Editorial-El Correo

  • Ni Trump, que parte como favorito en las primarias republicanas, ni Biden entusiasman a amplias mayorías del país

Estados Unidos se pone hoy formalmente en ‘modo electoral’ ante las presidenciales del 5 de noviembre con los ‘caucus’ de Iowa que dan el pistoletazo de salida a las primarias en las que el Partido Republicano nombrará a su candidato. Un proceso en el que Donald Trump parte como indiscutible favorito pese a sus cuatro imputaciones penales por 91 presuntos delitos. Entre ellos, los relacionados con el asalto al Capitolio de una turba violenta en un intento de subvertir los resultados de las urnas e impedir la proclamación de Joe Biden, y a cuyos integrantes ha calificado de «patriotas» y prometido indultar. Lejos de erosionarle las cuentas pendientes con la Justicia, el magnate las ha vuelto a su favor con un burdo victimismo a costa de cuestionar gratuitamente los fundamentos de la mayor democracia del mundo, para cuya salud su regreso a la Casa Blanca representa una amenaza objetiva tras haber sido sometida a exigentes pruebas de resistencia en su primer mandato.

EE UU es un país sacudido por la crispación en el que el populismo de brocha gorda de Trump ha contaminado las filas republicanas. Su ventaja en las encuestas respecto a los demás aspirantes es tan abrumadora que los ha despreciado negándose a debatir con ellos. Entre sus rivales sobresalen Nikkei Haley, exembajadora ante la ONU, y Ron DeSantis, gobernador de Florida. Es posible que cualquiera de los dos tuviera más posibilidades de derrotar a Biden al suscitar menos rechazo que el expresidente entre los votantes moderados y, por tanto, no movilizar de rebote al electorado progresista por temor a una involución, como ocurrió en 2020. Pero su triunfo en las primarias sería una mayúscula sorpresa.

Si Trump, cuya candidatura en varios estados está en manos del Supremo, suscita sentimientos radicales a favor y en contra, Biden tampoco despierta entusiasmos. No es solo que su avanzada edad sea un lastre para la mayoría de los votantes, sino que ha perdido apoyos por la elevada inflación y el desapego de los jóvenes y de electores demócratas críticos con su política migratoria o su firme apoyo a Israel en Gaza. Todo ello le ha convertido en el inquilino del Despacho Oval con menor popularidad durante su mandato en décadas. Aun así, su nominación parece asegurada. Está por ver si el firme discurso en el que se presenta como garante de la democracia frente a un Trump acusado de atentar contra ella pesa más que los hándicaps que arrastra.