Efectivamente, la carta del presidente Sánchez ha sido un acontecimiento relevante en la historia reciente de España. Es inútil negarlo. Nunca jamás habíamos asistido a una manifestación tan concentrada, pura y expansiva de cuanto de malo hay en la política y en la psique humana: voluntad de poder, voluntad de servidumbre, disonancia cognitiva, escapismo, sentimentalismo, cursilería, cesarismo, adoración histérica, disolución individual en el colectivo. Los peores fenómenos políticos son antes que nada multitudinarios trastornos psicológicos. Eso es lo que está detrás de la carta, y eso es lo que ha aflorado la carta.
El documento y, sobre todo, el acompañamiento mediante declaraciones de todos los miembros importantes del partido y del Gobierno encierran un mensaje evidente: es urgente refundar la democracia española. Desparasitarla. Descontaminarla. Eliminar los agentes nocivos. No estoy interpretando, y tampoco estoy exagerando. El ministro de Presidencia y Justicia empleaba en una de sus últimas declaraciones expresiones como “jauría derechista” y terminaba con una advertencia seria: “Hay que decidir si queremos una democracia tóxica o una democracia limpia”. Un joven diputado del PSOE con espíritu chequista decía lo siguiente: “El apoyo al presidente Pedro Sánchez debe ser UNÁNIME y CERRADO por parte de todo aquel que se haga llamar demócrata”. La ministra y vicepresidenta María Jesús Montero nos dejaba el sábado unas imágenes que costará olvidar. Entre los fieles de Ferraz movía las manos de arriba abajo, gritaba, se daba golpes en el pecho. No quedaba claro si estaba practicando un exorcismo o si necesitaba uno.
La sensación general estos días es que de repente estábamos viviendo en un cruce entre The Office y El problema de los tres cuerpos. No hemos dejado de movernos entre la vergüenza ajena en su máxima expresión y el terror ante los delirios colectivos de nuestros iguales. El sábado la gente congregada en Ferraz -dirigentes del PSOE, ministros del Gobierno, militantes y pensionistas varios- cantaba Quédate, la canción de Quevedo/Bizarrap, pero en el fondo el grito era otro: llévanos contigo, Presidente. El arrebatamiento en la extraña liturgia de estos días es muy parecido al que se ve en las películas de sectas y extraterrestres. Desgracias personales sin digerir, aburrimiento existencial, frustración mal gestionada y neurosis variadas hicieron que se intercambiasen los papeles del emisor y el receptor. La verdadera carta era la que los fieles escribieron a su señor. Llévanos hacia la tierra prometida, hacia la democracia verdadera, justa y perfecta, hacia la sociedad depurada de elementos contaminantes, donde podamos estar sólo nosotros unidos en perfecta armonía. Sálvanos, Pedro.
No puede ser ya el mejor de nuestros presidentes, ni siquiera el mejor de todos nosotros. Nos ha trascendido y ha trascendido las categorías mundanas. Sánchez es ya nuestro gran timonel
Ese “Quédate” dirigido al líder supremo, no pretendía que el presidente diera un paso atrás, sino que acometiera por fin el gran salto adelante. Sánchez alcanzaba a partir de ese momento una altura distinta, fuera de cualquier escala. No puede ser ya el mejor de nuestros presidentes, ni siquiera el mejor de todos nosotros. Nos ha trascendido y ha trascendido las categorías mundanas. Sánchez es ya nuestro gran timonel. Nuestro guía, nuestro pastor, nuestra luz y nuestra esperanza. Es el doctor que cura nuestras enfermedades, el enfermero que atiende nuestros cuidados, el ingeniero que arregla nuestras almas.
También hubo un manifiesto de intelectuales, periodistas y portavoces en general. Uno especialmente ridículo. Y cuidado con esto. Lo ridículo puede ser más peligroso que lo solemne. Quienes lo firmaban eran parias intelectuales. Palmeros del poder instalados en redacciones cochambrosas y en los platós de TVE. Pero de nuevo, cuidado. Una congregación de idiotas convencidos de que tienen una misión es una fuerza mucho más importante de lo que a veces se piensa. El manifiesto pedía que “los gobiernos sean elegidos en las urnas”, pero lo que defienden con claridad creciente es que los medios y los jueces sean obligados a servir al Gobierno. Es un manifiesto ridículo, sí, pero por la altura de los firmantes. El mensaje no ha dejado de ganar masa desde que Sánchez llegó al poder. Irene Montero hablaba estos días de “tomar decisiones valientes” para “democratizar el poder judicial y el poder mediático”. Una tertuliana de nuestra televisión pública -la de todos- pedía “hechos concretos”; tan concretos como que el presidente se decidiera de una vez a “tocar el poder judicial” y a “hablar de la intervención directa de medios que no son medios, de periodistas que no son periodistas y ver qué es lo que hay que hacer para que dejen de ejercer de cloacas mediáticas”. Los enajenados de Ferraz pedían por la salvación de su alma, mientras que los firmantes pedían por lo de siempre: la salvación de la democracia. En cualquier caso, ambas corrientes confluyen en un mismo deseo: la eliminación político-social definitiva de la mitad -al menos- de los españoles.
Plañideras del poder
Como en un cómic de Jonathan Hickman, personajes secundarios adquieren en el momento decisivo un protagonismo inesperado. Almodóvar ya vio un golpe de Estado de la derecha hace dos décadas; hoy ve a un presidente roto por nosotros, por nuestros pecados. Laura Arroyo sintió metafísicamente el fascismo cuando coincidió en un ascensor del Congreso con Abascal; hoy siente la necesidad física de eliminar a los falsos jueces y los falsos periodistas. Mertxe Aizpurua defendía hace años la heroica lucha de los gudaris de ETA por el pueblo vasco; hoy insiste en que siempre harán lo que tengan que hacer frente a quienes cuestionan el mandato popular. Pancho Varona cree que el presidente “se ha ido a pensar y ha puesto a pensar a gran parte del país”. La jefa de Opinión en Público resumía el sentir oficial tras la lectura de la carta presidencial: “Autopresentarse como un ser humano agotado y herido y hacerlo invocando el amor por su esposa es un hito monumental”. Fieles de todos los círculos del partido han querido reservar un momento para ejecutar su particular arrebato emocional. Plañideras del poder.
No sé si Sánchez dimitirá a lo largo del día. Da igual. Durante una semana hemos asistido a algo peor: la dimisión colectiva de la cordura.