruñado rictus, andaba por allí prodigando sonrisas y estrechando manos, totalmente rejuvenecido.

No. No creo que salga ninguna plataforma ni nada parecido de aquel contubernio del barrio de Salamanca (Franco llamó contubernio de Múnich al Congreso del Movimiento Europeo de 1962), pero sí que fue una sesión de psicoterapia colectiva, una emotiva salida del armario ideológico y un fraternal reencuentro con el PSOE del 82. Creo que en todos ellos aún pesan los votos de castidad del pasado, pero nunca les había oído hablar con esa libertad y ese distendido tono. Siempre había percibido el candado en la boca, el temor a ser utilizados por el enemigo imaginario, el patológico pavor a pecar. Y, por primera vez en muchos años, me vi rodeado de sociatas que no me miraban mal ni con esa prevención rencorosa y sanitaria con la que los integristas católicos nos miran a los agnósticos. Como si encarnáramos a Satanás y a todas sus pompas. Por cierto, hablando de iglesias, pienso que a Cándido Méndez le favorecería mucho una excomunión.