ROMÁN GUBERN – EL MUNDO – 28/11/15
· Hace pocos años, un malhumorado Mario Vargas Llosa, ya bendecido con el Premio Nobel de Literatura, predicaba en un libro lacerante las maldades de La civilización del espectáculo. La crítica no era nueva y, en otros ámbitos, le habían precedido largamente las descalificaciones éticas, desde el protestante rigorista Calvino al neomarxista Herbert Marcuse.
Y en el país que acogió a este refugiado de la Escuela de Frankfurt, más que en ningún otro, la publicidad, aunque fuera de unos modestos calcetines o de unas bragas, tenía que revestir la seductora forma de un espectáculo glamuroso. Todo fue muy rápido, incluso en el ámbito de la política. En 1955, el presidente Eisenhower comenzó a admitir a las cámaras de televisión en sus conferencias de prensa. Y en los debates televisados de 1960 el fotogénico y sexyKennedy dejó fuera de combate al sudoroso Richard Nixon. De modo que el fenómeno de ósmosis entre la política y el espectáculo se ha ido acentuando, hasta llegar a personajes tan extravagantes como Cicciolina y Beppe Grillo, surgidos en el país que inventó la commedia dell’arte y que incorporó en primer lugar el porno de su actriz –en el país que alberga al Vaticano– y luego la sátira vodevilesca a la arena de las contiendas políticas. No fueron los primeros en hacer este viaje al país de las maravillas y los lectores más veteranos podrán recordar tal vez al payaso francés Coluche, de gran popularidad, que se presentó como candidato a las elecciones presidenciales de su país en 1981.
No fueron todos los antes citados los inventores de la política como espectáculo y no hay más que revisar un clásico cinematográfico de la magnitud de El triunfo de la voluntad, rodado en Nuremberg en 1934 por Leni Riefenstahl a la mayor gloria de Hitler y del III Reich, para comprobar que la política y el espectáculo han hecho a veces muy buenas migas. Por cierto, el talentoso Javier Mariscal se ha llevado algún capirotazo por comparar el multitudinario festival catalanista de banderas esteladas con las inolvidables imágenes de fervor patriotero que retrató magistralmente la directora alemana.
Como es de mala educación evocar a Hitler en estas lides que tienen lugar en Europa Occidental, presunta cuna de la democracia moderna, veamos la asimilación soft de esta tradición espectacular en la campaña electoral actual para nuestras elecciones generales en diciembre. Como es de rigor comenzar por la cúspide, vale la pena evocar a Mariano Rajoy, que ha confesado ser fan futbolero del Real Madrid –su ciudad de residencia– y del Real Club Deportivo La Coruña, un guiño a sus paisanos y a su patria chica, con nostalgia de caldo gallego. La primera aseveración la pudimos comprobar cuando, en los estudios siempre santificados de la Cope, se convirtió en reportero de la transmisión de la Champions desde la turbulenta Ucrania, en un partido que el Real Madrid ganó al Shaktar por 3 a 4 goles. Quiero creer que don Mariano, con todos los respetos, es mejor registrador de la propiedad que cronista radiofónico.
Pero como manda mucho, ya la incombustible María Teresa Campos le ha fichado para su programa televisivo ¡Qué tiempo tan feliz! (un enunciado altamente optimista) en la colorista y frívola Telecinco –por la que ya pasó el fotogénico y prometedor Albert Rivera, un valor en alza–, convocado para la estratégica fecha del 12 de diciembre, en la fase de sprint final. No es previsible que en esta ocasión la veterana indagadora le pregunte al invitado por las andanzas de su vida sexual, como suele ser norma de la casa.
No todo acaba aquí. Otro joven político con porvenir, Pedro Sánchez, ha compartido sofá y cocina en casa del mediático Bertín Osborne, un personaje público de multiuso, que en esta ocasión ha creado un cálido entorno hogareño para su invitado. No es que su perfil sea muy obrerista, pero ya se sabe que hoy todos los partidos –menos Podemos y la CUP catalana– son transversales o interclasistas. A Pablo Iglesias le vimos y oímos hace pocos días en La Sexta.
Asténico como don Quijote, con su coleta al viento, es el más gritón de toda la familia de políticos en activo, azote de la burguesía cuando esta clase social está declinando por los efectos estructurales de la crisis económica. Pide rebajar la edad de jubilación (¡ojalá!) sin tener en cuenta cuál es nuestra pirámide de población y promete los «mañanas que cantan» de la tradición leninista. Su «optimismo histórico» parece equidistante de Karl Marx y de las comedias de Frank Capra y la fuerza con la que irrumpió en el ruedo se ha atemperado considerablemente.
De lo hasta aquí narrado podrán sacar la obvia conclusión de que los diseñadores de las campañas electorales aspiran a convertir al pueblo (sujeto político) en público (sujeto mediático), de modo que nuestra democracia sea cada vez más virtual que real. Es decir, a tono con los juegos ópticos de moda entre nuestros adolescentes que han crecido entre los fantasmas de sus videojuegos.
Román Gubern es Catedrático Emérito de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona. Su último libro publicado es Cultura audiovisual (Cátedra, 2013).