José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
A Sardà, a Serrat, y al mismísimo Jiménez Villarejo les mueve mucho más que la unidad de España o la integridad del Estado, la utilización por el separatismo de métodos y procedimientos intolerables
Al independentismo le está haciendo daño en su credibilidad que referentes del mundo de la interpretación y la cultura –otrora vinculados con la catalanidad más brillante- se estén alineando en posiciones críticas hacia sus políticas. El pasado domingo, la actriz Rosa María Sardà encabezó la manifestación organizada por Sociedad Civil Catalana en Barcelona e intervino ante los concentrados dirigiéndoles un alegato sensato.
Antes, en noviembre, Sardà había devuelto a la Generalitat la condecoración de la orden de la Creu de Sant Jordi, y antes aún, el 26 de agosto, en la manifestación, también en la Ciudad Condal contra los atentados yihadistas, fue la encargada de leer un emotivo poema de Josep María de Sagarra. No hay, pues, duda de su compromiso con su catalanidad, pero –y esto es algo que no han entendido los independentistas- tampoco de su adhesión a los procedimientos y criterios democráticos.
Rosa María Sardà, como Joan Manuel Serrat, no son patriotas españoles precisamente. Forman parte de esas figuras que han paseado un catalanismo denominado “progresista” y que han mostrado su condición de catalanes con un énfasis permanente. Nunca excluyente pero siempre definidos por la catalanidad antes que por otra identidad. El cantante, abroncado ahora por su posición ante el proceso soberanista, no se ha cortado un pelo en denunciar el desnorte de los independentistas, lo que, además, no le ha salido gratis. Nadie pudo pensar que en Cataluña –en ningún sitio- Joan Manuel Serrat, a su edad y con su trayectoria, pudiese estar en tela de juicio o alguien cuestionase su compromiso democrático. Los independentistas lo han hecho.
A Sardà, a Serrat, y al mismísimo Jiménez Villarejo –que también intervino en la concentración de SCC el pasado domingo- les mueve mucho más que la unidad de España o la integridad del Estado, la utilización por el separatismo de métodos y procedimientos intolerables: quebrantamiento de la ley, el carácter excluyente de su proyecto, la discriminación de los catalanes no secesionistas y la incuria con la que se comportan sus líderes. Seguramente haya sido Santi Vila el que mejor ha descrito la sensación que muchos catalanes sintieron los día 6 y 7 de septiembre cuando el Parlamento de Cataluña aprobó las leyes de desconexión.
El que fuera consejero de Empresa y Conocimiento con Puigdemont, en su libro ‘De héroes y traidores’ escribe: “Lo que sí queda para mi tormento y remordimiento como demócrata, como la página más negra de mi currículum como ciudadano, como servidor público, es haber presenciado la sesión plenaria del 7 de septiembre de 2017 en el Parlament de Cataluña, la que aprobó la disparatada ley de desconexión, y no haber dimitido al instante”. Esa misma sensación, salvando las distancias, de ‘tormento’ es la que afecta a muchos ciudadanos y la que les hace vivir críticamente su catalanidad hasta el punto de alinearse con las tesis que rechazan el proceso soberanista y a sus dirigentes. No deja de ser importante que estas personalidades estén adscritas a la izquierda, dando un ejemplo necesario: los nacionalismos y la izquierda han sido demasiado buenos compañeros de viaje y ha llegado el momento de romper ciertas amarras.
La sociedad catalana es cada vez más dual, más plural y se desmarca con más frecuencia de la corrección política que impone el segregacionismo
Por lo demás, la defensa de fiscales y jueces que hizo el siempre crítico fiscal jubilado –cercano a Podemos- Carlos Jiménez Villarejo, resultó especialmente relevante cuando desde el independentismo se embiste dialécticamente contra los togados que representan en España el Poder Judicial, uno de los tres del Estado, que es el que lleva el peso de la aplicación de ley contra la insurgencia separatista en Cataluña.
Jiménez Villarejo ya estuvo también en la manifestación del 8 de octubre pasado en Barcelona que, como la del domingo, reunió a todas las fuerzas políticas constitucionalistas en otro síntoma más de que la sociedad catalana es cada vez más dual, más plural y también se desmarca con más frecuencia de la corrección política que impone el segregacionismo. Es importante, además, que el lema de la manifestación organizada por SCC haya sido sereno: recuperar el sentido común.
A estas personalidades que manifiestan críticamente la catalanidad –es decir que quieren ser catalanes pero que a su identidad anteponen su militancia democrática– hay que proporcionarles la España que propugnaba Agustí Calvet, ‘Gaziel’, en su artículo ‘¿Seré yo español?’ publicado en el diario ‘El Sol’ el 27 de enero de 1929: “En esa pluralidad maternal, que nunca hemos sabido englobar bajo la paternidad de un Estado único, estamos todos los peninsulares. Y digan lo que quieran los epítomes de mi niñez, los profesores de mi adolescencia y los catedráticos de mi juventud (…) yo me siento absoluta, profunda e indestructiblemente español: hijo de esas Españas que no son solo la meseta, ni Goya, ni Felipe II, ni inquisidores, ni otras realidades semejantes, sino todo eso y mucho más que no ha sido, no es ni será nunca nada de eso”.
Un párrafo para pensarlo. Y para entender la catalanidad crítica de algunas personalidades que están profundamente enraizadas en su identidad pero defienden por encima de todo la democracia que se representa en los valores de la legalidad, la inclusión, la unidad y diversidad del país, la no discriminación y el principio de realidad y de solidaridad.