La Cataluña esposa

ABC 27/08/15
SALVADOR SOSTRES

· Cataluña es la mujer que sueña en lo que habría podido ser si se hubiera casado distinto, pero que cuando es la hora del abismo, prefiere los defectos conocidos al vértigo del vacío

CATALUÑA es una esposa del raca-raca. Que si esta noche has roncado, que si con lo tarde que te levantas los domingos no queda tiempo para hacer nada. Raca-raca. Que si al jamón quítale la grasa, que si con un whisky basta, todo el día apuntando algo o farfullándolo, como el ruido que hacen las segadoras de césped en las mañanas de verano.

Cataluña es una esposa que se pasa el día diciendo que ella no dice nada, pero que ya está bien, que todo lo hace por ti y que tú sólo piensas en tu trabajo, en estar con tus amigos, en tus restaurantes. Le hace la segunda voz a cada cosa que pasa, y cuando a las ocho de la tarde, o a las nueve, mareado, desquiciado, aturdido, desesperado, le dices, o incluso le gritas que se calle, que por el amor de Dios se calle, y que harás todo lo que quiera si es capaz de estar diez minutos callada, entonces se pone a llorar y todo se te viene abajo. España es fascista y tú tienes que disculparte.

Ni el feminismo quiere la liberación de la mujer ni el catalanismo la independencia de Cataluña, sino seguir viviendo del «ismo», siempre dentro del statu quo, porque nada hay más rentable que explotar la mala conciencia del sistema ni nadie más ventajista que el que siempre va de débil.

Si los maridos repitieran a sus señoras lo que ellas nos suelta en sus ataques de furia, serían inmediatamente detenidos por maltrato psicológico, y condenados a cumplir la pena íntegra, tal como cuando España toma y gira los argumentos del catalanismo es acusada de caverna, de nazi y hasta de genocida.

España es un padre que ha criado a sus hijos, que les ha comprado una casa a cada uno y que ha intentado que razonablemente reinara en la familia la paz y la alegría. Como todos los hombres, algo simple; como todos los países, algún golpe de Estado. Pero casi todo lo ha consentido, casi todo lo ha pagado, y descontando sus defectos, atribuibles a la inevitable imperfección humana, tiene algo de gesta y de heroico que este tipo que hace cuarenta años no era nadie, haya sido capaz de levantar este sistema, esta estructura, y hasta esta desgarrada ternura.

Su esposa dice que algún día se irá, pero siempre vuelve, tal como Cataluña dijo que haría un referendo saltándose la ley y luego organizó una «calçotada» con cajas de cartón y quiere la independencia con las condiciones que yo exijo para esquiar: nieve polvo, sol, frío, no hacer colas en los remontes y que alguien se ocupe de llevarme los esquís hasta el primer telesilla. Pretender que con la independencia podrás mantener los privilegios que precisamente por estar en España tenías, es de divorciadas de señor rico que continúan usando en la peluquería el nombre de su exmarido.

Cataluña es la mujer que sueña en lo que habría podido ser si se hubiera casado distinto, pero que cuando es la hora del abismo, prefiere los defectos conocidos al vértigo del vacío. Y en lugar de reconocerlo, callar, y entender que la libertad tal como ella la plantea es comprarse un nuevo lavavajillas, cree que su identidad pasa por una absurda reivindicación de lo que en el fondo no quiere, y de aburrirse leyendo los libros, tan tediosos, de Simone de Beauvoir.

Yo por eso creo que Mariano Rajoy hace muy bien en no inmutarse y en continuar viendo reportajes sobre las mejores escapadas del Tour de Francia.