Jorge M. Reverte, EL PAÍS, 20/10/11
Entre tontos, listos, trabajadores y vagos, solo hay cuatro combinaciones posibles. Según narra Hans Magnus Enzensberger en su biografía del general antinazi Hammerstein, el militar consideraba que la especie más dañina para el mundo es la del tonto trabajador.
Jesús Eguiguren, el presidente de los socialistas guipuzcoanos, es, por desgracia, un hombre con grandes dosis de actividad y una inusual capacidad de convicción. Fue él quien aconsejó a Zapatero acometer con solemnidad las negociaciones con ETA que desembocaron en la traición de los terroristas a la tregua de la T-4. Y fue él el gran inspirador del tratamiento a Bildu. Ahora, ha conseguido llevar al PSE, y de paso al PSOE, a ocupar unos asientos en el palacio de Aiete para asistir a la broma pesada de la Conferencia de Paz.
¿Qué ha salido de las entrañas del palacio favorito de Franco? Un bodrio que ha encabronado a las víctimas del terrorismo, que ha «decepcionado» a sus propagandistas, como el PNV y los tibios deseosos de que ETA acabe cuanto antes, sea como sea. ¿Hay alguien satisfecho con el comunicado final de los expertos? Pues sí: Bildu.
Los más entusiastas propagandistas de la fe han proclamado que la reunión de San Sebastián no ha colmado las expectativas, pero que ha supuesto un paso importante hacia la paz, hacia la resolución del conflicto en Euskal Herria. ¿Por qué? Por el punto primero, que pide a la banda de asesinos, aunque no la llame así, que anuncie la liquidación definitiva de la violencia. Ahora, toca esperar a ver qué dicen las lumbreras de los asesinos.
Dos obvias posibilidades: o que lo dejan o que no, porque las medias tintas no valen en este caso.
Si lo dejan tendrán detrás de su decisión la cobertura de los cinco mediadores internacionales. Ni el dolor de las víctimas, ni el clamor de la sociedad habrán tenido que ver con su decisión. Habrá sido una gran decisión de envergadura universal apoyada en el deseo de cinco figuras cuya foto aparecerá en las grandes portadas de los medios. Cinco figuras que, además, les conceden el estatuto de parte beligerante en un conflicto armado. Ahí es nada. Dejan de ser terroristas y se hacen ejército de liberación que, generosamente, abandona las armas. Y de las dos partes implicadas, la que da el primer paso. Sin que haya mediado ni derrota política ni derrota militar.
Lo cierto es que con eso ya iban bien, con dejarlo sin que hubiera contrapartidas. El regalo del trabajador Eguiguren, y de quienes le han seguido en su entusiasta apuesta por la paz, ha consistido en tenderles la alfombra roja.
Pero cabe también la posibilidad de que no lo dejen, de que haya de nuevo un condicionante, que es el de que se puedaconstituir una mesa de partidos para hablar de política, que se acepten todos los puntos de la recomendación de los expertos internacionales. En ese caso, tenemos ETA para rato, aunque no actúe, aunque no mate. Y el documento abre esa posibilidad por su aséptico llamamiento a que los Gobiernos de Francia y España se avengan a entrar en razones tan humanitarias. Sabemos que ninguno de los dos Estados va a entrar en el juego. Tendríamos entonces un conflicto (interno a ETA y su mundo) enquistado. Recordemos, por la experiencia anterior de la propia ETA y del GRAPO, que es suficiente un tipo trabajador, sin cerebro y con una pistola, para que siga viva la amenaza del terror.
Sigamos, sin embargo, considerando la mejor de las posibilidades: ETA saluda el documento con alborozo y anuncia que deja las armas, confiada en que se haga caso de las recomendaciones de los cinco de la foto. Bien, nos ponemos muy contentos. Y nos fiamos de ellos.
En ese caso, el final de la banda no habrá sido provocado por la Conferencia de Paz, sino al contrario: eso nos dará la prueba de que ha sido montada para revestir de solemnidad y de patriotismo la solución.
¿Quién ha montado la Conferencia? Gente cercana al mundo abertzale, con el apoyo y el consentimiento de nacionalistas pacíficos, como los dirigentes del PNV, y de los socialistas partidarios del abrazo de Vergara que encabeza Jesús Eguiguren. Estos ni siquiera han participado en la redacción del documento, lo que está probado porque no les gusta el comunicado final. Pero han sido acompañantes necesarios para que la apoteosis se produjera. «Tenemos la paz al alcance de la mano, no podemos desaprovechar esta ocasión histórica». Ya está el eslogan. Pero quienes lo dicen se olvidan de una cosa, de que esa paz solo depende de que la decidan los que han estado matando hasta hace muy poco, los que llevan más de 800 muescas en las cachas de las pistolas, los que siguen sin pedir perdón a las familias de los que recibieron el tiro en la nuca. Aquí no ha pasado nada, pelillos a la mar.
El error es anterior al comunicado. El error es que algunos hayan ido a sentarse a Aiete. El error es haber negociado a destiempo y haber anunciado a destiempo que la democracia sabría ser generosa cuando desapareciese ETA. Los aciertos ya los conocemos, y en esos aciertos -no se olvide- está implicado Alfredo Pérez Rubalcaba, quien ha sido responsable de aplicar una firme política decidida por un gran acuerdo que implicaba a la oposición y, sobre todo, a los partidos constitucionalistas vascos.
¿Por qué se ha legitimado lo de Aiete? Por la obsesión infantil de regalarles a los partidarios activos o pasivos de ETA una paz sin vencedores ni vencidos, un abrazo de Vergara, como ha preconizado en numerosas ocasiones Eguiguren.
Ahora resulta que el texto final de los sabios les gusta en su totalidad nada más que a los partidarios de Bildu y, un poco, a los nacionalistas del PNV. ¿Por qué? Porque el documento que anuncia el cese de la violencia es una decisión de su mundo, no habla de la barbarie del terror. Ha habido un conflicto, y se puede resolver si todo el mundo es generoso.
ETA no iba a ser argumento de política electoral. Y, de golpe, lo es. Pero la campaña la ha hecho Bildu, con el compadreo de algún tonto trabajador. Deje o no las armas la cuadrilla de asesinos, el argumento está servido: Bildu es quien va a traer la paz a Euskadi, pese a la cerrazón del Estado y al rencor de las víctimas de la otra parte. Porque las otras víctimas están dispuestas a perdonarnos a los de este lado del conflicto. Gracias, hombre.
Jorge M. Reverte, EL PAÍS, 20/10/11