JAVIER REDONDO-EL MUNDO
Con los resultados de las urnas en la mano, el autor considera que Pedro Sánchez puede sellar un pacto con Cs para alcanzar, al fin, una legislatura estable que no esté condicionada por nacionalpopulistas. A la vez, cree que tiene las manos libres para forjar con Podemos una mayoría parlamentaria sólida pero no absoluta.
Tras las elecciones de 2015, Rajoy propuso a Sánchez una gran coalición antipopulista y contra el separatismo. Sánchez la rechazó. Si no se produce tras los comicios de ayer, el ciclo electoral permanecerá abierto. Mientras, el ciclo de indignación se ha desdoblado y cambiado de bando: se halla ahora en la derecha; el ciclo de protesta, que permitió emerger a Podemos con fuerza a partir de 2014, se cerró en 2016; y el ciclo político se aceleró tras la moción de censura. Por otro lado, el procés ha perturbado y atravesado los ciclos político y electoral: ha contribuido a fragmentar la derecha y paradójicamente a deslucir las banderas en los balcones.
Sánchez ha demostrado lo útil que puede ser el poder si se ejerce, incluso en flagrante minoría. Sánchez no convocó unas elecciones, las organizó, o sea, las colocó debajo de su atmósfera y lució aureola presidencial. Para evitar otro encontronazo con sus barones menguantes y condicionar sus pactos, se adelantó a las autonómicas y locales. Puig, uno de sus críticos, le siguió la rueda en la Comunidad Valenciana y ha acertado. Sánchez ya es un triunfador porque el problema lo tienen otros y él representa la solución.
A pesar de vaivenes, las elecciones desde 2008 básicamente han sido o de continuidad –rep- roducción de tendencia–, o desviadas –cambian los resultados pero no las bases de apoyo a los partidos– o de coyuntura. Los comicios de ayer apuntan un realineamiento del voto y los partidos de centro y centroderecha que va a condicionar el pacto pos 28-A. A Rivera le se- paran apenas 200.000 votos de Casado y menos de un punto. Unos pocos días antes de las elecciones autonómicas y locales, al constituir la mesa del Parlamento, y después del 26-M, Rivera tiene que decidir si puja por el liderazgo del centro derecha y se afana por su reagrupamiento o bien ejerce como fuerza de centrocentro y opera como instrumento para el control de daños. En este segundo caso, la petición de Rajoy en 2015 se haría efectiva sin su partido, el PP: una convergencia constitucionalista sin el concurso de una de sus fuerzas.
En 2015, Rajoy apeló al miedo a Podemos para conseguir su reelección. Sánchez ha apelado al miedo a Vox para repetir en Moncloa. Hay una diferencia entre ambas apelaciones: Rajoy tendió la mano al PSOE; mientras, Sánchez, cuyo instinto se muestra de momento infalible, prefirió juntar a PP y Cs en la misma coctelera. La foto de Colón fue su momento maquiavélico: identificó circunstancia y oportunidad. Iglesias también ha interpretado con acierto el tiempo político. Por eso no se ha cansado de tender la mano a Sánchez para formar un Gobierno de coalición. Hace tiempo que renunció a superar al PSOE. Hoy asume su papel subalterno pero nuclear: atornillar a Sánchez a su izquierda.
Si Sánchez escoge –aunque debe someter a consulta de las bases, según sus estatutos, sus alianzas poselectorales– a Iglesias y/o Rivera se mantiene firme en su propósito de asaltar el liderazgo del centroderecha, podrá cerrarse en falso el ciclo electoral pero en ningún caso el político: la derecha tiene hasta cuatro años para reagruparse y Podemos lo mismo para aproximar a Sánchez al derecho a decidir en Cataluña: «Quien no entienda que España es plurinacional, sencillamente no entiende España», dijo anoche Iglesias en su comedida comparecencia. Volvemos a Ferraz, a diciembre de 2015. Podemos no renuncia al derecho a la autodeterminación. Tiene el tiempo que dure el aturdimiento del adversario y goza del espacio que ha recuperado Sánchez en su partido. Una de las metas volantes de Sánchez fue hacerse con las riendas del PSOE, reformar los estatutos y diluir el peso del Comité Federal. Las bases del PSOE prefieren a Podemos que a Ciudadanos. Sánchez tiene vía libre y es dueño del destino del partido y sus barones.
De la decisión de Sánchez y la posición de Rivera dependerá el futuro del PP y de Casado. Las elecciones le cogieron a contrapié; en pleno proceso de transformación del partido, recién comenzado el aparatoso proceso de encajar el discurso que reivindicase la hoja de servicios del PP cada vez que ha gobernado con el de renovación de nombres e ideas. Bastó que Casado dijera que pretendía recuperar los valores del PP para que sus adversarios le escorasen a la derecha. La posición de Casado en el futuro inmediato depende de los movimientos de los otros tres candidatos. El líder popular se encuentra emparedado entre Rivera y Abascal, convenientemente alimentado por Sánchez.
EN ANDALUCÍA le salió mal a Susana Díaz la jugada de sobreactuar con Vox. A Sánchez le ha salido bien. Sánchez ha aireado a Vox durante dos meses y Vox tiene a su Sánchez para la legislatura que comienza. Abascal ha fijado su punto de mira en el PP, igual que Rivera lo viene haciendo desde hace un par de años. Vox va a calibrar de nuevo su potencial en las elecciones autonómicas, locales y europeas. Los resultados le permitirán formar cuadros e incluso sustraérselos al PP. Ciudadanos ya lo ha hecho. Ha conseguido penetrar en pequeñas provincias y solidificar la formación. Lo contrario de lo que le ha pasado a Casado. La situación de debilidad en la que queda el PP puede convertirse en estructural en virtud de la decisión de sus cuadros.
Por otro lado, las elecciones han constatado de nuevo una máxima de los teóricos del comportamiento electoral: los detalles no son determinantes; en campaña, tampoco. Todas las críticas vertidas sobre Sánchez se han revelado anec- dóticas respecto de las categorías que ha ma- nejado mucho mejor la izquierda. Lo de Sánchez no es trumpismo, es versatilidad. Tiene su cuarta y definitiva victoria: tras su «no es no», las primarias y la moción, rompe en pedazos la re-solución política del Comité Federal del PSOE del 28 de diciembre de 2015 e invita a sus ba- ses a que le sugieran lo que quiere oír: «No es no». La militancia veta a Rivera. Sánchez mira a Europa, el PSOE recupera definitivamente su orgullo y poderío.
Javier Redondo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III.