J. M. Ruiz Soroa, EL CORREO, 11/6/12
Hay una justicia poética insospechada en esta estampa que nos regala la actualidad, la de que la principal porfía política de Bildu sea la de qué hacer con la basura
Las metáforas (esa sublime capacidad poética de suscitar la idea de una cosa mencionando otra diversa) las crean los seres humanos en su discurrir, puesto que les sirven como auténticas ‘andaderas de la mente’, que decía Ortega. Pero a veces, extrañamente, es la propia realidad la que de manera casual nos obsequia con preciosas y precisas metáforas. De dos de estas metáforas que podríamos llamar ‘autogeneradas’ querría hoy hablar.
La primera es la de las basuras de la Guipúzcoa de Bildu, y la titánica porfía que sostiene Garitano por imponer un sistema de recogida de basuras en la que ésta no se incinere y haga desaparecer sin más, sino que cada guipuzcoano tenga que asumirla personalizadamente y exhibirla en su poste de recogida. La conexión con los restos orgánicos de la violencia etarra es casi transparente en el plano simbólico. Porque se puede triturar estos restos en un proceso de deslegitimación del pasado y de la ideología que los causó, o bien se puede mantenerlos y exhibirlos como patrimonio personal de cada cual. Garitano lucha porque cada vasco asuma con naturalidad que ‘eso’ no es basura, que ‘eso’ no es algo a tirar e incinerar sin más, sino que ‘eso’ es algo nuestro que debemos exhibir orgullosos en el poste particular de cada cual. De forma que, al final, hay una justicia poética insospechada en esta estampa que nos regala la actualidad, la de que la principal porfía política de Bildu sea la de qué hacer con la basura.
La segunda es la que proporciona esa iniciativa gubernamental de reconocer a los ciudadanos vascos que se fueron movidos por las amenazas de los terroristas el derecho a votar en las elecciones como integrantes de las circunscripciones provinciales vascas en las que vivieron. Una iniciativa a la que auguro mínima importancia práctica, pero que de nuevo nos sorprende por su capacidad metafórica. Porque de lo que se discute es, en último término, de si debe o no recomponerse la sociedad vasca como era antes de que el terrorismo nacionalista pasara sobre ella como un moderno Atila, causando en ella cambios substanciales, cambios cuyo modelo o tipo ideal es el de los exiliados físicos (los muertos civiles).
Los nacionalistas se indignan coralmente ante esta posibilidad. En un ejercicio de aparente razonable pragmatismo dicen que «la sociedad vasca es la que es, y cualquier intento de cambiarla en el aspecto electoral es un atentado a su composición actual. Hay que estar a la realidad». El argumento es desde luego contradictorio con toda la política de ‘construcción nacional’ impulsada desde siempre y muy activamente por nacionalistas y vasquistas, que pretende precisamente remodelar la sociedad en una forma diversa de la que posee. Pero, aparte de ello, el argumento de los políticos nacionalistas lo dice todo acerca de la valoración positiva que el nacionalismo hace del influjo a largo plazo que ha tenido ETA sobre la sociedad. En efecto, sin perjuicio de rechazar éticamente el terrorismo mismo (el hecho), se afirma sin embargo que debe conservarse como algo positivo el efecto horma, de limitación personal y social, que ese terrorismo ha generado (sus consecuencias): fuera ETA pero bienvenidos sus efectos, ese viene a ser el transfondo del argumento (o bien, «Santa Rita, lo que se da no se quita»). La sociedad vasca auténtica es como ETA la ha dejado, y así debe respetarse.
La postura de los que impulsan el cambio legal simboliza exactamente la apreciación alternativa: la sociedad vasca auténtica, dicen implícitamente, era la que existía antes de que ETA pasara sobre ella y, por tanto, cualquier medida de restauración de esa realidad que ahora se adopte no hace sino poner en su correcto lugar (ético y político) a la sociedad y al terrorismo. Quien falsificó la realidad social a tiros fue ETA, restaurar lo que existía antes no es sino una tarea obligada de ‘desterrorización’ de la sociedad.
Creo que pocas veces se ha planteado una discusión que, siendo en apariencia muy legalista y técnica, refleje con tanta adecuación los diversos discursos existentes sobre el valor del pasado en Vasconia. Para unos, debemos aceptar con docilidad la marca del pasado, como Garitano quiere conservar la basura; para otros, la basura debe ir a la incineradora y nuestra sociedad debe recuperar su textura anterior al tiempo en que fue inundada por detritus.
En lo otro, en el aspecto legalista del asunto, creo que la iniciativa gubernamental carecerá en todo caso de efecto real alguno. Sea cuál sea el número histórico de exiliados territoriales, estoy seguro de que al final sólo unos centenares (apuesto que menos de mil) se molestarán en tramitar su inclusión en el censo electoral vasco. ¿O es que no nos conocemos? Lo interesante de la cuestión no está en los efectos reales que la medida produzca, sino en la sorpresa de que la realidad se haya puesto de pronto a metaforear de una manera tan acertada y exacta. «Hacer buenas metáforas es percibir la semejanza», decía Aristóteles. Pues bien, ni el más inspirado poeta hubiera podido igualar a la realidad actual en tan exacta percepción de lo que es nuestra sociedad y de los problemas en que se debate. O debiera debatirse, porque bien puede ser que a la sociedad en su conjunto le importe un pito la basura, el censo electoral y el pasado. Y lo que escribo, claro.
J. M. Ruiz Soroa, EL CORREO, 11/6/12