JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 16/07/14
· La humanidad debería haber aprendido que lo importante es descubrir la realidad en sus propias dinámicas y no proyectar en ella nuestros deseos e ideas.
La ciencia política está de enhorabuena, parece. Acaba de descubrir una nueva categoría que le permite elaborar nuevos ejes de pensamiento, de análisis y valoración. Es posible, al parecer, elaborar una nueva ciencia política que supere las contradicciones esterilizantes que la ataban al pasado. El siglo veinte ya es tan antiguo como la Edad Media, una época que, como su propio nombre indica, no aportó nada, si no es el encontrarse entre el mundo antiguo conocido y fundamento de la cultura occidental, y el mundo moderno que vive de la revolución permanente. Lo que hay entre ambos no es más que lo que está en medio, aunque alguno tenga la intención de pensar que lo que hay en medio en un bocadillo es, al menos, tan interesante como el pan que le rodea por ambas partes.
Para saber qué encierra esa nueva categoría de la ciencia política que es la calle hay que añadir un par de términos más que parecen definirlo de forma más concreta. La calle es la gente. Y lo que necesita la política ahora es lo nuevo, los jóvenes, la regeneración, responder a la generación de internet, de Facebook, de Twitter.
Y ahí vemos a todos los que pertenecemos a la generación de inmigrantes al mundo de internet corriendo sin aliento tras lo que se esconde detrás de las nuevas categorías de la ciencia política, la calle, la gente, la regeneración, sin tiempo siquiera de plantear las preguntas más simples: ¿hay que hablar de ‘la calle’ o de las calles que conforman nuestras ciudades y pueblos? ¿Es lo mismo una calle de Santutxu que la Gran Vía de Bilbao? ¿La gente que camina por esta Gran Vía es ‘la gente’, o personas bien distintas en sus intereses y opiniones? ¿Pueden regenerar la democracia las generaciones que han sido educadas en el sistema construido por la anteriores generaciones que son los que han traído la degeneración de la política?
Quien ha estudiado algo la historia sabe que en ella están siempre presentes los impulsos de renovación y los de conservación o repetición de lo conocido. La renovación puede llegar hasta la revolución radical, para que luego los historiadores puedan decir que la revolución se comió a sus hijos, y la conservación o repetición puede llegar a querer parar la historia, para que luego los mismos historiadores digan que fue precisamente ese esfuerzo el que hizo reventar las presas de la renovación.
Tras tantos milenios de historia la humanidad debiera haber aprendido que lo conseguido en las revoluciones tiene que ser conservado, y que lo conservado sólo puede serlo si se renueva constantemente. Y sobre todo debiera haber aprendido que lo más importante es tratar de descubrir la realidad en sus propias dinámicas, y no proyectar en ella nuestras ideas y nuestros deseos. La cultura moderna se construyó sobre la base de la revolución industrial, sobre el sistema de producción del capitalismo industrial. La sociedad moderna se configuró gracias a ese sistema de producción. Y es precisamente ese sistema de producción económica el que ha cambiado en los últimos treinta años o más. Y ese cambio es el que está generando una estructura social cambiada, una cultura distinta a la del capitalismo productivo, una nueva manera de entenderse los humanos a sí mismos.
Pero como enfrentarse a esta realidad es difícil porque las respuestas no están elaboradas, es más fácil hablar de la calle –¡para qué queremos reyes que se parezcan a la gente de la calle, políticos que no hagan más que repetir lo que se dice en la calle, para qué hubiéramos querido un Hegel que no pensara más allá de lo que pensaba la gente de la calle, o un Marx que se hubiera quedado en el nivel del pensamiento de las calles de su ciudad natal, Tréveris!–, buscar culpables en lugar de mirar al hecho de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, saber que éramos bastante más pobres de lo que nos creíamos, y que nuestro estado de bienestar estaba construido sobre la burbuja de la construcción, basado en una financiación de burbuja, como todo esto es difícil, repito, es más fácil olvidarse de las verdaderas revoluciones que necesitamos .
Son más fáciles las recetas que reformar la escuela de arriba abajo, son más fáciles los eslóganes y las palabras trampa que reformar la universidad a fondo, es más fácil prometer lo que se sabe que no se puede cumplir que predicar el valor del mérito y del esfuerzo, el valor de la iniciativa privada sin la cual no hay producción de riqueza que redistribuir, y en lugar de ello hablamos de lo nuevo que debe ser producido por los humanos que no somos nuevos, sino que estamos, todos, cargados con una mochila tremenda del pasado, bendición e hipoteca al mismo tiempo, y tanto más pesada cuanto menos conscientes seamos de ella.
Si a nadie le importa lo que Horkheimer criticó como la razón instrumental y nos entregamos ingenuamente a las nuevas tecnologías que van a traer una nueva democracia directa y un aprendizaje sin esfuerzo ni trabajo alguno, sólo jugando, si creemos que va a haber ingresos fiscales si nadie arriesga un duro con esperanza de recuperarlo con creces, si seguimos pensando que el ahorro debe estar tan castigado como las rentas de capital, si creemos que la solución está en gastar lo que no se tiene, sean los que gastan generaciones o territorios, no va a haber ningún futuro distinto.
Más que primarias la democracia española necesita revisar a fondo las leyes electorales para que los electores equilibren el poder de las centrales de los partidos, equilibrando los electos por listas con los electos por mayorías de circunscripción; más que democracia directa lo que necesita la española es buscar mecanismos para que la representación cumpla lo que el término promete, representar a los ciudadanos; más que plebiscitos lo que la democracia española necesita es renovación de ideas, análisis serios de los problemas, más pensamiento y menos dirigismo de los medios de comunicación, que son los que más política cortoplacista hacen y más se someten a ‘la calle’.
JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 16/07/14