José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Los CDR son consecuencia de la frustración que ha generado el propio ‘procés’ y una derivada del radicalismo de los partidos independentistas
El pasado jueves, el juez central de la Audiencia Nacional, Diego de Egea, imputó a la activista de los CDR Tamara Carrasco un delito de desórdenes públicos. El fiscal había solicitado que lo hiciera por terrorismo y rebelión. La decisión del juez es prudente, pero ofrece alguna reserva porque pese a calificar inicialmente así el delito atribuido a la detenida, no se inhibió a favor del juzgado de instrucción correspondiente, sino que retuvo la competencia en el juzgado central de la AN al que corresponde, precisamente, la instrucción de los delitos de terrorismo.
En Cataluña, la calificación inicial del fiscal ha sido considerada «exagerada», «rigorista» y «contraproducente». Allí pocas instancias sociales y políticas creen que los CDR estén perpetrando actos terroristas aunque nadie niega, salvo los separatistas, que sean vandálicos y alteren seriamente el orden público. Cortar carreteras, invadir vías ferroviarias, levantar barricadas de fuego, hacer escraches y hostigar a los adversarios son comportamientos que suscitan en la sociedad catalana mucha preocupación y temor. Pero también causa inquietud que se incorpore a la jerga del ‘procés’ los conceptos de terrorismo o de ‘kale borroka’ porque podrían emponzoñar más aún una convivencia fracturada y deteriorar, también más, la conflictiva imagen exterior de Cataluña que, a la postre, es también la de España.
Los Comités de Defensa de la República (CDR) no constituyen una banda terrorista pero sí comienzan a estar articulados y organizados aunque su funcionamiento sea, por el momento, asambleario. Los CDR son consecuencia de la frustración que ha generado el propio ‘procés’ y una derivada del radicalismo de los partidos independentistas. De ahí que estos grupos hayan recibido el respaldo de los partidos separatistas que van a escenificar en un próximo pleno del Parlamento catalán.
En Cataluña no existe un fenómeno terrorista, ni, propiamente, ‘kale borroka’. Lo digo porque sé muy bien lo que ambos fenómenos significan: los he vivido durante cuarenta y cinco años de mi vida. Creo que el «espejo vasco» de antaño (en expresión de Jordi Amat) no devuelve fielmente la imagen actual de la situación en Cataluña. Es verdad, como se ha escrito, que atribuir a los CDR actividades terroristas podría significar una banalización de ese fenómeno. Pero hay que tener cuidado. En Cataluña, hasta la disolución en 1991 de Terra Lliure, hubo terrorismo. Antes, el denominado Exèrcit Popular Catalá (EPOCA) perpetró a finales de los años setenta del siglo pasado asesinatos sonados: los de Bultó, los de los Viola (exalcalde de Barcelona y su esposa) y otros de infausta memoria.
Ha sido muy preocupante la aparición durante varios hitos del ‘procés’ —y en la inevitable TV3— de Carles Sastre, un militante separatista vinculado con actividades que sí fueron terroristas y a quien en 2015 la hija de Joaquín Viola y Monserrat Tarragona —ambos asesinados— acusó de haber sido el ejecutor de sus padres. Lo cuenta el historiador Jordi Canal que acaba de publicar un detallado relato titulado ‘Con permiso de Kafka’ (editorial Península). Canal repasa, después de una amplia y documentada digresión sobre los orígenes del nacionalismo catalán, el proceso independentista.
La famosa no violencia del proceso catalán es cierta solamente a medias. Ha habido poca violencia física, pero muchísima simbólica o moral
En la página 223 de su obra Jordi Canal escribe lo siguiente: «La famosa no violencia del proceso catalán es cierta solamente a medias. Ha habido poca violencia física, pero muchísima simbólica o moral. Las ocupaciones del espacio público no han sido amables. Las listas negras existen. Los piquetes no se anduvieron con remilgos (…) Las presiones y amenazas a cargos públicos (…) no han sido poca cosa: insultos, pintadas, escraches, burlas y acosos a los hijos (…) La famosa revolución de las sonrisas tiene una cara oscura. Las sonrisas las guardan para ellos en el seno de la comunidad nacional que forman, mientras que a los demás les reservan incomprensión, despecho, desprecio u odio, todo a la vez».
Valentí Puig, uno de los autores en catalán y en castellano más clarividente en el análisis político, declaró el pasado día 9 al diario ‘El Mundo’ que «respecto a los núcleos más radicales y antisistema, y me gustaría equivocarme, creo que se llegará a crear una especie de Herri Batasuna en Cataluña. Los elementos para que se forme un partido muy radical, con episodios de ‘kale borroka’, existen».
No hay que echar en saco roto la advertencia de Puig que camina dialécticamente en la misma línea de la descripción de Canal y de otros publicistas que han llamado la atención sobre la «espiral de silencio» como expresión de un miedo colectivo. Se trata, como bien apunta Gabriel Colomé en su ‘La Cataluña insurgente’ de cómo se gestiona la frustración. Y algunos lo están haciendo de la peor manera posible: mostrando la cara oscura del ‘procés’ que es intimidatoria. Las más graves expresiones delictivas siempre comienzan con acciones menores y, si no se cortan de raíz, terminan en catástrofe.